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Aunque el lenguaje del cómic ha experimentado en los últimos tiempos agitadas y beneficiosas sacudidas, sigue estando un poco por debajo de los cambios y mutaciones establecidas en la disciplina artística que más se le acerca, el cine, donde la estructura narrativa tradicional se ha visto convulsionada hasta límites imprevisibles y el canon, de existir, se ha visto alterado de manera beligerante hasta crear nuevos sistemas de representación más o menos aceptados por todo tipo de espectadores. Quizá no haya un “Irreversible” (Gaspar Noé, 2002) en el mundo del cómic, o al menos una historieta, autónoma o serializada, que pueda considerarse un equivalente a aquella deconstrucción de la forma con la que nos habíamos acostumbrado, durante años, a entender la secuencialidad narrativa. Will Eisner, en sus novelas gráficas de los años 80, empezó a investigar en esta línea, heredando conceptos expresivos que ya había volcado en las páginas de “The Spirit”. Muchos autores han incidido en esta línea, erosionando el canon del cómic estadounidense, el europeo o el manga. Pero faltan propuestas, discursos, anatemas, si se quiere, que provoquen rupturas totales y pongan en entredicho lo que el mercado aún vende como legítimo y establecido.
El barcelonés asentado en Mallorca Max (Francesc Capdevila) y el valenciano Paco Roca, autores unidos tan solo por el Mediterráneo, se atreven hoy, iniciada la tercera década del convulso siglo XXI, a practicar esta incisión profunda, sin apelar a una rápida sutura, en la narrativa de los cómics. En “Fiuuu & Graac” (La Cúpula, 2021), Max lleva el concepto narrativo de la novela gráfica a una dimensión radicalmente desnuda, sin empleo de bocadillos, es decir, sin palabras, pero tampoco existe el concepto estricto de viñeta ni fondos detrás de los personajes. Parece una reinvención en toda regla, pero no es más que volver a los orígenes de la ilustración narrativa –y de las películas animadas de Winsor McCay, el creador de “Little Nemo In Slumberland” (1905-1911) y los primeros cartoons– y depurarla de otros elementos. Max es algo así como el Robert Bresson del cómic actual: ir a lo esencial para que la mirada del lector/espectador no se distraiga o se disuelva en otros aspectos y recursos que al autor no le interesan. “Fiuuu & Graac” muestra líneas de tinta que se convierten en figuras simples, desplazándose sobre el lienzo que conforma el papel en blanco. ¿Es cómic minimalista? Posiblemente le vaya bien esta descripción, como la que procura el propio Max, el alma gemela de Pascal Comelade –otro artista que desnuda; en su caso, las melodías sonoras–, cuando dice que su última obra sería un slapstick si la considerásemos película y que se parece a los dibujos animados del Coyote y Correcaminos, aunque sin los artilugios Acme de por medio. No hay carreras por desiertos solo descritos con las finas líneas del horizonte, ni caídas al abismo desde cielos imaginarios, ni explosiones. El viento –dibujado como una espiral que sube y baja– y una grajilla dirimen su particular batalla hasta alcanzar las cotas de una situación de acoso, el tema contemporáneo y universal que late tras las páginas de esta obra. Viento y grajilla, líneas y manchas; casi Milton Caniff revisitado. Cada página responde al momento volátil de una idea, y todas, en su conjunto –es imposible retener el relato o dejarlo reposar–, nos relatan la historia de un acoso, una persecución y una liberación.
Es prodigioso lo que Max logra con esas espirales que simulan el viento, la columna de sombreros entre los que se esconde la grajilla o, en las páginas finales, ese hoyo –Max dibuja en blanco y negro como nadie los agujeros en medio de la nada– que sirve al protagonista alado para vencer al acosador. No es una obra que surja de la nada, ya que en trabajos anteriores como “Vapor” (La Cúpula, 2012), “Paseo astral” (La Cúpula, 2013), “Pasmados” (Disset, 2016) o “Rey Carbón” (La Cúpula, 2018), Max ha horadado en conceptos similares en pos de una pureza expresiva que se nos antoja sencillez cuando es, en realidad, el pleno dominio, asumido después de tantos años de trabajo, del medio con el que se trabaja.
Algo parecido podríamos decir del Paco Roca de “El dibujado” (Astiberri, 2021), una obra que surge del museo y se convierte en expresión de esa nueva idea de ilustrar, dibujar y secuenciar la narrativa gráfica. Empezó en 2019 como una exposición en el IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno) que no debía ser tradicional. Nada de colgar en las blancas paredes originales, storyboards, bocetos o viñetas desechadas. Los museos siguen replanteándose qué hacer con esas artes que hasta hace unos años no pertenecían a su hábitat natural (cómic, cine, televisión, música) y, muy de vez en cuando, hallan soluciones factibles e interesantes. Roca decidió contar una historia en las paredes del museo, y esas mismas paredes, lo que representan, generaron una dinámica narrativa distinta: como escribe Roca, el soporte ha condicionado tanto la narración como el tema. Siguiendo luego la estela de Friedrich Nietzsche, la exposición se convirtió en lo que entendemos como un cómic, esto es, un álbum editado, pero desde el mismo diseño de su portada, con el hombre dibujado que le da título recortado sobre el grueso cartoné de la cubierta, la obra no responde a ningún concepto clásico. El autor de “El invierno del dibujante” (Astiberri, 2010), “Los surcos del azar” (Astiberri, 2013) y “La casa” (Astiberri, 2015), recientemente bendecido desde la televisión con “La fortuna” (2021), la adaptación de Alejandro Amenábar de su “El tesoro del Cisne Negro” (Astiberri, 2018), redimensiona, con procedimientos distintos a los de Max, pero igual de poderosos, el concepto de relato secuencial diluyendo el punto de vista, la figura de un personaje central, el espacio y la relación del creador con su obra.
Al comienzo, el artista despierta inquieto en su alcoba, se enfrenta a sus lienzos inconclusos, imagina, reimagina, pinta –y las páginas comienzan a desbordarse y desdoblarse en secuenciaciones en paralelo–, hasta que sufre un colapso y es la figura humana, aún primeriza, un bosquejo al que le falta un brazo sin dibujar, la que toma el relevo de la narración mientras los personajes que antes había pintado van cogiendo forma y, con ello, se revelan con las directrices que había imaginado su creador. Autor y obra se disuelven, se encuadran y se reencuadran, también sin palabras. Es como si Roca y Max se sublevaran hoy, en 2021, aún perplejos por meses de pandemia, contra aquello que supuso la irrupción dictatorial del sonido en el cine mudo en 1928. Pero no solo deciden prescindir del texto, en rótulo, bocadillos o acotaciones, sino que rompen los límites de la puesta en escena del cómic para advertirnos de que, afortunadamente, aún quedan muchas cosas por indagar. ∎