¿Qué tienen en común un cocido y un violonchelo? Que ambos necesitan tiempo (bastante, mucho) para ser degustados y dominados. Y eso lo sabe bien Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) cuando en 2018 decide aprender a tocar el instrumento de arco. A partir de esta premisa, la escritora monta una sabrosísima memoir donde indaga en la naturaleza de la música, en sus intricadas variaciones y en cómo la percibe un neófito que únicamente disfruta de la escucha o alguien que debe enfrentarse a partituras y a los retos de hacer sonar un instrumento.
La madrileña nos cuenta, con un delicioso espolvoreado velo humorístico, sus peregrinaciones para encontrar el chelo adecuado, las dificultades para acarrearlo por una gran ciudad, las interminables horas de ensayos, las dinámicas (casi surrealistas) de las escuelas de música y las orquestas de aficionados y los caprichos acústicos de un artefacto que parece tener vida propia.
Pero el chelo, además de afición tardía, es una excusa para explorar los vericuetos de la vida ¿moderna? y de la pasada: nos retrotae a su infancia en los últimos años del franquismo, recuerda desplazamientos escolares al otro lado del Telón de Acero –el recuento de un viaje a Polonia en 1989 no tiene desperdicio–, vagabundea por el Planeta Internet para observar las andanzas de niñas prodigio que cuelgan en la red las hazañas de sus aprendizajes o, en pleno confinamiento pandémico, intenta sumarse a un (desastroso) concierto vía Zoom con colegas de la academia de música.
Dividido en dos bloques –“Con deriva ruso-polaca” y “De tintes italianos”–, “Cocido y violonchelo” –con playlist propio para amenizar la lectura– entrelaza con garbo gastronomía y música (atención a su intento de preparar una okroshka para estar más cerca del “alma rusa” y de sus admirados compositores/instrumentistas soviéticos del chelo; también llega la autora a la conclusión de que “Bach es un chuletón vuelta y vuelta”) y es un sustancioso tratado sobre los límites de una pasión que culmina con la detallada degustación de un cocido completo en Casa Ciriaco en agosto de 2020 y reflexiones tipo “¿Comer cocido es facha? ¿Tocar el chelo también? ¿La comida tiene ideología?” o “Me he comido el tuétano de una vaca sorbiéndolo a través de una vértebra. Si me pongo a darle golpecitos con un palo al hueso , lo convierto al instante en un instrumento de percusión”. Que aproveche (en fogones o auditorios). ∎