Sin duda, 2022 es un año que Adrián Silvestre difícilmente olvidará. Aún no había terminado de presentar y de hacer girar “Sedimentos” (2021) cuando se estrenaba en la sección oficial del festival de Róterdam “Mi vacío y yo” (2022), y luego ganaba la Biznaga de Plata en el festival de Málaga. “Mi vacío y yo” es un retrato de la búsqueda de la identidad de género a través de Raphäelle Pérez, una persona joven andrógina, algo naíf, que escribe poemas y sueña con enamorarse de un príncipe azul. Nacida en Francia, se traslada a Barcelona, donde la realidad está muy lejos de ser como la percibe. Después de ser diagnosticada con disforia de género, emprende un complejo viaje interior para asumir su verdadera identidad.
Adrián Silvestre ya abordó la identidad trans desde el cine en su anterior largo, no ficción vestida de road movie que retrata a un grupo de mujeres trans en su viaje por la España rural. Durante la realización y casting de ese filme, conoció a Pérez, y el resultado de esta película es fruto de la complicidad que el director logra con el personaje; así, Silvestre convierte el testimonio de Raphie en un retrato mucho más universal, un espejo contemporáneo con el que empatizar.
El estilo del director valenciano destaca por diluir los dispositivos del cine, aspecto que ya logró en “Sedimentos” con Laura Herrero Garvín como responsable de fotografía. Herrero dirigió “La Mami” (2019), documental del que se deducen algunas similitudes en cuanto a la aproximación a los personajes desde la cámara. El cineasta repite aquí con ella para generar este relato desde lo íntimo y emocional.
La protagonista de “Mi vacío y yo” cuenta sus dudas en cuanto al género, sus inseguridades, sus sueños y sus miedos, pero sobre todo el esfuerzo personal al que se enfrenta diariamente para ser la persona que es. Ese proceso es el viaje que realiza para conocerse a sí misma, buscar su camino, identificar sus deseos y entender su visión. Raphie reivindica el tiempo y la necesidad de escucharse, aunque no siempre sea fácil identificar esos miedos, pues se muestra harta de que todo el mundo tenga una opinión forjada sobre ella, su identidad y su entorno, aspecto que dificulta su autodescubrimiento.
Se trata de una ficción escrita a partir de los textos, poemas y experiencias vitales de la protagonista, firmada por el director junto con la propia Raphie y el también director Carles Marqués-Marcet, responsable de cintas como “10.000 km” (2014) o “Los días que vendrán” (2019). Parte de un poema concreto que revela que el vacío de Raphie es una sensación mucho más honda y reflexiona sobre la incapacidad de sentir que encaja en una sociedad con bastantes prejuicios. Ese vacío habla de la frustración por no encontrarse en armonía con su alrededor y, por ello, a raíz del poema, narra el viaje que hace para encontrar su identidad.
Este juego narrativo es una declaración política importante. “Mi vacío y yo” revela que somos una construcción, un relato de nosotras mismas en el que entra en juego nuestra pelea con la identidad, con los otros y con el sistema. La película también es una guía sobre aquellos vacíos y desafíos a los que se enfrentan las mujeres trans y rompe con algunos de los argumentos enconados del debate sobre la llamada Ley Trans, que ha estado en la agenda pública y política durante los últimos meses.
Más allá de la exploración sincera, como espectadoras nos encara a varias cuestiones. ¿Cómo nos construimos a través de la imagen de los demás? ¿Cómo la aprobación y la mirada ajena condicionan nuestra propia libertad? Desgraciadamente, este vacío es más universal de lo que creemos. En un momento en el que pensamos que somos libres, somos lo que socialmente nos dejan ser. Y, en ese equilibrio en el que miramos y entendemos cómo nos miran, el filme reivindica que todas estamos en la misma búsqueda. “Mi vacío y yo” es, sin duda, toda una declaración y un paso en firme sobre cómo retratar en el cine la identidad trans. Y a los colectivos minoritarios, desde la empatía, el respeto y el apego. ∎