Contextualizada en la Gran Depresión estadounidense de los años treinta, “Mildred Pierce” habla de la dignidad, de la supervivencia en tiempos de crisis. Porque, como ya hizo Todd Haynes en la también maravillosa “Lejos del cielo” (2002), sus ejercicios de estilo retro no son precisamente caprichos
vintage. Son obras que hablan de hoy desde el ayer. Hay algo así como una moraleja actual (alentadora, incluso diría que esperanzadora) en la historia de esta ama de casa separada que nunca baja los brazos y hasta consigue salir adelante en una época de terrible recesión.
No sería justo pasar por alto el trabajo de
Kate Winslet, a la que tan bien le sientan estos personajes de otra época, en esta “Mildred Pierce”. Vale, no será Joan Crawford, pero su composición tiene la hondura psicológica que reclama esta protagonista de vidrio: dura y frágil a la vez. Rebosante de carácter, pero acuciada por tormentos varios, la Mildred de la Winslet encaja los reveses de la vida con cara de pundonor y sufrimiento matizados. El calvario de disgustos que le sirven su indomable hija (excelente también Evan Rachel Wood, que en 2003 ya interpretó a otra hija de bofetón en “Thirteen” de Catherine Hardwicke) y su voluble amante (Guy Pearce como un
bon vivant decadentista, que se diría escapado de las páginas de Scott Fitzgerald) podría haber sido un bufet libre para cualquier otra
drama queen. Pero Kate Winslet retiene y suelta su
acting a placer. O quizá a las órdenes del siempre talentoso y siempre a contracorriente Todd Haynes. Él es el tipo que con “Mildred Pierce” ha devuelto el prestigio y la nobleza al melodrama, un género abaratado en la pequeña pantalla demasiadas veces como para ser enumeradas. ∎