Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.
El dibujante Neal Adams llegó a finales de los 60 a las grandes editoriales de superhéroes, la tradicional DC y su rival, la más moderna Marvel. Su paso por ambas fue breve pero intenso, hasta el punto de cambiar en un lustro el curso del género de enmascarados, en particular gracias a su reinvención de personajes como Batman y los X-Men. Lo que Justin Green hizo por el comix underground y la novela gráfica, Adams lo hizo por el comic book comercial norteamericano. Murió el pasado 28 de abril a los 80 años de edad, por complicaciones sépticas; dejaba mujer y cinco hijos.
Neal Adams nació el 15 de junio de 1941 en Governors Island, Nueva York, donde su padre Frank, militar, estaba estacionado. Creció en diferentes bases militares de la Costa Este estadounidense, además de una en Alemania. De talento prematuro, cursó bachillerato técnico en la School of Industrial Art de Nueva York, graduándose en 1959. Rápidamente consiguió encargos en la industria del comic book, en editoriales como Archie Comics (DC lo rechazó), y poco después trabajó como asistente en tiras de prensa sindicadas –el wéstern “Bat Masterson”– y como dibujante publicitario. Su precocidad se puso de manifiesto al conseguir una tira propia antes de cumplir los 21 años, la mayoría de edad legal (mintió diciendo que tenía 25). Era “Ben Casey” (1962-1966), basada en la exitosa serie televisiva sobre el cirujano del mismo nombre, tira de prensa diaria en la que pudo experimentar con el diseño de la página dominical. También le permitió desarrollar la impronta de realismo romántico de su dibujo, influido por Al Williamson, Stan Drake –a quien llegó a asistir brevemente en 1966 en su tira “The Heart Of Juliet Jones”– o el ilustrador comercial Bob Peak, aunque con una personalidad ya reconocible.
Como indican Alex Grand y Michael Dean en ‘The Comics Journal’, el entrenamiento previo de Adams en las tiras de prensa y la publicidad le habían proporcionado “una habilidad para representar el drama psicológico que era inusual para el cómic de superhéroes”. Sus personajes se expresaban vigorosamente. Tenían comisuras, líneas de expresión y dedos gesticulantes en primer plano, y el lector los veía a través de escorzos y contrapicados intrépidos. El estilo de representación de Adams, un realismo heroico con claroscuros de ilusionismo tridimensional, se convirtió en el modo “por defecto” de los superhéroes para fans y profesionales y dejó anticuados los estilos más caricaturescos y esquemáticos de dibujantes de la generación previa. Basta comparar el Batman de Carmine Infantino con el de Adams, o los X-Men de este último con los inmediatamente previos de Werner Roth. Hasta el mismísimo Jack “King” Kirby, el dibujante más influyente del comic book hasta entonces, parecía desfasado en los 70 cuando veteranos como Irv Novick y pencillers brillantes como Jim Aparo o Don Newton se esforzaban por imitar el Batman de Adams. Jóvenes talentos empezaban en el medio como clones suyos –Bill Sienkiewicz dibujando a Caballero Luna en los primeros 80; consiguió su primer encargo gracias a una llamada de Adams– o como discípulos esforzados: Brent Anderson, Rick Buckler, Jim Lee o Denys Cowan; este último, un afroamericano de Queens, fue becario en 1977 en el estudio de Adams. John Byrne, dibujante canónico del género durante los 80, puede verse como la mezcla ideal entre Jack Kirby y Neal Adams.
La caricatura, tan del gusto de Kirby (Capitán América, 4 Fantásticos, Los Vengadores, Hulk, Thor, X-Men) o Steve Ditko (Spider-Man, Dr. Extraño), no volvería como medio legítimo para representar superhéroes hasta los 80. Paradójicamente, regresó de la mano de un joven autor, Frank Miller, que había entrado en la industria del comic book gracias a los consejos y contactos de Neal Adams. Otros artistas notables de la escuela Adams son el hispanoargentino José Luis García López, el gaditano Carlos Pacheco o el canadiense Stuart Immonen, principal referente a su vez para la joven malagueña Carmen Carnero. El japonés Ryōichi Ikegami adora a Adams, y se nota; Ikegami a su vez ha sido un referente para jóvenes dibujantes como la granadina Belén Ortega. El británico Alan Davis, muy influyente en los 80 y 90, puede verse como el cruce perfecto entre Neal Adams y Don Newton. Y Bryan Hitch a su vez desciende directamente de Adams y Davis. Hitch es el dibujante estelar de dos series fundacionales para los superhéroes del siglo XXI, “The Authority” (1999) y “The Ultimates” (2002-2007). Esta última, una actualización “realista” de Los Vengadores pos-11S, ha sido la base de películas Marvel como “Los Vengadores” (Joss Whedon, 2012), “Capitán América. El soldado de invierno” (Anthony y Joe Russo, 2014) o “Vengadores. La era de Ultrón” (Joss Whedon, 2015). Películas, en fin, que no hubieran podido concebirse sin los tebeos de Jack Kirby... y Neal Adams.
Buscando la independencia, a mediados de los 70 se concentró en Continuity Associates, el estudio que había fundado con Dick Giordano –su inseparable entintador en muchos trabajos– para encargos comerciales, publicitarios, animación y storyboards: un trabajo reciente fue la mascota para el anuncio de un spray nasal con la voz de Antonio Banderas. También produjo una línea de cómics que no estuvo a la altura de las expectativas. En el siglo XXI volvió a colaborar esporádicamente con Marvel y DC, destacando las series “Batman. Odyssey” (2010-2012), “Fantastic Four. Antithesis” (2020, con guion de Mark Waid) y “Batman vs. Ras’ al Ghul” (2019-2021). Se trata ya de un Adams barroco y manierista, aunque quien tuvo, retuvo.
Fornido y de amplia sonrisa, su actividad como defensor de los derechos de autores fue igualmente significativa. Los grandes editores lo tenían como un agitador que no les temía. En 1975, aprovechando su posición de autonomía en la industria, participó junto con el veterano Jerry Robinson –autor fundamental en el Batman de los 40– en las negociaciones con DC para ayudar a los creadores de Superman, Jerry Siegel y Joe Shuster, previamente desahuciados por la compañía. Gracias a ello, DC les pagó a los autores –ya mayores y con problemas de salud– una pensión vitalicia de 20.000 dólares anuales, los gastos médicos y las costas de abogados. Y desde entonces sus nombres aparecen acreditados como creadores en todos los cómics y películas de Superman. En 1978, ayudó a fundar el Comic Book Creators Guild y, en 1987, a que Marvel devolviera páginas originales retenidas a Kirby, a él mismo y a otros. En 2008 también se involucró, junto con Joe Kubert y otros, para que el Museo Estatal polaco de Auschwitz-Birkenau devolviera varias pinturas a la artista checoestadounidense Dina Babbitt (1923-2009), que tenía retenidas alegando su valor histórico. Babbitt era una superviviente del Holocausto obligada en los campos nazis a ilustrar las teorías del doctor Mengele.
Volumen que incluye todo el Batman de O’Neil y Adams, quienes alejaron al personaje de su encarnación televisiva camp de los 60 para darle un alma “gótica” y seria. Su Batman oscilaba entre el fino detective de alta tecnología y la criatura tenebrosa que, a veces, visitaba territorios ambiguos colindantes con el horror y la magia. Es el caso de la historia “Aguas rojas, muerte escarlata” (1970), con cambios de tono que iban de lo humorístico –vía narrador fantástico, Caín– a lo social –contaminación corporativa– y lo sobrenatural, dibujada por Adams de manera igualmente sobrenatural. O’Neil alega que para modelar a este nuevo Batman se fijó en la versión primigenia de Bill Finger y Bob Kane, pero habían pasado treinta años y existía un repertorio de recursos formales que les permitió algo mucho más sofisticado. Adams dibuja un Batman alto, fuerte y estilizado, lleno de sombras complejas y una capa sensacional cuyo vuelo estaba inspirado en el Drácula de Christopher Lee.
Destaquemos otras historias del lote, como “¡Un juramento desde la tumba!” (1971), whodunit tan tierno como cruel inspirado en “La parada de los monstruos” (Tod Browning, 1932), que se había reestrenado y canonizado en los 60; la viñeta final sugería sin subrayarlo que Batman pertenecía a la misma estirpe que los freaks. También la Saga de Ras’ al Ghul (1971-1972), reeditada innumerables veces, que mezcla artes marciales, orientalismo, espadachines y el James Bond de Sean Connery, del que Batman toma una carnalidad inédita, literalmente de pelo en pecho. El cóctel es descabellado, pero funciona. El enfoque coral de la historia, con el equipo de geeks marginados que ayudan a Batman y viajan por tierras exóticas, tiene que ver con los X-Men previos de Adams. También la dimensión majestuosa del supervillano, cocreado para la ocasión, un misterioso magnate que pretende mejorar el medio ambiente liquidando a la mayoría de la población y que aparecería en “Batman Begins” (Christopher Nolan, 2005). Por último, “¡La noche del segador!” (1971), historia que empezaba con tono guasón de meta-(auto)ficción –inspirada en la visita real de O’Neil y otros jóvenes colegas como Bernie Wrightson o Gerry Conway al desfile de Halloween de Rutland– para girar hacia el misterio macabro y la memoria histórica sobre el Holocausto (la idea la sugirió Harlan Ellison). Si Justin Green y Art Spiegelman usaron la caricatura para evocar la memoria y lo autobiográfico, como tantos novelistas gráficos recientes, Neal Adams acude aquí a su realismo estilizado para filtrar lo autobiográfico y la historia en la fantasía de género.
O’Neil y Adams subrayaron además los aspectos más monstruosos de los villanos de Batman, trayendo de vuelta a Dos Caras en 1971 –desaparecido de los tebeos desde los 50– y endureciendo al Joker como maníaco homicida en una historia espeluznante de 1973. Sin ideas como estas, el Batman de Frank Miller –“El regreso del Caballero Oscuro” (1986)– no hubiera sido posible. Este último añadió estatura mítica, ironía posmoderna, sátira política y gravedad crepuscular, con Bruce Wayne a los 55 años en plena crisis de identidad. Ambas versiones establecieron el canon moderno del que han bebido numerosas películas y cómics posteriores del hombre murciélago. ∎