Emparentando la química actoral y la física cuántica, “Palm Springs”, dirigida por el debutante en el largometraje de ficción Max Barbakow, demuestra que el dispositivo narrativo del día-de-la-marmota funciona como la metáfora perfecta de la naturaleza lampedusiana del cine, un arte propenso a correr a toda prisa sin moverse del sitio. En este caso, las cabriolas de humor grueso y el juego de cambios de punto de vista ocultan una suerte de tercera iteración del vía crucis de ruptura y enamoramiento de The Heartbreak Kid, en el que Samberg cubre con una gruesa capa de hedonismo cervecero las neuróticas encarnaciones previas de Charles Grodin en 1972 y Ben Stiller en 2007.
Puestos a verle pegas, “Palm Springs” explicita, a las primeras de cambio, el viaje de su Sísifo moderno del nihilismo al existencialismo y a la redención sentimental. Sin embargo, el escaso margen para el misterio y la relativa monotonía de su gramática indie es compensada por un buen trabajo de arquitectura narrativa, que logra ordenar los factores y dar sentido a esta tradicional comedia romántica disfrazada de filme-puzle posmoderno. ∎