El documental “The Found Footage Phenomenon” (Sarah Appleton y Phillip Escott, 2021), centrado en las películas de metraje encontrado, se proyectó en la pasada edición del Festival de Sitges. Algunos de los realizadores entrevistados en el filme se mostraban entusiasmados con las posibilidades de este artificio como manera de presentar historias. No era algo exactamente nuevo, sino una traslación al lenguaje audiovisual de mecanismos trabajados por los escritores a lo largo de los siglos, como las novelas que fingen ser manuscritos encontrados o las obras epistolares donde se construye una narración a través de la reproducción de misivas. Pero ha generado movimiento dentro de la tradición del cine terrorífico.
Más de un cultivador del recurso del found footage ha sabido convertir sus propuestas en fenómenos influyentes. Bien porque sus planteamientos tenían ingenio, porque los dotaba de una apariencia novedosa o, sencillamente, porque los proyectos nacieron con el don de la oportunidad. La campaña publicitaria de “El proyecto de la bruja de Blair” (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999), reminiscente de los trucos mediáticos de la exploitation italiana “Holocausto caníbal” (Ruggero Deodato, 1980), intentaba difuminar las fronteras de lo real: ¿había desaparecido realmente un trío de documentalistas que buscaba hechiceras por los bosques de Maryland? Y la sesión espiritista por videoconferencia de “Host” (Rob Savage, 2020), rodada en pleno confinamiento derivado de la pandemia de COVID-19, se estrenó en el momento justo para que una obra limitada consiguiese una repercusión inesperada.
En términos generales, el found footage ha servido para ofrecer intensidad y una decidida vocación inmersiva sin necesidad de grandes presupuestos. Multitud de cineastas nos han lanzado a la cara, a veces con notable potencia y agresividad, imágenes a menudo temblorosas y rodadas en formatos subestándar. Por el camino han establecido relaciones problemáticas con la misma realidad, con los contextos tecnológicos y con las tendencias del mercado del audiovisual. “My Little Eye” (Marc Evans, 2002) se relacionaba con el auge de eso que llamábamos telerrealidad. En los últimos años, “Eliminado” (Stephen Susco, 2018) o la mencionada “Host” conectan con la virtualización de nuestras vidas, que son vividas a través de dispositivos tecnológicos. Todo ello con una lógica interna propia y cayendo a veces en una inverosimilitud que fricciona con el aparente deseo de ofrecer autenticidad en vena al espectador: ¿por qué los personajes muestran esa extraña perseverancia en filmar aquello que les ocurre?
“El proyecto de la bruja de Blair”, “[·REC]” (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007) o “Paranormal Activity” (Oran Peli, 2007) también han supuesto llamadas implícitas al “hazlo tú mismo”. Como en las películas rodadas en un espacio único u otros planteamientos que se relacionan bien con el bajo presupuesto, decenas de cineastas han puesto a prueba sus capacidades en un tipo de narraciones donde la pobreza logística es un elemento más del planteamiento, con excepciones como “Monstruoso” (Matt Reeves, 2008). La naturaleza habitualmente barata del cine found footage también ha supuesto una tentación para la industria audiovisual: se ha jugado a la lotería con decenas de películas de bajo coste a la espera de que alguna tuviese premio. La productora Blumhouse, responsable de la lucrativa saga “Paranormal Activity”, ha convertido esta estrategia en un modelo de negocio estable. Y, cada cierto número de años, alguna nueva película ha relanzado esta tradición al emplear algún truco nuevo. O sin aportar novedades en particular, pero incitando al disfrute.
Ahora el cine found footage vuelve a la gran pantalla a través del estreno de “The Medium” (Banjong Pisanthanakun, 2021; estrenada en España en 2022). El filme también supone el regreso de un superviviente de esa oleada de terrores asiáticos que ganó visibilidad con los éxitos de “The Ring” (Gore Verbinski, 2002), “Ju-on (La maldición)” (Takashi Shimizu, 2000) y su séquito de espíritus airados (y, a veces, muy hábiles en el uso de la tecnología para el troleo sobrenatural). En ese contexto, Pisanthanakun codirigió con Parkpoom Wongpoom “Shutter” (2004), una cinta tailandesa de acechos sobrenaturales capturados mediante las instantáneas de una cámara Polaroid.
Junto con aquel compañero de dirección, Pisanthanakun perseveró en los terrores fílmicos con “Alone” (2007) y con la participación en dos largometrajes-contenedor de historias breves, hasta que ambos realizadores separaron sus caminos y tomaron cierta distancia respecto al género terrorífico al que ahora vuelve uno de los miembros del dúo. Otros nombres del terror oriental de los 2000 se han mantenido más fieles al género a través del cual conocieron la fama, aunque la indiferencia de los distribuidores españoles haya dificultado que les sigamos la pista. Takashi Shimizu, insistente reelaborador de “La maldición” y su maraña de remakes y secuelas, ha dedicado la mayoría de sus empeños creativos al terror. Algo parecido ha sucedido con Hideo Nakata, que hace poco se volvió a poner a los mandos de la franquicia “The Ring” con “Sadako” (2019).
¿Es “The Medium” una vuelta al terror –y al mercado internacional de las imágenes– por la puerta grande? De lo que no hay duda es de que Pisanthanakun ha vuelto con un padrino de lujo: uno de los grandes del thriller surcoreano reciente –Na Hong-jin, director de “The Yellow Sea” (2010) o “El extraño” (2016)– ejerce de coguionista y coproductor. Ambos se han distanciado de los desktop films y otros artificios que parten de nuestro presente panóptico, de multiplicación de las cámaras y las pantallas en nuestras vidas cotidianas. Su apuesta pasa por una especie de neoclasicismo aplicado al found footage de miedo. Se recupera el falso documental al estilo de “El proyecto de la bruja de Blair” y su inflexión progresiva –y un tanto perezosa– hacia lo espeluznante.
La película nos muestra escenas en la vida de una médium tailandesa a quien se está dedicando una pieza documental. Un familiar suyo comienza a comportarse de manera extraña y se anticipa algún tipo de posesión. No hay prisa: optan por iniciar el recorrido con una especie de cuaderno de observación documentalista con un pie en lo antropológico. Entre estampas sobriamente bellas de los paisajes naturales, arquitectónicos y humanos de Tailandia se despliega una visión animista del mundo. Todo está, por supuesto, especiado por momentos donde lo extraño y lo amenazante van abriéndose paso entre situaciones cotidianas.
En estas irrupciones, Pisanthanakun y compañía rebuscan los recursos a emplear entre la caja de trucos habitual del found footage inquietante. A medida que se agrava el conflicto, nos esperarán las consabidas grabaciones infrarrojas de amenazas nocturnas. La narración toma velocidad paulatinamente hasta que gratifica a los aficionados al terror con un fin de fiesta sangriento. Entre las correrías de operadores de cámara carentes de personalidad que están destinados a sufrir, veremos cómo el body count crece a toda velocidad. Y lo hace en un espacio preparado para una liturgia religiosa que se convierte en escenario de teatro grand guignol, interpretado para oscuro disfrute del espectador. Ante varias cámaras que filman, ¡cómo no!, hasta el final. ∎
Eduardo Sánchez y Daniel Myrick nos mostraron el potencial y las autolimitaciones del terror found footage, presentando el metraje supuestamente filmado por tres jóvenes que desaparecen en un bosque mientras rodaban un documental sobre una bruja legendaria. Los correspondientes tiempos muertos prosaicos se van enrareciendo a medida que surgen situaciones inquietantes. Observar unas imágenes rodadas con poca definición y menos luz para escrutar la posibilidad de que algo terrorífico se oculte en el encuadre tembloroso es parte del juego. “Paranormal Activity” trabajaría esa expectativa de la irrupción espantosa desde el quietismo de las imágenes de cámaras de vigilancia.
“El proyecto de la bruja de Blair” recibió críticas por el espaciamiento de sus momentos-hito, por la frugalidad del plato que ofrecía a los aficionados al terror fílmico más aderezado por sustos y violencia. Los creadores de “[·REC]” inyectaron adrenalina al cine de metraje encontrado: narraron de manera trepidante cómo estallaba un brote de algo parecido a la rabia en un bloque de pisos. Como su coetánea “Monstruoso”, la película se acercaba al cine de acción retratado con la urgencia del reporterismo audiovisual de catástrofes y guerras. Jaume Balagueró y Paco Plaza incorporaron, además, dosis de espontaneidad mediterránea y un cierto humor incrustado entre las pausas inquietantes y los estallidos de agitación.
Pueden buscarse antecedentes en las películas sobre chats y demás, pero “Eliminado” fue el primer gran éxito comercial de los desktop films: aquellos donde la pantalla cinematográfica se mimetiza con la imagen de un escritorio de ordenador personal. Es un relato de ciberacoso sobrenatural por parte de un espíritu airado que, combinando la mensajería siniestra con el ataque fantasmal en el mundo físico, irrumpe en la vida de una serie de jóvenes. El productor Timur Bekmambetov –director de “Wanted”– ha perseverado en este tipo de proyectos: también ha impulsado los desktop thrillers “Searching” y “Profile”, la comedia “Dnyukha!” y un largo etcétera.
Obras como “El fin del mundo en 35 milímetros” o la reciente “Broadcast Signal Intrussion” han explorado y explotado la fascinación por las imágenes que pueden ser peligrosas. Sus protagonistas buscaban películas que condenan a quien las ve o vestigios de perturbadoras emisiones televisivas piratas. La serie “Archivo 81” (Netflix) tiene un punto de partida similar: cuenta cómo un restaurador de vídeos indaga entre las cintas que una académica dejó tras de sí después de un misterioso incendio. El resultado contiene ecos de mil clásicos del género, de “El resplandor” a “La semilla del diablo”. A pesar de ello, o quizá precisamente por ello, su visionado resulta agradable. ∎