Hay una clara evolución y perfección entre
“Gemma Bovery” (1999) y
“Cassandra Darke” (2018). En la primera,
Posy Simmonds se lanzaba a una novela gráfica adulta, tras años de tiras cortas y novelas gráficas juveniles. Se trataba de un encargo de ‘The Guardian’ que debía ser servido sin interrupción en cien capítulos. Era una versión actual del drama de “Madame Bovary” de Flaubert, personificada por una joven inglesa en Normandía. Acuciaban los tiempos y Simmonds tuvo que inventarse esos largos textos que enmarcaban los dibujos en vertical.
Para
“Tamara Drewe” (2007) la fórmula era la misma, aunque en este caso la autora ya había empezado a dominar la técnica y se permitía incluso añadir colores. El formato, ahora horizontal, se ponía a disposición de varias historias cruzadas en un lugar supuestamente idílico de la campaña inglesa.
Jubilada de las entregas periodísticas, Simmonds ha construido “Cassandra Darke” con la calma necesaria para urdir una narración que es mucho más compacta, aunque no renuncia a los saltos de escenario para dar cabida a diferentes generaciones de londinenses y sus tribulaciones. Hay menos texto y los dibujos interactúan de forma más dinámica con la letra. El mecanismo es de una fluidez asombrosa para que el personaje de Cassandra se nos revele más real de lo que parece. ∎