Película

R.M.N.

Cristian Mungiu

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Ya hace más de quince años de la eclosión de la nueva ola de cine rumano con títulos como “La muerte del señor Lazarescu” (Cristi Puiu, 2005), “12:08 al este de Bucarest” (Corneliu Porumboiu, 2006) o “4 meses, 3 semanas, 2 días” (Cristian Mungiu, 2007). A lo largo de estas casi dos décadas algunos cineastas han confirmado su talento. Puiu es de los pocos maestros indiscutibles del cine contemporáneo –“Malmkrog” (2020) juega en una liga superior al 99,99 % de las películas– y Porumboiu todavía mantiene la capacidad de sorprendernos: rodó un thriller ¡en silbo gomero! Otros han quedado más aparcados. Incluso han aparecido nuevos nombres, sobre todo de directoras como Adina Pintilie y Alina Grigore. Mientras que algunas películas como la que ahora nos ocupa, “R.M.N.” (2022), nos permiten detenernos en las inercias y en los aciertos de este modelo de nuevo cine rumano a través de otra de sus firmas de referencia, Cristian Mungiu.

El pasado reciente de Rumanía y la transición hacia el sistema capitalista acapararon la atención temática de los primeros títulos de estos directores. Pero, lejos de enrocarse en la revisión de su historia más cercana, los cineastas rumanos han permanecido atentos a la evolución y a las mutaciones internas de su país. El título de la nueva película de Mungiu remite tanto a las posibles siglas de Rumanía como al concepto de resonancia magnética nuclear, en un juego de palabras que condensa a la perfección esta voluntad de radiografiar las constantes vitales del propio estado.

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Para llevarlo a cabo, el director ha seleccionado como localización un municipio transilvano de aspecto idílico que le funciona como microcosmos metonímico perfecto, tanto de Rumanía como de buena parte de Europa. En el pueblo en que tiene lugar la película conviven aborígenes “de toda la vida” con rumanos de etnia húngara, exiliados laborales que regresan al hogar con inmigrantes que llegan del sureste asiático para ganarse la vida. Este contexto de movilidad demográfica constante en que los locales tienen que marcharse para encontrar trabajos bien pagados mientras que las pequeñas empresas del lugar contratan mano de obra barata migrante se convierte en caldo de cultivo ideal para que exploten múltiples tensiones. Mungiu lleva a cabo su escáner coral con una de esas puestas en escena impecables en su capacidad para interrelacionar los diferentes personajes y generar una progresiva tensión entre ellos.

El protagonista, Matthias (Marin Grigore), encarna además esa forma de masculinidad desquiciada y en crisis tan actual que cultiva amenazas (quizá) fantasmas (ese peligro inconcreto que acecha a su hijo en el bosque) para justificar su propensión al odio y la violencia. Aunque impecable en su despliegue dramático, a “R.M.N.” le pesa demasiado esta voluntad de funcionar como retrato preciso, caleidoscópico e inequívoco del crecimiento de la xenofobia en el corazón de Europa. Hasta el punto de que algunos personajes y tramas quedan un tanto asfixiados en su necesidad de funcionar como símbolos en un discurso muy concreto. Eso sí, el filme alcanza su cenit en una secuencia inapelable, una larga asamblea municipal en plano fijo donde van emergiendo los diferentes conflictos ciudadanos (y personales) para poner de manifiesto la desconexión de la Europa “real” de las instituciones que supuestamente la amparan. ∎

Rumanía, Europa, hoy.
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