Radio Futura fueron mucho más que una banda cualquiera de la movida madrileña. Eran sofisticados, iban siempre un paso por delante. El grupo terminó a principios de los 90 dejando el camino libre para que Santiago Auserón (Zaragoza, 1954), su cantante y principal compositor, pudiera caminar por otros terrenos –no necesariamente tan expuestos al gran público– bajo el seudónimo de Juan Perro. Si digo que su carrera sigue siendo una de las más interesantes y elegantes del rock de nuestro país tampoco descubro nada.
En paralelo, nuestro hombre está desarrollando desde hace años otra interesante faceta, la de escritor. En ella se enmarca el trabajo que nos sirve de excusa para conversar. “Arte sonora. En las fuentes del pensamiento heleno” (Anagrama, 2022) es una obra de filosofía con la música como centro gravitatorio. Tal como él mismo dirá más tarde, llegó a la filosofía antes de la aventura en Radio Futura y después de ser aparejador de la construcción. Terminado el grupo, retomaría los estudios para comenzar la investigación que daría forma a “Música en los fundamentos del lógos”, la tesis con la que se doctoró en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid en 2015 y germen de la obra que nos ocupa. Fue una investigación hecha a fuego lento durante más de 25 años. Por gusto, sin prisa, disfrutando del viaje.
Santiago nos atiende por videollamada desde su casa, con la calidez que acostumbra y con una siempre estimulante conversación que no sujeta al corsé del tiempo, en la que se deja llevar. Su palabra es cautivadora, hipnótica, te hace pensar y viajar. Está sucediendo aquí y ahora, en la pantalla de nuestros ordenadores, pero podría estar pasando en lo profundo de un garito donde estuviera sonando Charlie Parker.
¿Cómo llegas a la filosofía?
Fui un estudiante de Filosofía vocacional. Debo de tener algo averiado en el cerebro porque la abstracción me alivia, me proporciona un camino de libertad para eximirme de ciertas obligaciones o del business del oficio. En el período en el que estudié Filosofía yo era delineante de la construcción y estudiaba en el nocturno. Entonces ya me fascinaban los griegos antiguos, sobre todo los presocráticos. Me hice muy aficionado a la lectura de esta gente. Un par de años antes de empezar Radio Futura comencé una tesis doctoral en París que versaba sobre el poeta loco Antonin Artaud, pero me cansé del aspecto de arrogancia que tenían allí los estudiantes universitarios, esa especie de tono subido y elitista del que todo el mundo hacía gala como si fueran pensadores estrella de nacimiento. Me hartó aquello y, cuando volví a Madrid y empezaron a sonar los tambores de la premovida, me pareció más interesante. Y se me complicó la vida por ese camino, pero siempre mantuve encendida la candela del interés por la filosofía. Cuando acabaron las tensiones en Radio Futura y creí que iba a ser más libre con el proyecto Juan Perro, pensaba: “Si le lanzo un ladrido a la cara del negocio musical, esa parte me va a dejar en paz y así a lo mejor tengo tiempo de retomar mis estudios”. Ese era el plan, pero luego ha resultado todo ser mucho más complicado. Pero sí es verdad que ahí, a principios de los 90, volví a la facultad y orienté mi nueva tesina hacia la épica en la Grecia antigua. De todos modos, no me considero un filósofo, solo un estudiante de Filosofía. Y hago lo que puedo para ser un músico digno.
Desde tu mirada de estudioso de las músicas que te interesan, creo que es pertinente preguntar hacia dónde crees que se dirige la música actual.
Lo que predomina en los medios de comunicación hoy en día es una imagen mercantil. La manipulación mercantil de los contenidos culturales –sobre los que alcanzan a mucha gente– ha existido siempre y no tenemos que ponernos nerviosos por esto. Pero sí hay que tratar de evitar que sea excluyente y que nos eche fuera del mercado a viejos y jóvenes. Si no sales por televisión haciendo de coach –como yo he rechazado en alguna ocasión– no tienes futuro en el directo, que es el único modo de supervivencia en estos momentos. Y si esto nos pasa a los veteranos, imagínate lo que le pasa a los nuevos, los chavales que quieren dedicarse a esto.
El problema del mainstream en el negocio musical a gran escala es que está movido otra vez por una burbuja… Antes de la inmobiliaria hubo una burbuja musical, que fue la que promovió primero el rock’n’roll cuando alcanzó cifras de ventas planetarias sin dejar de ser un arte interesante, hace décadas. Ese poder de contagio eléctrico alumbraba ideas y emociones porque se aliaba con cosas como la lucha por la integración de los negros en Estados Unidos o las revueltas juveniles de aquí y de allá. Internet se ha cargado ese horizonte de posibilidades de la nueva música popular bajo la apariencia de más canales y más medios para difundir y acceder a la música. Porque en realidad produce una pasividad del oyente, que no está motivado y necesita un camino a seguir que, a fin de cuentas, se da con las relaciones entre personas.
La música sigue siendo un asunto de relaciones entre personas, no entre una persona y un ordenador. Los chavales se aíslan del universo con sus auriculares mientras patinan, pero en realidad lo hacen por el influjo de amistades y ligues que los rodean, y así ha sido desde el inicio de los tiempos. Lo que quiero decir con esto es que el negocio hoy en día va aparentemente hacia una especie de automatización del consumo de producciones musicales hechas en serie, en las cuales apenas cuenta la elaboración artística y sí los algoritmos que rigen las producciones para producir el máximo de beneficios en el mínimo tiempo posible.
Es decir, que prima el cálculo, el logos griego reducido a su mínima expresión. ¡Todavía estamos en la guerra de Troya, amigos! Esto nos podría llevar a una visión pesimista de los tiempos que corren y del horizonte que viene, pero creo que debemos pensar que la música y las artes son todavía armas para ejercer nuestra condición de seres humanos. En este panorama, recuperar la esencia sagrada de las musas para los hijos del rock’n’roll, del hip hop y hasta del reguetón es necesario.
Tengo que confesar que ha habido partes del libro que he tenido que leer varias veces, y creo que necesitaría una segunda lectura completa para llegar a comprender todo lo que contiene.
Dependiendo de cómo tenga yo el día, de cómo haya reposado o del insomnio que haya tenido, hay partes del libro que me cuestan a mí también. Ahora me lo estoy releyendo para tratar de superar a cada paso la dificultad de los conceptos más densos, que requieren más diálogo con los pensadores que rigen los destinos del logos en el siglo XX. Una parte del libro se tiene que enfrentar a esa pelea, y para hacer bien ese trabajo hay que pasar por el aro del rigor y la disciplina, y esto provoca que haya algunos pasajes densos. Yo propongo al lector musical no especializado en filosofía que haga una lectura fragmentada y sin prisa.
No sé muy bien si es un libro de filosofía o de musicología.
Es que es necesariamente interdisciplinar entre la filosofía, la musicología, la tradición literaria, la tradición poético-musical previa a la escritura, algo de sociología del conocimiento, antropología… También hay una parte importante dedicada a la métrica, a la construcción del verso. La importancia de la música en la Grecia antigua ha tenido que ser reconocida, incluso por los propios helenistas, después de más de 2000 años. Solamente en la segunda mitad del siglo XX empieza a generalizarse en los congresos de los homeristas la inquietud por la explicación de las prácticas musicales en las ciudades de la Grecia antigua. Y ahí el debate era candente entre los que decían que Homero era cantado y los que decían que era recitado. O los que decían que el papel de la música en el sistema de representaciones simbólicas en general era preponderante y los que decían que es la textualidad y la escritura la que rige ese sistema de intercambio simbólicos que en la Grecia antigua llamamos “logos”.
Logos empieza significando algo casi igual que mythos. Es “decir”, “expresar verbalmente”. Pero luego se va distinguiendo el logos que es capaz de dar razón de sí mismo del mythos, que simplemente estimula la fantasía. Y ese logos que es capaz de dar razón de sí mismo es el logos del historiador que propone testimonios del pasado que puedan ser ratificados, fiables, y no solo juegos de la fantasía con las musas. Finalmente el logos, en el ámbito latino, pasa a ser ratio, que significa “razón”, pero también “cálculo”. Es decir, que el proceso de intercambios simbólicos del logos griego desemboca en el cálculo de audiencias en última instancia. Es importante ver con perspectiva el origen de estos problemas y el modo en que estos son candentes aún en nuestra problemática actual cotidiana. De ahí la conveniencia de echar la vista atrás tanto como podamos, tanto como permitan los testimonios o los documentos.
Decías que se ha tardado 2000 años en llegar a reinterpretar esta herencia de Grecia, y afirmas en el libro que es Nietzsche el primer pensador que asume la necesidad de reinterpretar el pensamiento de los griegos a través de la música.
Nietzsche es un personaje inquietante que ha sido vilipendiado y ensalzado muchas veces. Es el pensador del entusiasmo lírico y el pensador de la embriaguez y el sentimiento. Y es algo más que eso. Era un visionario que tenía una capacidad de penetrar en las ideas complejas y de proponer fórmulas que tocaban la tecla exacta. Es también el pensador del entusiasmo nacionalista germánico, del germanismo al estilo de Wagner, sobre todo en su primer libro, “El nacimiento de la tragedia” (1872). Pero pronto cambió de idea y dijo que aquel era un libro demasiado encendido, aunque está lleno de ideas interesantes.
Para mí sigue siendo una referencia muy interesante, pero una referencia que hay que abordar con sentido crítico. Y es el primero que dice drásticamente “aquí lo importante era la música”. La música está en la raíz de nuestra civilización. La música entre los griegos era constitutiva de la manera de pensar. Y el carácter sagrado que tenían las prácticas musicales en Grecia antigua era el fogón en el que se gestan las maneras de pensar en Occidente. El puñetazo en la mesa de Nietzsche en relación con la metafísica occidental dice que todos estos conceptos en los que se alaba la tradición filosófica heredada por Occidente de los griegos son meras metáforas, y además son metáforas muertas que han perdido su capacidad para generar y contagiar ideas. Esa es la verdadera luz que porta Nietzsche: que todo conocimiento es metafórico y que la posibilidad de alcanzar la verdad no es más que un sentimiento que nadie puede aspirar a poseer de una manera definitiva ni totalitaria. Por esa vía es por la que Nietzsche es un pensador musical que genera conceptos nuevos y está en la base del giro que permite recobrar la conciencia de lo que significaba la música para los griegos antiguos.
En el libro sobrevuela de manera recurrente la idea de Homero, de la “Odisea” y la “Ilíada”.
Lo primero que hay que decir es que soy todavía un pequeño lectorcillo fascinado por el esplendor de esos versos de Homero. Hay algo ahí enormemente caliente y vivo todavía. Y no solo para los letrados, sino que creo que todo lector que se deje llevar encuentra en Homero prácticamente un hogar al que volver. Yo creo que hay que volver a Homero porque es un placer para los sentidos dar el salto de la actualidad digitalizada, empobrecida y mercantilizada a este reducto que en lugar de decir chorradas dice verdades como templos. Y además lo hace con humor, y esto es algo que creo que no se ha analizado aún suficientemente.
En uno de los pasajes del libro citas al filósofo italiano Rocco Ronchi, quien afirma que “el filósofo viene a ocupar el mismo espacio que el poeta, y a servir a la misma diosa”. ¿Podríamos decir que esta frase describe tu propio trabajo?
Creo que lo que dice Ronchi es verdad, pero hay que precisar las razones. Platón llama a la filosofía “ciencia de lo verdadero”, no simple inspiración de las musas que a través del entusiasmo provocan el delirio de los poetas y de los músicos. Él reconoce que este delirio es de origen divino, pero eso lleva a la sinrazón y a la demencia. Y para afirmarse en el camino de la verdad hay que ejercer la voluntad de verdad. Este es el proyecto platónico. Ciencia y no mero entusiasmo poético. Sin embargo, Platón termina diciendo que en realidad la pretensión de la filosofía es ser la verdadera poesía.
De modo que sí, es la misma diosa, pero de una manera problemática. La filosofía en cierto modo preserva un germen del influjo de la música al que otros discursos renuncian, como el discurso político o el discurso histórico. Platón lo reconoce expresamente y creo que cualquier lector sensible puede ver que detrás de toda la armazón –a veces pesadísima– del lenguaje filosófico hay una pretensión lírica de fondo y una especie de sublimación de la armonía.
Yo creo que gracias a los músicos negros en el siglo XX hemos descubierto que el ritmo está dialogando esencialmente con la armonía en lo más profundo de la práctica musical de los humanos desde hace mucho tiempo. Y gracias a la revolución de la música popular del siglo XX nos hemos hecho conscientes de que ritmo y armonía van de la mano, que no se pueden desligar. En cierto sentido, se nos hace necesario a los hijos del rock’n’roll volver la mirada atrás, al momento en que palabras y música, ritmo y armonía, cooperaban en el círculo de las musas. Nuestro pequeño oficio tiene algo de sagrado, somos aliados de las musas. En este sentido el libro lo que propone es una mirada hacia el pasado que nos dote de argumentos y de capacidad de análisis para no dejar toda la evolución de las artes, y sobre todo de las artes musicales, en manos de las empresas del mainstream y del cálculo. ∎
Apaga la televisión, pon el móvil en modo avión, encuentra un sitio cómodo y siéntate. No, no vamos a hacer meditación mindfulness, vamos a leer una obra que merece toda nuestra atención, que necesita que estemos centrados y lejos de las distracciones de hoy en día. Porque este no es un libro cualquiera con el que pasar el rato, este es un trabajo para pensar y para aprender.
A través de las fuentes del pensamiento heleno, tal como indica su título, Santiago Auserón propone un profundo y ambicioso viaje musical a las raíces de la filosofía (¿o es al revés?) y la sabiduría occidental para, de paso, intentar hacernos meditar sobre nuestro presente. Y no lo hace en vano, no es ningún advenedizo. Además de músico, Auserón es doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. El doctorado lo logró con su tesis “Música en los fundamentos del lógos”, escrita tras una investigación de más de dos décadas. Sabe de lo que habla.
Las más de 700 páginas de “Arte sonora. En las fuentes del pensamiento heleno” recorren el origen del logos y del mythos, de las primeras liras, la herencia de Platón, las leyendas heroicas, Homero, la métrica, la armonía de Aristóxeno, la relación entre ritmo y melodía con la palabra hablada… Todo para intentar arrojar luz sobre el gran misterio que aún hoy es el uso y la importancia de la música en la Grecia antigua, una sociedad que todavía nos reserva sorpresas por descubrir e incógnitas por desvelar. No resulta tarea fácil entrar en el discurso de Auserón, pero una vez dentro el viaje es apasionante. La visión que ofrece del pasado remoto permanece unida al presente de manera indeleble, ofreciendo pistas de por dónde podría ir el futuro del cálculo, del logos, del mythos y de nosotros mismos como sociedad. ∎