Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.
Enrique Urbizu es uno de los guionistas y directores más sólidos del cine español. Nadie como él es capaz de mostrar el submundo tenebroso de la delincuencia y el narcotráfico en thrillers poderosos como “No habrá paz para los malvados” o “Gigantes”, con ese Rastro de Madrid que no te atreves a pisar después de haber visto la serie. En esta entrevista, el cineasta descubre sus afinidades musicales, que discurren por el lado salvaje de su amado Lou Reed que tan bien refleja su cine.
Es ver a José Coronado decir “rock’n’roll” en “No habrá paz para los malvados” (2011) y uno percibe que quien ha puesto esas escasas nueve letras en el guion de la película –es decir, su director, Enrique Urbizu– tenía muy claro tanto lo que quería dar a entender y lo que para él es el rock’n’roll.
En la filmografía de Urbizu (Bilbao, 1962) vemos discurrir más thrillers, como “Todo por la pasta” (1991), “La caja 507” (2002), “La vida mancha” (2003) o la fantástica serie rodada para Movistar+ “Gigantes” (2018), todas ellas situadas en mundos subterráneos y violentos en los que las armas, las drogas, el sexo y el rock’n’roll funcionan como un todo homogéneo. Y cuando se trata de elaborar una lista de escucha las referencias son inequívocamente clásicas… Lo que corresponde a la música que iba a formar parte, tal vez sin saberlo claramente, de su vida.
Tengo la sensación de que debes tener una colección de discos importante.
Pues no. Los vinilos, los pocos que tuve, se quedaron en una mudanza en Barcelona y luego ya hubo que repoblar el mundo con los putos CDs. Estarán en el garaje del suegro (ríe)… Por ahí se me quedó, por ejemplo, el primer disco que me compré, cuando tendría unos 16 años; era de T-Bone Walker, un pionero de la guitarra eléctrica, de la colección “Maestros del blues”. Siempre me he acordado de ese disco y no lo he vuelto a encontrar. Tengo otros de T-Bone Walker, pero ese no.
¿Por qué te compraste ese?
Fue un poco a ciegas. Yo oía mucha radio en casa. Soy seguidor de Radio 3 desde su nacimiento. En aquella época todo era descubrimiento. En EITB había un programa de jazz, creo que se llamaba “Batería y contrabajo”, y aquello era un filón. Luego mirabas con mucha hambre los escaparates de las tiendas de discos.
Muchos nos hemos formado musicalmente a través de los gustos de nuestros hermanos mayores, ¿es también tu caso?
Tengo dos hermanas que son cuatro y cinco años mayores que yo. Y me influyeron, claro. En casa había un tocadiscos muy antiguo, de válvulas. Mi viejo escuchaba música clásica, pero tampoco tenía una gran discoteca. El primer disco que sonó en casa y que no era de mi padre lo trajo una de mis hermanas mayores; creo que fue el “Tea For The Tillerman” (1970), de Cat Stevens. Me sigue gustando mucho: “Father And Son” sería una de mis diez canciones, de las que llevas ancladas desde muy atrás. Además, era cojonudo para el aprendizaje de inglés: tenía una pronunciación cristalina y podía seguir las letras. Mis hermanas ya estaban en la adolescencia e iban un poco por delante de mí; el “Je t’aime… moi non plus” de Gainsbourg fue un gran éxito en casa (ríe). Esas son dos canciones de las ancladas involuntariamente.
También estaba el colega con el que empecé en el cine y demás, Luis Marías, cuyo hermano mayor se fue a estudiar a Madrid, dejando en Bilbao un equipo de música decente y una discografía interesante a nuestra disposición… y la saqueamos. Los fines de semana, si no estábamos viendo cine, los pasábamos charlando y escuchando música, desde King Crimson a Mink DeVille. Y con la Velvet Underground, que solo con el disco del plátano ya tendríamos las diez canciones para la lista, porque adoro ese disco.
En esa época también me encantaban The Animals y The Kinks. En el colegio había otro “zumbao” fan de Dylan y traducía sus letras. Y claro, si pienso en Dylan y el cine, tengo que incluir “Knockin’ On Heaven’s Door”, de la película de Peckinpah –se refiere a “Pat Garrett y Billy The Kid” (1973)–. Y habría mucha banda sonora en toda esta biografía musical. Por ejemplo, la sintonía de Henry Mancini para “Peter Gunn” (1958-1961).
Siguiendo una línea cronológica, ¿pasaste por alguna etapa sinfónica?
Pasé por todas las fases: el rock progresivo y el rock sinfónico y el rock americano. Lo confieso: me compré algún disco de Rick Wakeman. “The Six Wives Of Henry VIII” (1973) y “Journey To The Centre Of The Earth” (1974) me encantaban. Tenían algo de narrativo que me enganchaba. Mucho antes de todas estas mierdas de espada y brujería, de los anillos y no anillos, el Wakeman, con sus capitas y tal, te llevaba a mundos fantásticos. Y me admiré hace poco cuando supe que sigue vivo y en activo. No para y tiene una discografía enorme.
Mi círculo de amigos era variado: unos eran de Supertramp, el otro era de Dylan y yo estaba con la Velvet. Y Frank Zappa nos volvía locos a todos. No sabías qué hacer con él. Te preguntas “pero ¿esto qué es?”. Es todo y es nada. Un loco muy alegre.
¿Y te empapaste de rock radikal vasco?
Mientras en Madrid empezaba la movida, en Bilbao nacía el rock radikal vasco, y tuve el honor de conocer a los Eskorbuto. Trabajé en un par de vídeos con ellos. Quienes los conocían eran los futuros productores de nuestros primeros largos. Yo ya quería hacer cine y esa gente tenía una productora de vídeo; con ellos hacíamos vídeos industriales, documentales, bodas y, luego, por nuestra cuenta, este tipo de cosas. Los vídeos de “Enterrado vivo” y “Antes de las guerras” son de esta gente, y yo trabajaba como ayudante de dirección. Y, de hecho, el tipo que dispara a Yosu al final de “Antes de las guerras” soy yo (ríe).
¿Cómo fue trabajar con el grupo?
Conocerlos te amplía el mundo. Nosotros éramos estudiantes más bien pacatos y queríamos hacer cine por encima de todo y tal y cual, pero aquello ya era “la calle”, algo que nosotros habíamos probado poco…
A los Eskorbuto los he disfrutado mucho. Su himno, “Cuidado”, es una de las canciones de mi lista, y de vez en cuando me la meto. Solo esa, porque son durillos. Eran muy honestos los hijos de puta; estaban como cabras, pero eran de verdad. Todo aquello del rock radikal vasco era mucho menos pop y mucho menos lúdico que lo que se hacía en Madrid, con Los Secretos, etcétera. Aunque la pérdida de Enrique Urquijo me jodió. A mí y a muchos.
También me gustaba mucho Barricada. En mi lista, sí o sí, tengo que meter “En blanco y negro”. Podría meter cualquier tema de Barricada. Y de El Drogas. Pero la versión que este tiene de “Frío” –tema de Alarma!!!, banda fundada a principios de los 80 por el desaparecido Manolo Tena– en el primer disco de Txarrena me encanta.
¿Cuántas veces les has visto en directo?
Yo no soy de conciertos. En ese sentido no he sido militante, pero sí soy muy consumidor de discos. Y entre Bilbao y Madrid y Madrid y Bilbao había mucho viaje, mucho coche, pero yo no conduzco: yo era el DJ, primero de casete y luego de CD. Ahora Spotify te dice “escucha esto” o “escucha esto otro”, y yo me niego. Yo no quiero comprar en internet; prefiero ir a La Metralleta o a la FNAC. Antes, ir a comprar discos era de puta madre. Ahora, en cambio, casi hay que mendigar “dame un disco”. Ahora preguntas por Nick Cave en El Corte Inglés y te mandan a la ferretería, a la sexta planta: a por “destornilladores Cave” (ríe).
Cuando hablamos por teléfono para preparar la entrevista me dijiste que te ibas a comprar el “CARNAGE” (2021) de Nick Cave y Warren Ellis y que acababas de comprarte la caja “Oro, salitre y carbón” (2020) de Nacho Vegas. No has perdido el pulso de la actualidad, pese a que la playlist que nos has mandado está llena de clásicos…
Yo intento estar al día con la música y con los cómics. Si paso por una librería, voy directo a la sección de cómic, porque se hacen cosas muy interesantes a nivel gráfico y de adaptaciones. El haber leído tebeos toda mi vida creo que tiene mucho que ver también con mi vocación de cineasta y es algo que no he perdido. Y con la música pasa algo parecido: lo que sucede es que los viejos están de puta madre últimamente: Iggy Pop, Dylan, Van Morrison, Nick Cave… Todos han sacado material recientemente y son buenísimos. El “Rough And Rowdy Ways” (2020) de Dylan es un pedazo de disco; y el “Free” (2019) de Iggy Pop, con su “James Bond”, es una joya. ¡Y tiene 70 años! Y lo titula “libre”, como diciéndonos: “hago lo que me sale de…”. Me recuerda a esa libertad que también han tenido los cineastas al alcanzar una edad en la ya que les da todo bastante igual y con poco pueden trabajar muy libremente. ¡Joder! El “Lulu” (2011) de Lou Reed con Metallica… No sé si eso es un testamento o un “¡idos a tomar por el culo!”. Supongo que hay que tener una edad y un recorrido para hacer ese tipo de disco. Pero es que Reed, de joven, ya había hecho cosas como “Metal Machine Music” (1975) y de viejo volvió a ponerse burro e industrial.
Lou Reed es la “estaca” que más me ha marcado. Y probablemente sea el artista que más veces he visto en vivo, que serán tres: borde como él solo, pero en un estado de comunicación emocional te diría que casi literario. Y su voz. Y luego el guitarreo salvaje de la Velvet y todo eso unido a la poesía. Yo creo que es el músico que me resulta más esencial. Hasta con la ropa, vestido de negro. “Take No Prisoners” (1978) es el mejor disco en directo de la historia, con la versión de “Street Hassle” de quince minutos. ¡La de horas de autobús que me he comido escuchando esto a tope! ¿Sabes? Conocí a Nazario y este tenía un rebote con Reed… Le odiaba porque plagió la portada de “Take No Prisoners” de un dibujo suyo y pasaron no sé cuantos años hasta que, por fin, Nazario cobró los derechos, después de un juicio y todo. Ese disco suena realmente a directo y Lou lleva un pedo como un general.
En tu lista aparece “Omega” (1996). ¿Por Morente o por Lagartija Nick?
Cuando te vas haciendo mayor se va produciendo el descubrimiento paulatino de un montón de cultura que, en la época de Franco, nos era escamoteada. La copla, por ejemplo. Aunque para mí, por suerte y por razones familiares, no me es nada ajena: mi abuela materna es de Jaén y mi madre, aunque de padre vasco, nació en Las Navas de Tolosa, provincia de Jaén. Todos mis tíos de la rama Jáuregui Jiménez nacieron en Jaén durante la guerra civil. Cuando cayó el frente vasco en 1937 se trasladaron al norte, huyendo de Andalucía, a reunirse con la familia que quedaba en el País Vasco, que ya estaba “nacionalizado”, por así decirlo.
Este contacto con algo que no era nacionalista vasco, porque mi padre sí era Urbizu Aguirre, con los “ocho apellidos”, fue un gran contrapeso. Mi abuela tenía un saber y un intuir naturales: era una persona analfabeta, antediluviana, olivarera, viuda, con un montón de hijos… Yo tenía veintitantos años cuando murió y hasta ese momento habíamos compartido habitación. Un buen día escuché a Camarón, y otro un amigo me puso un disco viejo de Juanito Valderrama, y se me caen las pelotas. O como cuando oyes a las viejas estas que cantan, que parecen apaches. Y empiezas a darte cuenta de que el flamenco es “la poya”. Y yo, sin ser para nada entendido ni levemente aficionado, he aprendido a disfrutarlo, aunque sea de manera intuitiva.
Recupero el hilo: el “Omega” de Morente lo vi en directo en el concierto de La Riviera, con Lagartija Nick, cuando tocaron con las máscaras. Fue mítico, impresionante. Me acuerdo muy bien. Y se convirtió en la banda sonora “moral” de la escritura del guion de “La caja 507”. Luego, durante el rodaje me llevé solo un disco, el “Poesía básica” (2001) de Extrechinato y Tú –el “supergrupo” formado por de Robe, Iñaki “Uoho”, de Extremoduro, y Fito Cabrales, de Platero y Tú–, sobre poemas de Manolo Chinato. Este sí fue la banda sonora de mi rodaje, con el coche para arriba y para abajo, en el hotel, etc. Quemé el disco. Lo desgasté.
Hay músicas que están relacionadas con determinados rodajes o estados de ánimo a la hora de hacer la peli y casi todos los guiones tienen una banda sonora de trabajo. Cuando trabajamos juntos Michel –Gaztambide, coguionista en varios de sus proyectos– y yo solemos hacer un recopilatorio de temas muy heterogéneo, pero que tienen que ver casi con la estructura de guion. Podemos empezar con “El oro del Rin” de Wagner y no sabes por dónde terminará la cosa.
¿El guion es lo que te va diciendo “quiero poner esto”?
Se juntan solas las cosas. No es tanto voluntad como azar. Coincidencias. Igual que hay libros que te llevan a otros libros. Michel también está todo el día con música. Y cuando acabamos la jornada laboral de escritura, nos relajamos, nos encendemos un porro y nos tiramos músicas que ha descubierto el uno o el otro. Él mucho más, porque está más tiempo poniendo música en internet. Yo sigo tirando de mi humilde aparato, porque no me gusta el ordenador. Y solemos pasar un buen rato escuchando música juntos, desde Rodrigo Leão a una “jevi” guitarrera californiana, pasando por Janis Joplin o Tom Jones. Mira, este es otro que sigue sacando discos cojonudos.
Tirando de la Velvet, ¿te han interesado Nico y John Cale y sus relaciones con los primeros minimalistas, La Monte Young y Terry Riley?
Sí, pero hasta cierto punto. Porque cuando se quedan muy “sueltos” me aburro también. Los primeros discos de John Cale los escuché y luego puede que le haya perdido la pista. Me gustó mucho cuando se volvieron a reunir en 1972, en el disco en directo en París, con Nico. Me gustó también el “Paris 1919” (1973). Y el “Songs For Drella” (1990), por la muerte de Andy Warhol. Pero a Nico le perdí la pista.
¿Qué tal te llevas con las tendencias actuales del trap o el reguetón?
Mira, a mí me interesaba el hip hop en sus inicios. Sobre todo Public Enemy, que cuando empezaron eran muy radicales. Te estoy hablando de 1991 o antes… Luego, lo de los medallones, la ostentación, el perreo, el chándal… La pérdida de contenido social o político y la transformación o apropiación de ritmos latinos… no me van. Y hay una parte que no soporto, que es precisamente la más vendible, supongo: la más frívola, más de baile, más sexual… Lo de “que te lo como todo” –hace como que canta, imitando el trap–. ¡Me parece hasta…! Tendría cuidado con mis hijos, vamos… Pero anoche, por ejemplo, me quedé dormido leyendo un libro de Gata Cattana, que era una poeta espectacular. La estoy descubriendo al leerla; musicalmente todavía no me he metido mucho, pero era un personajazo. Y lo poco que he oído de “El Madrileño” (2021), de C. Tangana, me parece interesante. Los que me tienen muy loco últimamente son Califato ¾. Tienen mucho conocimiento del pasado. De Triana usé “El lago” en “La vida mancha”. Triana también está en mí código genético, en primero de carrera…
Tu compositor de confianza desde hace dos décadas es Mario de Benito, que tiene un pasado musical como músico de rock: en los 80 formó parte de dos bandas de escasa trayectoria, Trópico de Cáncer y Trabesura. En esta última tocaba los teclados y trabajaba con Eduardo Pinilla –en Burning desde 1992– y Juan Márquez, de Coz.
Mario hace muchas bandas sonoras, mucha televisión –suyas son las bandas sonoras de “Los ladrones van a la oficina” (1993-1997) o “La casa de los líos” (1996-2000)–. Coincidí con él cuando hice un capítulo de la serie “Pepe Carvalho” (1999). Y Mario y yo nos entendimos porque nos parecemos fundamentalmente en una cosa, y es que lo último que nos preocupa es nuestro estilo: nos ceñimos a lo que pide el material. Eso lo hace muy dúctil y, debido a la confluencia que surgió desde el principio, nos hemos hecho íntimos. Mario y yo trabajamos juntos meses antes de que empiece el rodaje. Yo le hago mucho caso al sonido de las pelis. Cada peli tiene que sonar de su propia manera y eso incluye la banda sonora. Primero son conceptos abstractos: “aire y brisa”, “sí, pero no”, etc. Pensamos juntos y luego trabaja él y después nos volvemos a sentar y me deja hacer propuestas. Yo no tengo ni puta idea de música, pero podemos llegar a la conclusión de que una determinada escena necesita ritmo externo.
Para acabar, esa frase, que ha quedado para la historia del cine español, con José Coronado diciendo “rock’n’roll”… ¿aparecía en el guion o se improvisó?
Estaba escrita, pero Michel se empeñaba en que la quitara. Y yo le decía que sí, que lo quitaría en montaje, si llegaba a rodarlo. Pero ha sido un éxito. De hecho se ha usado bastante: en el mismísimo “Carrusel deportivo” están todo el día con lo de “rock’n’roll”. Ahora soy yo mismo el que la empleo como coletilla para los rodajes, para motivar a los actores. A veces les digo: “parece que me estéis bailando un tango, y lo que quiero es guitarra eléctrica, rock’n’ roll”. Y lo entienden a la primera. En la siguiente toma ya salen en plan guitarra eléctrica.
Por cierto, ¿a Coronado le gusta el rock?
No, no me consta. Yo creo que José es más melódico. ∎