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Película

Soul

Pete Docter & Kemp Powers

24. 12. 2020

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Hasta un juguete inerte lo sabe: desde que refundó la animación mainstream hacia el uso de lo digital como norma, Pixar se ha obsesionado con ser (y la han forzado sus dueños, Disney, para que lo sea) la fábrica de relatos “más grandes que la vida”, con mejor funcionamiento y efectividad del mundo. Ahí está la paradoja existencial de Pixar: por un lado, debe ser siempre una fortaleza state of the art a la hora de la animación, un faro de logros visuales y técnicos. Y, por el otro, un bazar de reflexiones sobre el tiempo y la permanencia que oscila entre John Ford (por su épica y contundencia) y el manual de autoayuda (por su reiteración, por a veces sacrificar ideas en pos del mensaje).

En esa esquizofrenia cuentacuentos y escupefranquicias (ahí están las decenas de series basadas en sagas de la compañía animada anunciada para Disney+), llega “Soul” (2020). Su ABC: “primera película con un protagonista de color”. Pero su XYZ vendría a ser que es la primera película donde Pixar se ata al mundo real antes que a su diseño (esto es: los juguetes, los autos, las casas que vuelan con globos...). Pixar ahora decide mostrar el más allá, pero antes de hacerlo establece dos nexos cruciales con la vida, con la vitalidad: el jazz y Nueva York. Un profesor de jazz que fallece está desesperado por volver a nuestra realidad, y con razón: estaba a punto de tocar con una leyenda del género, alterando así su rutina de maestro de música en un colegio, y de repente, la oscuridad. Desde esa premisa, el hoy mandamás del estudio, Pete DocterMonstruos, S.A.” (2001), Up”, (2009)–, saluda un universo de relatos, junto con Kemp Powers (codirector y guionista), que juega, como nunca antes, con texturas, referencias, experimentaciones y, claro, lecciones de vida.

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A lo largo de su narración, “Soul” se mueve de manera que parece más feliz cuanto más “improvisada” (un adjetivo que encendería la ira de cualquier animador a la hora de describir el trabajo en el medio). Pero hay algo en su libertad, en su devaneo con igual cariño tanto por el más allá como por el Upper West Side, que la hace una película felina antes que una película mareada de tantas ideas. Es como un gato neoyorquino, claro. Su inventiva visual sirve para ilustrar la energía de Nueva York (o su misterio, o su caos) de la misma forma que genera desde cero una idea alucinada del “más allá”. Ahí hay un nervio, una felicidad, casi de turista, o incluso de enamorado. Eso pierde tensión en sus casilleros más básicos, que vendrían a ser los momentos en los cuales la poesía no le permite a la comedia demostrar que también sirve (igual de manera más eficaz) para entender el mundo.

“Soul” es una película que cruza en su ADN a Herbie Hancock con Dalí, a Tove Jansson y sus etéreos mumins con los bares subterranéos de la gran manzana. Y, milagro, sale airosa de esas mutaciones. ¿La razón? Se fascina y, por eso, se convierte en algo fascinante. Sus ambiciones a la hora de mostrar la vida y un posible sentido de la misma permiten que el metro de Nueva York sea un bullicioso paraíso habitado por entidades más allá de la comprensión llamadas Jerry. Ahí está su alquimia y vitalidad. También su herejía para incluso otros relatos de la compañía: “Soul” no impone ideas, las deja que crezcan, que tengan vida y... alma. Así puede mezclar fragmentos narrativos donde domina el punto de vista de un gato, otros donde no hay leyes de la física, otros donde se saluda la inventiva de Hayao Miyazaki y otros donde Frank Lloyd es la energía en pantalla. Diablos, hasta crea el más perfecto saludo a la pizza que haya generado la historia de la humanidad.

En su energía, en su intensidad, el tren sin freno de “Soul” a veces pasa más rápido de lo que uno querría por sus diferentes estaciones. Por suerte, sus distintos relatos funcionan mejor como estela que como hábitat. Son los recuerdos o sensaciones de las escenas los que van tomando el aire alrededor del filme. Y eso, intencional o no, va perfectamente con la idea de arte, de vida, de ciudad, que posee la película. Y que posee Pixar. ∎

Las segundas oportunidades a ritmo de jazz.
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