Vivien Goldman (Londres, 1952) pertenece a esa estirpe de gente capacitada para aprovechar la vida intensamente. Como crítica musical, grabando discos o siendo relaciones públicas de Atlantic y Island Records, bien que lo ha hecho. Sin embargo, su carrera académica en el Clive Davis Institute Of Recorded Music de la Universidad de Nueva York como profesora adjunta especializada en punk, reggae y afrobeat la ha llevado a una tarea superior. Uno de los grandes escollos a los que se enfrenta el talento femenino es el reseteo continuo de su historia, su marginación (o borrado sistemático,
“fuera de unos pocos nombres sagrados”, como la propia Goldman explica).
En este sentido, el último libro de la escritora y artista –que vivió el estallido del punk en suelo británico, cubriendo lo que hacían gente como Siouxsie o Ari Up en su momento– es una obra que, si se es optimista, servirá, y mucho, a sucesivas generaciones.
“La venganza de las punks. Una historia feminista de la música de Poly Styrene a Pussy Riot” (“Revenge Of The She-Punks. A Feminist Music History From Poly Styrene To Pussy Riot”, 2019; Contra, 2020), pese a su título, esconde un binomio de rabia y belleza:
“Nuestra venganza en nuestra compleja supervivencia”, escribe en el prólogo de un ensayo que cuenta con cuatro tramos diferenciados. Identidad, dinero, amor y protesta con la música como fuente directa.
¿Fue el punk un movimiento especialmente identitario?
“La gran libertad del punk estribaba en que apostaba por liberarse de su propia identidad recién nacida. En ese sentido, tal vez no se sintiera bien con las diversas búsquedas identitarias de hoy”, dice.
“Las mujeres no son uniformes, pero generalmente estamos de acuerdo en las necesidades básicas. ¿Cómo las alcanzamos?”, se pregunta. Abundar en las similitudes y diferencias del sujeto femenino, de la mitad de la población, es complicado, y está siendo objeto de airados debates hoy.
“Esperaba escuchar una variedad de voces, algunas incluso en desacuerdo”, como la de la antiabortista Gia Wang, líder de Hang On The Box, primera banda punk china íntegramente femenina.
El enfoque del libro es intergeneracional y poscolonial; de ahí que señale realidades durísimas como las de Pragaash, grupo indio amenazado de muerte en 2013. Vivien concuerda con el apunte, y añade que con este ejemplo quería
“subrayar cuán amenazantes son las mujeres que hacen música para un régimen extremista de línea dura, absolutamente dominado por los hombres...”. Y es que el punk como escape sigue vigente, mal que pese a cierto pontificado masculino:
“Insistirán en que el punk está muerto, pero es una falacia para desanimarnos, especialmente porque la franqueza y simplicidad del género lo hacen accesible a personas de experiencia limitada, chicas que no han tenido modelos que seguir”. Como Pragaash, que literalmente colgaron sus guitarras ante la condena del Gran Muftí en la región de Cachemira.
“Bandas de la generación postrabajo” como Maid Of Ace o Skinny Girl Diet, heroínas de clase como Viv Albertine (Slits), representantes de la comunidad
queer (como Silas Howard, guitarrista en Tribe 8 y primer director trans de la serie “Transparent”), antimaterialistas como Nastia Minerálova (Pussy Riot), punks que se mueven en la autogestión (las colombianas Piedad y Vicky Castro, de Fértil Miseria) y figuras del ska multirracial –marca 2 Tone– como Rhoda Dakar conviven en el relato con grandes referentes como Patti Smith o Grace Jones.