Wes Anderson lleva años escudriñando las emociones humanas (la incapacidad de madurar, la incomunicación paterno-filial, la torpeza sentimental) a través de un sofisticado sentido del artificio que le ha proporcionado legiones de fans, pero, al mismo tiempo, feroces enemigos que consideran que tanto estilo y autoconsciencia restan verdad a sus melancólicos relatos existencialistas.
“Fantástico Sr. Fox” (2009; en España, 2010), adaptación del libro de Roald Dahl, es puro Wes Anderson, pero también una oxigenante ventana abierta para los que se acercan a su cine con el ceño fruncido: estamos, posiblemente, ante la obra maestra del director de
“Academia Rushmore” (1998) y
“Los Tenenbaums. Una familia de genios” (2001), lo cual son palabras ciertamente mayores.
No deja de llamar la atención que una obra de animación en
stop-motion ambientada en el mundo animal sea el trabajo más humano y vitalista de Anderson, un rayo de luz entre sus cínicos y circunspectos frescos humanistas repletos de tipos excéntricos y deprimidos. “Fantástico Sr. Fox” conserva todas las constantes de su cine (la galería de personajes inusuales, las relaciones familiares casi nunca sencillas, las sobrecargadas composiciones formales…), pero le añade una
joie de vivre y una luminosidad inéditas hasta ahora.
El relato original de Dahl era una historia de supervivencia y heroísmo paternal, que Anderson convierte en una fábula sobre la madurez y las renuncias a la ferocidad de espíritu a que nos obligan las circunstancias al hacernos mayores. Lo que podría ser una amarga claudicación se convierte, de la mano de un Anderson resplandeciente, en una exaltación de la alegría de vivir. Y a todo ello añádanle el irresistible sentido del humor, el trepidante ritmo y la exultante maestría de su puesta en escena para componer una obra hermosa, jubilosa y llena de luz. ∎