En su libro “Reina del grito” (2020), la crítica de cine Desirée de Fez cuenta acertadamente que sin curas ni vómitos “El exorcista” (1973) seguiría siendo una obra maestra. La primera hora aproximada en el montaje que el director William Friedkin (1935-2023) hizo en el año 2000 no alberga en realidad casi nada de todos esos elementos. La película presenta a Chris MacNeil (Ellen Burstyn), una famosa actriz que goza de su vida familiar, su trabajo y su vida social hasta que un mal día su hija preadolescente Regan (Linda Blair) comienza a tener comportamientos cada vez más extraños.
Lo que sucede a continuación es un sindiós de idas y venidas de médicos, psicólogos, comisarios y sacerdotes que tratan de dar una explicación razonable a lo que le sucede a la pobre niña poseída. No es ella, sin embargo, quien está en el centro del relato. Es el personaje de Chris, la madre coraje, quien encarna el tormento que supone no encontrar respuestas a lo que le está sucediendo a su hija.
Para llegar al núcleo de sus historias –donde la sangre, el sudor y, en definitiva, el suspense y la acción ocurren– el director estadounidense dio con frecuencia bastantes rodeos. No lo hizo para exasperar al espectador, ni para dejar el postre para el final. Véanse las primeras secuencias de “Carga maldita” (1977), plagadas de estallidos, persecuciones y tiroteos. O el prólogo de la estupenda “Reglas de compromiso” (2000), en plena misión militar en Vietnam de un Samuel L. Jackson superado por la violencia.
No. Por lo que en realidad Friedkin desarrolló un sumo interés fue por los complejos procesos que llevan a los humanos a transformarse o tomar determinadas decisiones. Todo viaje trae consigo un cambio en el personaje, y el cineasta fue muy dado a retratarlo desde el principio de sus adaptaciones de obras literarias o teatrales.
Prácticamente en casi toda su extensa filmografía –que se sostuvo desde sus inicios con documentales para la televisión a mediados de los sesenta hasta la excesiva “Killer Joe” de 2011, sin contar con la póstuma “The Caine Mutiny Court-Martial” (2023), que se estrenará en la inminente edición de la Mostra de Venecia– el director de Chicago supo definir con minuciosidad a sus personajes y el entorno que los rodea.
De igual manera que el espectador se ve inmerso junto a Regan en demoníacos procedimientos clínicos –el verdadero terror de “El exorcista”– entre escáneres, punciones y encefalogramas bien explícitos en pantalla, los detectives Jimmy Doyle (Gene Hackman) y Buddy Russo (Roy Scheider) transmiten su ajetreada vida cuando visitan los barrios más indecorosos de una Nueva York sucia y destartalada en “Contra el imperio de la droga” (1971).
La recreación de Friedkin sobre el paisaje urbano en sus películas de los setenta asentó la base de su narrativa y bebió de un gusto por la observación casi documental, en la que el ojo se mantiene clavado en los rostros de desconocidos en la calle, los carteles o las intersecciones: desde la teatral “Los chicos de la banda” (1970) –que transcurre casi en su totalidad en el interior de un apartamento pero comienza con el seguimiento de los protagonistas de camino a su encuentro– hasta la más tardía “A la caza” (1980).
Friedkin privaba en muchas ocasiones de la contemplación detenida. El montaje que dedicaba a la observación de un entorno generalmente desordenado o devastado encadenaba diferentes planos de corta duración, como un abrir y cerrar de ojos, cuya yuxtaposición asimilaba la idea de un todo. Esta dualidad, la de observar todo pero de refilón, es el mismo tratamiento que reciben sus personajes, en su mayoría hombres, a los que se llega a conocer por completo, con sus luces y sus sombras, según los actos que acometen.
En su ensayo “El thriller según William Friedkin”, integrado en el libro “El thriller USA de los 70” (2009), el crítico Antonio José Navarro apunta que Friedkin “utiliza el cine para profundizar en [el] retrato, siniestramente dual, del ser humano”. De esta manera, la famosa secuencia de la persecución del convoy de metro de “Popeye” Doyle en “Contra el imperio de la droga” no podía ser sino una carrera consigo mismo, con un solo coche cruzando de mala manera las obstaculizadas calles de la ciudad. La batalla de este agente contra el tráfico de droga en Nueva York acaba en obsesión, hasta convertirlo en una bestia instintiva que se pierde, en el final del filme, entre la oscuridad de una nave abandonada.
Ya no hay vuelta atrás para Doyle, como tampoco la hay para Steve Burns (Al Pacino) en “A la caza”. El lado más salvaje de la ciudad habrá engullido su alma para siempre cuando la misión haya terminado y deba regresar a la unidad familiar. No es casual, entonces, que la jungla esté tan bien retratada en las películas de Friedkin, pues es, a fin de cuentas, el espejo transformador por el que se cuelan unos personajes moralmente perdidos, en una eterna huida hacia delante. Alberto Richart
Por Quim Casas
“Contra el imperio de la droga” (1971)
El Nuevo Hollywood salía a la calle, filmaba en el asfalto, visualizaba heroinómanos en Needle Park y sexo libre. Aunque la “french connection” adopte el punto de vista policial y el villano sea el narcotraficante –encarnado por Fernando Rey entre las buñuelianas “Tristana” (1970) y “El discreto encanto de la burguesía” (1972)–, el plus de realismo es el mismo. El Steve McQueen de “Bullitt” (Peter Yates, 1968), mucho más cool que “Popeye” Gene Hackman, protagonizó la gran persecución automovilística de la época, pero no le va a la zaga la coreografiada en el filme de Friedkin por las calles de Nueva York; ambas secuencias, por cierto, debidas a las habilidades al volante del especialista Bill Hickman.
“El exorcista” (1973)
Una de las entregas pictóricas de la serie de René Magritte “El imperio de las luces”, realizada en los cincuenta, inspira la imagen más poderosa de “El exorcista”, la del sacerdote de pie ante una casa, de noche, alumbrado por la luz de una solitaria farola y la que procede de una de las ventanas de la casa donde anida el diablo. Max von Sydow, quien conversó con la Muerte en la bergmaniana “El séptimo sello” (1957), fracasa como exorcista allí donde triunfa el padre Karras (Jason Miller). Inteligente filme de terror y, posiblemente, la obra maestra sobre Lucifer y cómo combatirlo.
“Carga maldita” (1977)
Fracasó en la taquilla, fue mal recibida por la crítica, recortada por los productores, olvidada y, a veces, considerada película de culto. Friedkin se la jugó adaptando un filme espléndido de H. G. Clouzot, “El salario del miedo” (1953), aquella epopeya en la que varios personajes conducen camiones por la selva con una carga de nitroglicerina que “suda” debido al calor. Pura tensión on the road escrita por Walon Green –guionista de “Grupo salvaje” (Sam Peckinpah, 1969)– con imágenes fantasmagóricas de lluvia espesa y una muy buena utilización de la música de Tangerine Dream.
“A la caza” (1980)
Al Pacino, en su momento de mayor efervescencia, fue de los pocos que aceptó interpretar a un policía que se infiltra en los ambientes gay de Nueva York para encontrar a un asesino de homosexuales. El semen del asesino carece de espermatozoides y no disfruta ni en la violación ni en el apuñalamiento. La visión sórdida del mundo según el director utiliza al criminal como espejo y al policía como reflejo. Se eliminaron cuarenta minutos en la copia estrenada, reimaginados en el documental “Interior. Leather Bar” (James Franco y Travis Matthews, 2013).
“Desbocado” (1987)
Nueva introspección en una mentalidad criminal y, por oposición-acercamiento, en el individuo que debe esclarecer los asesinatos. El homicida mutila con un cuchillo los cuerpos de sus víctimas, bebe su sangre y colecciona sus órganos vitales. Aquí tiene rostro, cuerpo, palabra, mientras que en “A la caza” (1980) era una presencia en sombras. El fiscal del distrito encargado del caso no cree en la pena capital, pero tampoco puede aceptar que el asesino se libre alegando trastorno mental. Sobre esta disyuntiva elaboró Friedkin un serial killer de realismo sucio.
“Killer Joe” (2011)
El autor volvió al primer plano con este retrato desquiciado, virulento, a veces insostenible, de una serie de personajes a cuál peor: un camello quiere matar a su madre para cobrar el seguro de vida, se alía con su padre –divorciado de la esposa– y contrata los servicios de un asesino. Kurt Russell quería interpretar al asesino, “pero su pareja, Goldie Hawn, lo amenazó con dejarle si aceptaba el papel”, según contó Friedkin en sus memorias. Lo hizo Matthew McConaughey, y la escena de la violación con un muslo de pollo resulta muy difícil de olvidar. ∎