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Álbum

Ali Farka Touré

VoyageurWorld Circuit-BMG, 2023

21. 03. 2023

Diecisiete años después de su fallecimiento aparece un álbum con material inédito de Ali Farka Touré (1939-2006), el que fuera gran bluesman del desierto malí. Sus dos últimos discos, “Savane” (2006) y “Ali & Toumani” (2010), ya habían sido póstumos, por eso algún malpensado podría considerar esta edición como un mero acto recaudatorio, perpetrado por su productor y descubridor Nick Gold –capo del sello World Circuit que lo encumbró– y su hijo Vieux Farka Touré, que ya preparó el terreno al reivindicar su buen nombre con sus últimos discos: “Les racines” (2022) y “Ali” (2022), este compartido con el grupo Khruangbin.

Pero nada más escuchar la inicial “Safari” se hace evidente que las grabaciones, realizadas entre 1991 y 2004 en Bamako y Londres, a pesar de que en su momento fuesen tomas desechadas, mantienen la pureza y la intensidad del legado de uno de los músicos más importantes que ha dado el África occidental. Y si bien han sido ligeramente retocadas por Nick Gold y su hijo Vieux, su mano ni se nota; parecen tal cual fueron grabadas en su día. Así, en “Kombo Galia”, el tema que cierra el disco, se le oye pronunciar al inicio “recording, attention” y a final, tras una inmensa risotada, un satisfecho “OK” mientras los músicos rompen a aplaudir de manera espontánea. No es para menos, ya que la música fluye a base de bien con los burbujeantes solos de la guitarra eléctrica elevando las cabriolas de su voz, mientras de fondo suena una tripleta de ngonis, encabezada por Bassekou Kouyaté, y un nutrido grupo de coristas.

Touré necesitaba poco para convertir algo aparentemente sencillo en un trance que deviene pura ambrosía musical. El mejor ejemplo es la antes mencionada “Safari”, una canción que hubiera podido pertenecer a sus clásicos “The River” (1990) o “The Source” (1992), con la guitarra eléctrica sustentando su característico modo de cantar songhai, respondido por un excelso coro y los únicos adornos de calabaza y el zumbido fantasmal de una flauta fula. El disco también permite comprobar cómo suena una misma canción, “Sambadio”, en formato acústico y eléctrico; en el primero es melismático folk del desierto, protagonizado por los cristalinos arpegios de una guitarra acústica y su atávica voz, acompañados de sutiles arreglos de ngoni, percusión y su discípulo Afel Bocoum a los coros. En la transformación eléctrica, más breve, enseguida destacan las aportaciones de los saxos de Pee Wee Ellis y Steve Williamson, que se convierten en el elemento distintivo, mientras la guitarra se vuelve más incisiva y la percusión pasa a ser unas congas.

Capítulo aparte merece la colaboración de su amiga Oumou Sangaré en tres temas. Destaca tanto que la versión del tema tradicional “Sadjona” parece suyo, ya que ejerce de voz solista y, aunque también aparecen los saxos de Pee Wee Ellis y John Arcoleo, el protagonismo principal está reservado al kamele ngoni –un instrumento también conocido como el arpa de los cazadores donso– de Brehina ‘Benego’ Diakité, mientras los Touré, padre e hijo, se limitan a acompañar discretamente con sus guitarras. En cambio, en “Cherie” es el blues del desierto y los riffs de guitarra los que mandan, mientras las voces de ambos suenan primero en perfecta simpatía y luego en clave de llamada y respuesta, sin renunciar a mostrar respeto, con sus gritos, a los ancestros wassoulou. Y en “Bandolobourou”, que con seis minutos es el tema más extenso del disco, ella sigue mostrando poderío vocal, tanto en perfecto ensamblaje con el protagonista como cuando ejerce de primera voz, ayudando a llevar el tema hacia cotas de gran emotividad.

Completando el álbum, figuran dos de las canciones más desnudas, pero no por ello menos emotivas. En la sensual y rítmica “Malahani” su voz y guitarra son elevados por el repiqueteo de la calabaza y los coros de Hama Sankaré, pero sobre todo por el insistente ritmo tuareg de la guitarra de Badi Ag Agali. Por su parte, “Kenoua”, una especie de plegaria refrendada por un poblado coro de voces, se convierte en un buen ejemplo del blues rural africano que pudo inspirar al desarrollado en Estados Unidos. El trabajo de amor que supone este rescate de Ali Farka Touré se completa con una efectiva portada de sabor vintage, que emula la carátula de una casete, aunque los formatos disponibles son en vinilo de 180 gramos y CD, ambos con el añadido de un libreto con textos de Nick Gold y Afel Bocoum y un conjunto de postales. ∎

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