Está pasando más desapercibido de lo que merecería. Publicado a finales de marzo, con escuchas discretas en Spotify, a excepción del single y tema titular, que ya sobrepasa las cien mil audiciones. Puro Veneno canónico, psicoflamenco alucinado con voz y guitarras, apenas un grueso bajo y una prosa completamente desacomplejada: “Ya ves quien carajo me dice a mí / que no se puede vivir con la imaginación desbordando el río / la psicodelia de la Virgen del Patrocinio / roll que aquí se baila roll / con ese rock & roll que la abuela dejó como herencia divina / roll que aquí se baila roll / con ese rock & roll / Don Silvio rey del rock / como herencia divina”. Lo dice con picardía Antonio Manuel Ríos Sánchez, alias Antónimo, sevillano del barrio de Santa Aurelia, que supo del éxito con el lolailo urban pop del trío Fondo Flamenco, junto a otras dos piezas de cuidado, Alejandro Astola –luego en el swingueante dúo Astola y Ratón, junto al cofundador de Los Delinqüentes, con el que ya llevan tres álbumes– y Rafael Ruda.

Finiquitado el proyecto, tras cuatro álbumes, nuestro protagonista estuvo libre para salirse de los lugares comunes y afrontar una personalidad de cantautor alucinado, que conecta con la tradición del mejor underground andaluz, de Smash y Triana a la bendita locura de los originales Veneno de Kiko y los Amador, los del tabletón de chocolate, y otras hierbas que van de Pata Negra y Antonio Molina al venerado Silvio y Albert Pla, pasando por el crooner mestizo Zenet.

En su debut, “Extractos de naturalia” (2018), ya se desmarcaba por completo del sonido de Fondo Flamenco con un gazpacho musical de flamenco, rock andaluz y canción de autor que ahora cocina aún más a fuego lento, con títulos explícitos como “Blues en andalú, azul en inglé”, en la que colaboran Astola y Ratón, y “Gitanillo las 3000”, con la ayuda de Ana Boheme, que canta con ternura “vengo de la tierra mora / no te asustes querubín / traigo canciones y una amapola que robé del Albaicín”.

Se trata, según su sello, de una “anarkopoesía de alcantarilla” que merece ser escuchada con calma para poder desvelar todos sus secretos y descifrar versos desgranados por una voz rota; canciones melancólicas de amor como “Bichito Lú”, cuyo estribillo repite “a lo lejos viene cabalgando con nombre de tango un ángel caído que quiere robarme el corasón y hacerme un hombre”. El blues del Guadalquivir se hace cuerpo en la inicial “Carta de amó”, con la ayuda de la guitarra de Astola y del contrabajo de Daniel Abad, fundamental en el sonido del disco. Sigue “Indio salvaje”, en la que habla de “el indio salvaje que vive en mí” en el más puro estilo Veneno y con la ayuda determinante de las percusiones de Rafa Fontana. En otro blues, “Várgame Dió”, en el que habla de bailar swing en los infiernos, cuenta con la guitarra garrapatera de Diego Pozo “Ratón”. En la más íntima y aflamencada “Labios de Flú” habla de “Don Kiko, ay yo te quiero a raudales, te quiero como se quieren los animales”. Más adelante dice “Duerme mi niño tu mama no está”, verso que retrotrae a la canción de cuna que rescató Atahualpa Yupanqui e hizo célebre Bola de Nieve; quizá sean casualidades, pero luego “Rojo” podría perfectamente cuadrar en el repertorio del bolerista cubano, no en vano la letra habla de “son arrabalero”. Y aunque también diga “azul, tó lo bonito es azul / azul es el flamenco y, azul, eres tú”.

Del mismo modo la estrofa “clavelitos de mi corazón” podría ser un guiño a Joselito, antes del final en clave de scat jazzístico, con la ayuda de Álvaro Ruiz –guitarrista de El Kanka– y el percusionista Alberto Moreno “El Cucharillas” . Y como dice en “Concha imberbe”, “solo quiero que vivas fuera de la ley y que nadie te ladre porque lo establecido es para los cobardes y tú eres una flor salvaje”. Algo que podría aplicarse a él. ∎