Al final de “Corredor sin retorno” (1963), su protagonista, que ha arriesgado su juego en los límites de la razón, queda atrapado dentro de sí, catatónico. Sam Fuller puso al comienzo de la película esta frase de Eurípides: “A quien busca la verdad, los dioses lo vuelven loco”. No parece que los dioses hayan tenido piedad tampoco con
Brian Wilson. Tras el elepé “Pet Sounds” y el single “Good Vibrations” (ambos de 1966), encerrado en el estudio buscando ir más allá en la construcción del perfecto equilibrio de sonidos que ya había conseguido en esas dos obras maestras, su mente se quebró. Cuentan que decía que las cintas que grababa y regrababa estaban contaminadas por seres malignos. El hecho es que el estudio fue presa de un fuego misterioso y
“SMiLE” –así estaba previsto que se llamara el elepé que preparaba– nunca vio la luz. Luego vino la reclusión, el olvido de sus propias canciones, la obesidad, los médicos.
Veintidós años después, Brian Wilson se descuelga con este álbum en solitario, recogiendo las cosas donde se quedaron entonces –pasemos por encima de lo que han hecho mientras tanto los Beach Boys, con o sin él– y presentando un disco musicalmente anacrónico: el que sigue naturalmente a “Pet Sounds”. Mezclando en sus redomas los ingredientes de una alquimia cuyo secreto solo comparte con Phil Spector y otros iniciados, ha destilado, de las ciento treinta canciones que dice haber compuesto desde que hace cinco años empezó a ser tratado por el Dr. Eugene Landy, once perfectas piezas pop. Del ejercicio de estilo a capela de
“One For The Boys”, que resume en 1 minuto y 46 segundos su forma de tratar las armonías vocales, a los 8 minutos y 10 segundos de melodías que van y vienen en la suntuosa y algo grandilocuente
“Río Grande”, guitarras, teclados, banjos, campanas, violines, viento, todo tipo de instrumentos tienen su momento preciso de entrada y salida para dibujar filigranas en canciones que, a la primera escucha, resultan ya clásicas (
“Melt Away”,
“Love And Mercy”,
“There’s So Many” o
“Let It Shine”, por elegir solo las que más veces me he sorprendido a mí mismo cantando).