Chicharrón llegan a su sexto LP después de haberse cortado las venas con “Erosión” (2022), su quinto álbum, que pasó desapercibido injustamente, en el que resucitaban hacia la luz tras haber pasado por el dolor de la muerte de la madre de Alberto, voz del grupo gallego. Tan inspirado disco, publicado hace apenas un año, supuso el fin de Rubén Domínguez en el grupo. Ya en dicho trabajo quedó apartada la maquinaria sintetizada tan característica de los también sobresalientes “Cancións clínicas” (2018) y “Unha fogueira intacta” (2021). La influencia de Rubén en la dimensión Joy Division del grupo en ambos trabajos es algo que perdió su razón de ser en un LP tan descarnado, que ahora tiene continuación en este memorable “O que nos queda por non decir”.
En su nueva encarnación, Chicharrón han incorporado a la acordeonista (entre otras artes, como la poesía) Rosalía Fernández Rial, cuyo empleo de dicho instrumento recuerda a una especie de sintetizador de los años cincuenta fabricado por Daphne Oram para la BBC Radiophonic Workshop, aunque también llega a retrotraernos a los Migala de finales de los noventa.
Con esta nueva formación, todo está provisto bajo una mentalidad totalmente marcada por la artesanía acústica. Las canciones de Chicharrón encuentran un estado ideal de crudeza y belleza torrencial, emoción por contraste encapsulada en su disco más fascinante hasta la fecha. Y eso es mucho decir.
Tan apasionados veinticinco minutos arrancan con “A ingravidez da cidade”, uno de los momentos cumbre del trío de Carballo. Seis minutos de inspiración recogida de las mismas musas que iluminaron a Beat Happening. La sombra, consciente o no, del tótem de la expresión lo-fi se despliega a lo largo de estas ocho canciones, también iluminadas por la mágica ingenuidad de The Shaggs y, de nuevo, por el recuerdo de los Surfin’ Bichos menos rock, con las imperiales “Mito efémero” y “Presenza” como ejemplos más representativos de un cancionero sencillamente glorioso.
Estas son algunas de las referencias a las que se agarran estos temas, entre otros ecos perfectamente amasados en un cuaderno de bitácora alumbrado por la necesidad de una motivación principal: buscar la felicidad a través de la expresión captada en el momento justo del hechizo. Y es que resulta imposible no esbozar una sonrisa ante una tonada pop tan soleada como “Instante de área”, en la que Alberto se desgañita con el mantra de un estribillo tan claro en sus intenciones como “Nada sirve de nada, se ti non es feliz” (“nada sirve de nada, si tú no eres feliz”).
Por momentos, incluso explotan en la rabiosa “Beleza e bondade”, en la que suenan bajo las sagradas enseñanzas de la tensión velvetiana. Este es otro de los disparos más directos del disco, en la que Alberto encuentra, una vez más, el meridiano exacto entre corazón pop y tirachinas lírico.
Sea cual sea el cepo que nos atrape, siempre sobresale la sensación de estar ante una excitante reformulación de una banda que ha encontrado una nueva motivación en una trayectoria de trayectorias del, por qué no decirlo, grupo cantando en gallego más importante de lo que llevamos de siglo. ∎