Lo oyes por primera vez y te deja perplejo. Te relajas, te acomodas, te entregas. E intentas situarte. Acabas dudando de casi todo. Podría ser AOR
cool, muzak tristón o incluso la obra maestra del año. A la segunda escucha, acabas desechando las tres hipótesis.
“The Trinity Session” (1988) –al que antecedió
“Whites Off Earth Now!!” (1986), el elepé de debut de estos canadienses, un disco plagado de versiones detallistas: tres de John Lee Hooker, dos de Robert Johnson, una de Bruce Springsteen…– es una cosa extraña.
Grabado con un solo micrófono en una sesión de catorce horas en la Iglesia de la Santísima Trinidad de Toronto –al módico precio de 200 dólares el alquiler–, y en tomas directas nada preparadas, las canciones (diez) tienden a arrebatar con su mesmerizante –que diría Ramon Súrio– sugestión minimalista, entre lo etéreo vaporoso y la belleza de lo triste. Y a eso ayuda la voz –afligida y delicada– de Margo Timmins, una cantante accidental que, sin importarle entonar a capela, sabe tutelar con destreza y portento de profesional sus lamentos de compungida desazón. Ya sabes, tipo “ella lo mata y después se suicida” (
“To Loves Is To Bury”) o “una mujer intentando convencer a su familia de que realmente ama a alguien y de que eso es lo correcto, pero sabiendo que no lo es y quedando atrapada por ese rechazo consciente, por esa sensación de peligro que le repele y le fascina…” (
“Misguided Angel”).
A pesar del nombre –duro–, no hay asomo de ruido. De hecho, reconocen que lo de
Cowboy Junkies es puro
gimmick para llamar la atención; aunque acaban aceptando la ocurrente teoría –servida por la crítica neoyorquina– de que tal denominación condensa a dos de los personajes más emblemáticos del territorio yanqui: la América rural (vaquero) y la América urbana (yonqui).