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Unos sintes raveros y una progresión electrónica te saludan en “Parte I: introducción a la entropía”. Es solo un detalle que le hace un guiño a las antípodas experimentales de otros proyectos de nuestra nueva ola de post-punk, como VVV [Trippin’you] o Margarita Quebrada, pero que rápidamente se desdibuja en el aire: en Depresión Sonora es la nostalgia la que nutre un apartado musical enfocado en la fiel recreación; la manera en la que el proyecto del vallekano Marcos Crespo canaliza o reproduce las influencias que lo alimentan es mecánica, casi robótica, al estilo de Molchat Doma. Pero también demuestra que sabe mirar hacia delante, más allá de que prácticamente todo el peso de lo contemporáneo recaiga en las letras, en el apartado lírico, una rabiosa radiografía de un presente continuo, angustioso, vibrante, personal pero al mismo tiempo abstractamente universal.
Una conceptual manera de cerrar su acceso a la madurez, “El arte de morir muy despacio” narra con precisión y descriptivo detalle cada etapa previa a modo de tríptico: una primera parte de todopoderosa ingenuidad, una segunda de turbulencia y una tercera de aceptación. Y todas están introducidas por canciones que investigan hacia distintos límites de las manías sonoras de Crespo.
“Miro al cielo, imagina el espacio / Salir de aquí, visitar otros lados”, dice en “Bienvenido al caos” antes de dejar un guiño a la incombustible “Close To You” en el goteo de sintetizador: el primer racimo pasa entre ecos de The Cure y escapismo romántico adolescente por el momento en que entiendes qué es la rueda del capitalismo y todavía no sabes muy bien si montarte o no –“Despierta, hay que levantarse / otra vez, que llegas tarde”–, el primer gran amor –la emotiva “Veo tan dentro”–, el primer gran desamor… “Esta cama es pequeña para dos”, entona con su gravedad característica y su melodiosidad casi hablada en “Dos adolescentes y su primer amor”, en la que se lleva de soslayo a su terreno neoromántico el “Cadillac solitario” de Loquillo.
Como una especie de poeta de la depresión, en “Parte II: la abrazo con fuerza (carta a la soledad)” Crespo se adentra en la farragosa primera gran crisis de identidad veinteañera con una pulsión entre intensa, oscura y emocional que recuerda a los primeros Héroes del Silencio. El reconocimiento brinda en “Te mientes a ti mismo para ser feliz” el primer momento verdaderamente enérgico, una frenética apoteosis motórika que parece encapsular aquella mítica escena de Robert De Niro y el espejo en “Taxi Driver”. Y la decepción y la rabia vehiculan “Voy a explotar”, entre The Cure y Joy Division.
Con un pulso industrial e invocando a los Depeche Mode más oscuros, el último manojo arranca en “Parte III: muerte y resurrección” con una febril asunción de la madurez en forma de spoken word. Un fondo electrónico siniestro y guitarras melancólicas sirven como decorado para oníricas apariciones: “Desde lo más hondo, profundo y asqueroso de este mundo llegan mensajes de mi tía / Que me tome las pastillas y que no llore por tonterías”.
Son estas las canciones más optimistas del disco: “Fumando en mi funeral”, por ejemplo, el single oculto, es un trallazo pop de los más prístinos compuestos por Crespo; “Dónde están mis amigos” funciona como una carta de amor a la familia elegida. También son las que más concesiones hacen a una lírica menos cruda y que vuela libre de forma imaginativa: “Afilando katana / Dando un beso a mi mamá / Si del suelo me salen alas / Me voy de este mundo, quizá vuelva mañana”.
The Smiths asoman para cerrar el disco en una risueña “Como todo el mundo” en la que un coro susurra “me voy de casa, quiero ser artista”. “Con un disco nuevo y mi vida escrita”, le responde Crespo. ¿De qué si no estamos hablando todo el rato?
Muchas primeras grandes veces, cómo no, para su primera gran vez como Depresión Sonora, el músico madrileño ha ofrecido finalmente un primer álbum sólido que demuestra que mirando hacia el pasado también se puede escribir en presente y que las generaciones, como la edad y como las cicatrices, se llevan más por dentro que por fuera. ∎