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Hace años, Joan Pons, el pilar central de El Petit de Cal Eril, explicaba que su disco más trascendente y el que suponía el pico más alto de su carrera era “Vol i dol” (2010); con la década de tiempo ya cumplida, no es fácil llevarle la contraria –la suma de lírica y melodía de esas doce canciones queda como un hito–, pero, lejos de que eso fuera una presión para seguir publicando nuevos trabajos, la sensación siempre ha sido la contraria en cada uno de los cinco (¡cinco!) que ha ido editando hasta llegar a “N.S.C.A.L.H.”: la de ir ganando en naturalidad y fluidez hasta convertir el grupo en un género en sí mismo.
Este último disco es su expresión más pura y concentrada, literalmente: se trata del más corto de su trayectoria, apenas 21 minutos de duración, y todo se identifica de manera inmediata. No hay teclado, guitarra o batería que no suene a su universo propio. Sonido Cal Eril sin cortar ni mezclar con derivados, servidos por el fiel Jordi Matas.
El recorrido empieza con “Cauen les estrelles”, que habla de nuestra insignificancia aquí, nuestro paso efímero dentro de lo eterno y, como es habitual, siempre descargado de tensión entre los punteos y los arreglos acolchados de una banda que parece entenderse más allá de los cinco sentidos. Pero a pesar de estas autorreferencias y de la espontaneidad de cómo se expresan, se esconden varias escapadas a contracorriente: no hay reverbs ni ecos de cinta ni delay en todo el disco, e incluso así todo es puro Eril.
Más giros; estos no solo van por dentro, sino que también se ven por fuera: hay dos idiomas nuevos aquí. En “N.S.C.A.L.H.” –acrónimo de “No saps com acabarà la historia” (“No sabes cómo terminará la historia”)– se lanzan al italiano en “Non tornerai”, compuesta en su totalidad por Joan Pons y la corrección de Valentina Risi, de quien oímos los coros, remarcando que todo, al final, vuelve a su bella normalidad a pesar de que pensamos que no; ¿como en su propia historia?
“Las cosas que creo” es en castellano y fue la semilla de todo el disco, la primera en escribirse, y es una grata sorpresa oír cantar a Joan Pons en esta lengua. Pero lo cierto es que se llega a las cotas más altas de trance cuando se agradan con el minimalismo en catalán, como en “Cada dia surt el sol”, que convierte un tópico, de tono incluso farandulero, en una suerte de nana eufórica.
Puede que la sensación en general sea la de un disco no tan inspirado como “Energia fosca” (2019), ni que marque un punto de inflexión tan severo como “Vol i dol”, pero estamos ante la consolidación de un proyecto con un nivel de autoexigencia disparado de altura, que no se agota, sino que a cada nuevo impulso coge más aire.
A veces le llaman “pop metafísico”, otras, cuando viene con coordenadas de Ferran Palau, “easy loving”, pero lo cierto es que siempre lleva a los mismos espacios: la vida y la muerte, lo orgánico, el menos es más. La historia que no sabemos como acaba. Otra vuelta en el loop infinito de El Petit de Cal Eril. ∎