El ímpetu de la ambición creativa –entendida como un juego en el que merece la pena participar más allá de resultados– acompaña a
Enric Montefusco desde hace mucho tiempo. Este empeño instigó las sucesivas mudas de piel de Standstill, y lo colocó en el puente de mando a partir del crucial “Vivalaguerra” (2007). Y lo mantuvo en dicho puesto hasta el final, dirigiendo la singladura de la nave barcelonesa en dos trabajos aventurados y dispares –
“Adelante Bonaparte” (2010) y “Dentro de la luz” (2013)– que hacían foco en asuntos como la herencia cultural, el condicionamiento social o las tensas interacciones entre individuo y entorno.
En este primer álbum a su nombre, el músico catalán sigue un rumbo lírico que no por conocido deja de ser atractivo. Construye el relato apelando a la memoria íntima, pero no renuncia a los puntos de anclaje generacional y de clase. Trenza una narración de índole colectiva que escarba en el pasado y radiografía el presente, sin paños calientes ni absoluciones caprichosas. Lo hace con su característica vehemencia, proscribiendo el fluido eléctrico y tachonando las partituras con guitarras de palo, cuerdas, pianos e instrumentos de lengüeta y bisel. Y emociona la mayoría de las veces, aunque canciones como
“Todo para todos”, “Uno de nosotros”, “El riu de l’oblit”, “Yo delego en ti” u
“Obra maestra” destaquen por derecho en tan brillante conjunto. ∎