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Álbum

Etran de L’Aïr

AgadezSahel Sounds-Popstock!, 2022

17. 03. 2022

Asentada en el flanco centro-sur del Sáhara, la última ciudad apostada ante la vastedad desoladora del desierto, Agadez siempre ha sido un cruce de caminos. Hace siglos, los cargamentos de oro y sal se amontonaban entre los muros de arcilla para venderse en el mercado y hoy esta ciudad del centro de Níger se ha convertido en una escala clave para el contrabando de armas desde los territorios controlados por Boko Haram en Nigeria y en un alto en el camino para los miles de migrantes que llegan desde el África ecuatorial cada semana para cruzar el Sáhara y alcanzar Libia y Argelia en su ruta hacia Europa a través del Mediterráneo. Muchos de ellos terminan quedándose semanas, meses e incluso años en Agadez si se les acaba el dinero para seguir hacia el norte.

Agadez también ha sido el epicentro de las distintas revoluciones tuareg contra Francia y esa ansia de libertad sigue encendiendo las guitarras eléctricas de gigantes del rock tuareg como Bombino o Mdou Moctar. Como ellos, Etran de L’Aïr llevan el nombre de su ciudad por bandera y honran ese sonido frenético que se ha convertido en un emblema de Agadez. Pero tienen algo diferente: más que un grupo, son un colectivo familiar, y por sus filas han ido pasando distintas generaciones de hermanos y primos a lo largo de los años.

Quizá gracias a esa formación rotante y al poso del tiempo, sus referencias se salen del perímetro del rock tuareg delimitado por grupos como Tinariwen. Sus influencias hierven en un estofado panafricano con especias como la takamba tradicional, el blues del norte de Malí, la música hausa o el soukous congoleño.

Ese maridaje de sonidos tiene su razón de ser en la propia historia del grupo: en activo desde 1995, cuando su líder actual Moussa “Abindi” Ibra tenía solo nueve años, Etran de L’Aïr se convirtieron en estrellas del circuito local de bandas de bodas, el mayor escaparate de talento para el rock del desierto en Agadez. Cuando empezaron a tocar, la mayoría de las casas de la ciudad no tenían electricidad, por lo que tuvieron que valerse de una guitarra acústica destartalada acompañada de una calabaza que golpeaban con una sandalia. Tardaron mucho tiempo en conseguir guitarras eléctricas y un amplificador.

A lo largo de más de veinticinco años, han tocado en bodas por toda la ciudad y sus alrededores, sin importar para qué tribu (no solo los tuareg, sino también los toubou, los zarma y los hausa), delante de cuántas personas, quién pagase (incluso si no les pagaban) o dónde tuvieran que ir. Por pura necesidad y su recorrido como banda intergeneracional, que pasaba de los hermanos mayores a los más jóvenes como un negocio familiar, su sonido ha ido abriéndose a los gustos y las tradiciones de las distintas culturas de la ciudad.

Aunque las ceremonias de matrimonio religiosas son privadas, las puertas de las fiestas de boda de Agadez –que suelen durar hasta tres días– están abiertas a todo el mundo. La escena rock del circuito de bodas de la ciudad es un reflejo de las jerarquías de la sociedad tuareg y los encargos mejor pagados acaban en manos de bandas con cierto estatus tribal o conexiones familiares. No es el caso de Etran de L’Aïr, que sobre todo han tocado para las familias más humildes de la ciudad.

Grabado con el equipo de estudio portátil de Michael Coltun (el bajista y productor norteamericano de Mdour Moctar) en una sesión relámpago, “Agadez” es una fiesta de ritmos del desierto sin tregua. La guitarra alambicada de Moussa se entrelaza con la de Abdourahamane “Allamine” Ibrahim en exuberantes trenzas de electricidad sostenidas sobre una base rítmica incandescente y serpenteante, con el bajo de Abdoulaye “Illa” Ibrahim, la batería de Mahmoud “Achkouskous” Ahmed Jabre y los yembés de Idrissa “Bouzou” Amouman y Abdourhamane “Lallou” Almoustapaha Bilal. La suya es música hecha para bailar, sonreír y celebrar, y el resplandor de ese espíritu lleno de alegría lo atraviesa todo.

Aquí hay maestría, oficio y goce puro y duro. Y una destreza sobrenatural para aunar frenesí y control de respuesta en esta caravana de colores vibrantes, punteos irresistibles y volteretas de ritmo. El apoyo técnico de Coltun consigue sacarle toda la garra y los matices a su sonido, con una fuerza desconocida, hasta el punto de que su primer álbum, “No. 1” (2018), que grabaron en directo al aire libre en su barrio con un solo micrófono entre los gritos de juerga de los vecinos, parece una sombra de lo que son capaces de hacer. Sin embargo, la entrega que demostraron entonces, esa felicidad pura, sigue ahí, y no deja de avivar las brasas de temas imbatibles como “Imouwizla”, “Toubouk Ine Chihoussay”, “Nak Deranine”, “Adounia” o esa traca final que es “Tarha Warghey Ichile”.

Discos como “Agadez” ceban la sospecha de que la mejor banda del planeta se esconde en algún rincón polvoriento del Sahel. Si esa banda no es Etran de L'Aïr, se tiene que parecer bastante. ∎

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