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De crío los chándales eran cosa de macarras de barrio con crucifijos de plástico, gorras forzadamente convexas y piercings blancos en el labio. Hoy la cosa tiene otro color. El rollito es más neoquinqui, abrazando los años ochenta pero con iPhone de los nuevos veinte. Pelos de Camarón o Wham! con bigotitos de abuelo castizo. Hay una vuelta revisada al pasado. Aunque hablando de La Plazuela, dúo formado por Manuel Hidalgo, alias “El Indio”, y Luis Abril, alias “El Nitro”, más que al pasado, a lo inmutable. A esa música flamenca, rumbera, que por mucho que las costumbres muten resiste. Salvo que en vez de “atascarse” deciden bailar a tenor de los tiempos y zumbarle a la masa madre con ingredientes exóticos.
Su último grito en plan monstruo de Frankenstein, cosiendo cosas que no tendrían nada que ver las unas con las otras, pero insuflándoles vida a pesar de todo, tiene por nombre “Roneo Funk Club”. Véase que el propio título lo dice todo. Como hay flamenquito, pues se ronea. Como hay groove, pues se funkea. Como hay electrónica, pues in da club, a lo 50 Cent. El conjunto, para variar en estos días, es de un eclecticismo que asusta.
Entrando en los temas diré, nada más empezar, que gloria a la libre interpretación de la melodía del afilador que descorcha “La ida/Intro”, el primero de este largo. El videoclip, de jovial hedonismo, diríase que viene a definir el espíritu festivo, cuando no directamente concupiscente, del dúo. Así, en general.
La voz de los temas es la cascada de rigor. La ronca armonía de los agudos que encumbró a Migue Benítez a los astros de leyenda que su muerte no hizo sino tallar en mármol. El contenido de las letras, puro. Callejero. Se huele barrio y familia de plaza, al tiempo que una buena colección de discos (sean estos analógicos o digitales, entiéndase). Por ejemplo, “La primerica helá”. Este tema serpentea entre la esencia chichera, la base hip hop y el palmeo flamenco, todo ello bajo una letra granadina a más no poder. Pero La Plazuela no te deja acomodarte. Te cambia el registro como los oros de las manos. Del flamenquito como armazón al funk como bastón de mando, los chavales atizan con “Péiname Juana” una semántica musical propia. Queda mal decirlo, porque es lo que se dice siempre hoy, pero sí, lo voy a soltar: única y jodidamente original.
Por cierto, ya se venía avisando al principio, pero es capital comentar que no dejan un pelo al azar de su estilo. Estético, me refiero, no únicamente musical. En ellos se ve cuidada hasta la decadencia. Si las gafas son del chino, lo son porque así tiene que ser. A esas cosas me refiero. En cuanto al resto de canciones, hay que ir viajando por el mapa de “Roneo Funk Club” con la mente abierta, como un paracaídas, para no estamparse. Porque si te descuelgas por singles como “El lao de la pena” vas al club a gozarte la de la mecedora electrónica con bajos dominantes y sintetizadores, y si caes en “La vuelta” vuelves al rollo rumbero pero con bien de Auto-Tune, que a servidor, honestamente, le pone de los nervios. No se me tire nadie al cuello, esto último es personal.
En conclusión, La Plazuela firma un largo cuidado hasta en el error, variado como un bufé libre del que cada cual pillará lo que se le antoje. Lo que es indiscutible es que Manuel y Luis tienen voz propia. Una melodía que chupa de muchas ubres, como hacen todas las buenas, hasta convertir la mezcla en algo con nombre propio. ∎