Hace ya mucho tiempo que Marc Ribot dejó de ser famoso por acompañar en directo o participar en grabaciones de artistas importantes, de Tom Waits a John Zorn, pasando por el mismísimo Andrés Calamaro. Su guitarra le ha hecho merecedor de las luces de los focos principales, aunque fuera en los caminos laterales: el jazz, el blues, el noise, la música experimental… Su discografía como protagonista (lo de “en solitario” es otro cantar, ya que ha liderado o lidera varios proyectos con nombre de banda) es amplia y variada, pero, curiosamente, la formación con la que más ha grabado es Ceramic Dog, la más ecléctica de sus personalidades, y con los que actuó en el pasado Festival de Jazz de San Sebastián presentando “Hope”, el cuarto álbum del trío. Un trío –con Chad Smith (batería) y Shahzad Ismally (bajo)– que suena como banda de rock, pero que se sacude de encima los límites del género y abraza todas sus aristas.
Grabado en mayo de 2020, en los días finales del confinamiento mundial, “Hope” podría ser un disco depresivo… y, de hecho, así arranca con “B-Flat Ontology”, un blues para los miles de derrotados (no por la pandemia, sino por la vida) que partieron, sin lograrlo, en busca de la fama. Él la define como “la canción más depresiva que he escrito nunca; mucho más que las ‘Kindertotenlieder’ (canciones a los niños muertos) de Mahler”. Pero al final prefirió poner “problemas a los problemas”, que dirían Los Hermanos Cubero, y ofrecer un disco que se muestra más que rabioso. Valga como ejemplo “The Activist”, con su rap a lo Gil Scott-Heron hasta en lo político (una faceta en la que Ribot destaca: recordemos su álbum de 2018 “Songs Of Resistance 1942-2018” o su importante labor a favor de los derechos de los músicos), para atacar con saña e ironía el falso compromiso político del que se opone a todo y, en realidad, no hace nada.
Variado, que no disperso, el disco cuenta con multitud de desvíos y escapatorias, desde aparentes bromas de mezclas de estilo como “Wanna” –instrumental contundente, de energía post-punk, que incluye fragmentos de guitarrazos que recuerdan, primero, el “Black Or White” de Michael Jackson y, luego, el “Rebel Rebel” de David Bowie– al reggae de “Nickelodeon”, pasando por el suave jazz instrumental de “Bertha The Cool” o los cambios de estado de ánimo de dos largos instrumentales –“The Long Goodbye” y “Maple Leaf Rage”, más de veintitrés minutos, en conjunto–, casi zappianos en sus desarrollos, que incluyen tanto la calma como el desasosiego repetitivo y martilleante, pero que se constituyen en piezas descollantes y cruciales, marcando el camino de salida para un álbum que concluye de la misma forma en que comenzaba, con una canción, “Wear Your Love Like Heaven”, lenta, introspectiva e, incluso, triste, pero conmovedora y hermosa. Curioso colofón para un disco caracterizado por una rabia que, sin tener la estética del punk, sí es tan punk como lo era la política de Jello Biafra. ∎