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Álbum

Montañés

Juerga y vinoEl Volcán Música, 2021

31. 05. 2021

“Mientras nos sigamos peleando / no le veremos las orejas al lobo / Seremos como los dinosaurios / votando y alabando al meteorito”. Solo por estos cuatro versos cómicamente apocalípticos de “El meteorito” vale la alegría, que de penas ya andamos todos bien servidos, de comprarse el primer disco de Montañés. Yo he elegido el vinilo, porque “Juerga y vino”, que muestra el arte visual de Irene Zafra, solo se prende en lo sensible, en lo que se toca, se ve, se huele y hasta se sabe. Porque todos sabemos que sobra mala leche en esta España cainita que tan bien acaba de retratar Urbizu en “Libertad”. A veces parece que seguimos en el siglo XIX y en lugar de trabuco utilizamos Twitter.

El disco de Montañés es una máquina del tiempo que va y viene entre las “Canciones populares” de Lorca y La Argentinita, y el uptempo cósmico más orgánico que haya parido español. Estoy pensando en “El gran simulador”. Es inevitable pensar en Vino Tinto y Jarcha. Las mismas barbas, parecidos caldos, similar ansia libertaria. Pero la política de Montañés no conoce carnet, eslogan o mitin. Su única campaña es llana y sin asperezas, o bien cerril, de cerro, que no de becerro, rociada de voces como las de María del Mar Montañés y demás dulcineas/os, vehículo de más felicidad, y me pongo cursi, que un manantial de agua transparente un sábado por la mañana cuando dejas de pensar.

El folclorismo de “Juerga y vino” lo acerca a un disco de versiones, pero solo contiene dos temas tradicionales adaptados por el propio David Montañés. También sería un disco conceptual, si por concepto entendemos algo que brota como sensibilidad embriagadora con el misterio de la creación y el trabajo duro a pesar de su título. A la sensación de totalidad conceptual contribuyen detalles cooperantes como la voz del propio Montañés, sus pianos, arreglos y melodías, o la participación del productor Carlos Marqués y del técnico de sonido Paco Solana. Ahora estoy pensando en “Circo”, la belleza de “Carmen de los mártires”, “Fandanguillo de Alcalá la Real” o la propia “Juerga y vino”. Estas dos últimas son variaciones melódicas que sirven para abrir y cerrar el círculo.

El oxígeno que desprende esta obra dionisíaca, musicalmente rica y conocedora, líricamente extraordinaria y sentimental, obtiene sus moléculas dichosas, de dicha, de los pulmones de un granadino que renueva un folclore poco habitual en las ondas, expresando con naturalidad algo que nace de su interior –él sabrá– y que tanta falta nos hace –nosotros sabremos–. Vive Dios que lo sabemos. ∎

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