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Pasado el tiempo, toda generación se toma por perdida, si bien se da la circunstancia de que existen generaciones quemadas a una velocidad inusitada. Ha estado ocurriendo con parte de la plana mayor del grunge –el último en caer, Mark Lanegan–, lo que de alguna manera deja a Mudhoney como ilustres fuerzas vivas masculinas, testigos de una escena que pasó con mayor gloria que pena, aunque se ahogase a sí misma con excesos de toda especie. Quizá el hecho de no ser los más tristes del lugar les vino de perlas a los de Seattle para sobrevivir a un ethos existencialista ligado, por supuesto, a adicciones severas, así como a una salud mental que con los estándares de hoy calificaríamos de precaria. La banda encabezada por Mark Arm –que tampoco es que fuera straight edge precisamente– eligió la vida, tanto es así que, 35 añazos y once discos después, sigue entregando álbumes sobrados de una energía que, en este tiempo desquiciado, para nada sobra. Es más, quien sienta que de alguna manera se les ha devaluado siempre, tendrá una excusa aquí para reivindicarlos de nuevo, puesto que el disco es potente y comprometido. Pero con su punto de liviandad.
Empezaremos por lo liviano, con ese encantador epílogo titulado “Little Dogs” que cierra “Plastic Eternity”, costumbrismo perruno envuelto en una letra pegadiza, vacilona, que es una declaración de amor (a grito pelado, como solo puede hacer Arm) a los perros mini; algunos han vislumbrado por aquí cierta influencia de The B-52’s, y la verdad es que molaría que fuera más allá de la anécdota. Porque el resto es una descarga de rock, psicodelia y punk desde los primeros compases de “Souvenir Of My Trip”, que con su sirena distópica y su exhibición rítmica y arreglos espaciales nos introduce en un trabajo que arroja una versión de Mudhoney afilada, tensa e intensa. Sencillos como “Almost Everything” y “Move Under” así lo demuestran, dejando el pabellón bien alto en la primera mitad de la entrega; el primer single contaba con la firma de la banda (Arm, Steve Turner, Dan Peters, Guy Maddison), a la que se suma el productor Johnny Sangster –ilustre de Seattle, además de compinche de Neko Case en sus giras–, que aparece en los créditos igualmente de “One Or Two” y “Cry Me An Atmospheric River”. La primera, remanso sonoro que nos reconcilia con la necesidad del otro para luego, en la siguiente, vuelta a la furia, en una declamación con un riff infeccioso de fondo y armonías in crescendo contra el ecocidio. “Cascades Of Crap” incide, mezclando guitarras acústicas y fuzz, y atacando con estribillos marca de la banda, en el mismo tema. En este sentido, “Plasticity”, como canción-manifiesto en la recta final, apunta hacia un sistema donde el plástico parece haberse adueñado de todo, hasta de la verdad (“Plastic lenses, plastic views / plastic morals, plastic news / plastic fortunes, plastic proof / plastic essence, plastic truth”).
El espíritu de The Fall, o de Mark E. Smith más bien, se entrevé en cortes como “Flush The Fascists”, post-punk borde con referencias artísticas y algún verso que haría las delicias de Patti Smith (“four equal pieces flushed by Jean Genet”) y que da paso a la canción más Mudhoney de todo el elepé: “Move Under”. Con una intro que es todo un recital guitarrístico antes de dar pábulo a un Arm desgañitándose. “Quiero mis sueños de vuelta”, así de sencillo es el desiderátum de “Severed Dreams In The Sleeper Cell”, que tiene pinta de haber sido concebida en plena era pandémica, como la muy urgente “Here Comes The Flood”, ¿con dardo político a la derecha mediática? (“that’s what the Fox is selling us now”), o “Human Stock Capital”: hardcore para espetar la realidad de la clase trabajadora en un capitalismo donde el reemplazo fácil funciona como mecanismo de opresión bien engrasado. Es así. ∎