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Álbum

Okuté

OkutéChulo, 2021

05. 10. 2021

Buena jugada del guitarrista y productor neoyorquino Jacob Plasse –director de la Orquesta Akokán y propietario de Chulo Records– tras encontrarse en La Habana con Pedro “Tata” Francisco Almeida Barriel. Retratado en la portada, es el líder de Okuté, un grupo de rumberos que dominan el arte de la santería y la conexión con las raíces africanas. En torno a Tata se reúnen otros expertos, como la cantante Naivis Angarcia Rodríguez y la familia Vizcaíno, junto a los nuevos rumberos Machito, Ramoncito y, lo más importante, Juan de la Cruz Coto, un virtuoso del tres que suena a Marc Ribot en clave cubano postizo. Su afilado y estridente tres eléctrico atraviesa un repertorio que se convierte en una antología de la música afrocubana, con sus viejos cantos, recordando las fiestas rurales del bembé y los múltiples grupos étnicos que se reunieron en la isla, con la música arará de los esclavos de Dahomey y la influyente cultura lucumí de los yoruba, cuyas músicas y cánticos se inspiran en las fuerzas primordiales de los dioses orishas: con la sacralidad de los tambores batá presidiendo el ritmo.

Los ritos yoruba-bantú-católicos de la santería, asociados a miembros de sociedades secretas originarias de Nigeria y su costa Calabar, enlazan las tradiciones congo, mandinga o carabalí con un sincretismo sostenido por coros y las percusiones de Bárbaro Crespo y Ramón Tamayo, a las que se añade el musculoso contrabajo de Gastón Joya y otros arreglos, como los aportados por los trompetistas Reinaldo Melián y Harold Madrigal y los violinistas Liliet Silva, María de Lourdes Pomares, José Luis Rubio –reclutados por el coordinador musical César López (Orquesta Akokán)–, que dotan al sonido de una potencia extraordinaria, a la que además hay que sumar el piano de Michael Eckroth.

Aclarado el fondo, vamos por la forma, ya que Jacob Plasse ejerce a la manera de un Ry Cooder que moldea un sonido contemporáneo en que la música roots cubana se transforma en algo moderno. Escuchen si no Gaston’s Rumba”, entre el swing y la música de cámara, como Tom Waits en el malecón, recuperando el espíritu del Buena Vista Social Club.

La invocación a Changó, Yemanyá y Eleguá que preside “Caridad” es la contraseña para introducirse en un mundo ritual al que el tres lleva al terreno del rock. Otra manera de impulsar la rumba es llevarla a la salsa con el tumbao majestuoso de “Chi Chi Ribako”.

Con el pedigrí añadido de haber sido registrado en el Complejo Cultural La Vitrola, donde se ubica el mítico estudio y sello Egrem, hacen profusión de fe en “Quiere la rumba”, recordando la liturgia de los sacerdotes babalao en una fusión con órgano digno de The Doors. El trance ancestral y el groove moderno llevan el poema sincrético “Rumbarimbula”, con recitado masculino y voz de hechicera femenina, de la época de los ingenios azucareros a un futuro imaginado lleno de misterio, reivindicando a la vez el sonido de la marímbula, la versión gigante de los likembes africanos.

Cantando en lenguas ancestrales, en un ceremonial “Na Na Saguey” que relata la leyenda del guaguancó destripada por el incisivo tres, la conexión con lo tribal aún se hace más evidente en un “Orakinyongo” que, de manera curiosa, contrapone un fondo instrumental lounge. Y el cierre, “Devuélvame la voz”, vuelve a demostrar cuán influyente fue la rumba africana en el nacimiento del son cubano, preservando los orígenes y a la vez aportando ideas genuinas. ∎

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