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La miríada de álbumes que han llegado este 2022 resguardados por la vitola de nuevo post-punk británico revelan que la etiqueta se ha hecho demasiado pequeña y reduccionista para una escena tan amplia. Más allá de una cierta querencia por la palabra hablada y unas letras que rozan la histeria emo, poco comparten ya bandas como Squid con Wet Leg, o black midi con Dry Cleaning.
El álbum que presenta Porridge Radio, “Waterslide, Diving Board, Ladder To The Sky”, es el conjunto que Dana Margolin lanza en forma de banda de rock, pero reducir la historia del grupo a su época de cuarteto sería dejar de lado aquellas grabaciones de bedroom pop emotivo e imaginativo con las que se dio a conocer a finales de la década pasada. Como a muchos de los grandes autores de canciones de su generación, las carencias técnicas de esa primera época agudizaban el ingenio compositivo y ayudaban a crear una sensación de intimidad con el oyente, un aliento personalísimo que fructificó sobre todo en el muy notable “Rice, Pasta And Other Fillers” (2016). Había algo en esta época primeriza que resultaba a la vez emotivo y un poco cínico, como en su muy destacable relectura del “Walking The Cow” de Daniel Johnston. Cuando al filo del comienzo de la pandemia lanzó su primer álbum con banda, “Every Bad” (2020), Margolin había perdido ya algo por el camino. Los arrebatos de distorsión a lo Car Seat Headrest estaban demasiado en su sitio, la ejecución perfecta alejaba la intimidad; parecía un disco que se preparaba para una gira de festivales que jamás llegó.
Dos años después, “Waterslide, Diving Board, Ladder To The Sky” reincide en problemas similares. La producción y la mezcla estandarizan canciones que podrían llegar a ser mucho más de lo que son. La indudable maestría a la hora de crear momentos climáticos, como prueban la tiernísima “Flowers” o la hipnótica “Birthday Party”, pierde fuerza a lo largo de un álbum que juega con pocos recursos sonoros, que resulta muy efectivo cuando Margolin se deja llevar por repetir frases en mantras que duran minutos, pero que no da la talla cuando busca acercarse a un pop-rock más genérico. Cuando en “The Rip” la canción se viste de un remedo de Coldplay y Arcade Fire (en las pésimas versiones de ambos grupos), se cumplen los peores presagios. La música no está a la altura del tour de force emocional de las letras, que nos muestran a una narradora tan vulnerable como certera en su descripción del desengaño amoroso y de los efectos de una depresión sobre las relaciones interpersonales. Las canciones no llegan a romper, no llegan a trascender unos arreglos tan genéricos. Algo se perdió en el camino desde “Rice…”. Ojalá no haya sido para siempre. ∎