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Más de tres años después de su notable debut en noviembre de 2018, “Lo primero”, Rosario Alfonso retorna con “De canciones tristes y otras sutilezas”, álbum que ratifica el boyante estado de salud que vive la escena musical chilena.
Con este nuevo trabajo propone un tratado amoroso de resultados incendiarios, aunque siempre relatados desde el recogimiento de canciones zurcidas en la penumbra, tal que en el folk herido de “Negación”. Cortes como este último o “Tranquila” definen la línea abrigada para este trabajo. Canciones que destilan un efecto sanador ante el fracaso amoroso. Bálsamos para el corazón que pregonan la calma como fuente de sabiduría para atender y dejar cicatrizar con naturalidad las heridas abiertas; en este caso, marcadas por una experiencia personal vivida por la propia Rosario Alfonso, que se inspira en el dolor sufrido tras el fin de una relación amorosa.
Desde este cuadro narrativo, brotan canciones dolidas, como la desgarradora “Qué más quieres de mí”, devastadora en su exposición a fuego lento, con esa trompeta afligida que sobrevuela las costuras acústicas; por otra parte, harto representativas del folk nebuloso, en sepia, que Rosario practica desde la desnudez necesaria para exponer las llagas que la atormentan. Temas que, como en “Canción para acunar”, predican la necesidad de reconstruirnos emocionalmente a través de letras como “no hay que pensar en los demás cuando dices no”. Demostración sin medias tintas en torno a mostrarse a pecho descubierto, con absoluta desnudez.
Un guion tan claro, también en lo instrumental, sirve para que cada pequeño detalle u ornamento cobre, si cabe, mayor significación. Así sucede en los coros obnubilantes que sobrevuelan en “Alcohuaz” o en el botiquín de arreglos escogido para la ocasión, repleto de brotes de flugehorn, chelos azules y trombones captados desde la distancia.
Tampoco podemos dejar pasar su capacidad para hacernos recordar a una versión minimal de Julieta Venegas, tal como sucede en “A la primera”. Aunque si hay un momento que cobra identidad verdaderamente propia es “Chamullento”, final del trayecto en el que parece querer buscar la luz, después de semejante recorrido pedregoso por las ruinas de un amor perdido, siempre presente como un cuchillo amenazando en la sombra. Este corte es la puerta abierta al final del camino; tras el mantra del estribillo (“no seas chamullento, no digas mentiras”), Rosario muta su estado emocional en música de baile chamánica, como si quisiera espantar los malos recuerdos con el poder de la celebración, abrazarse a sí misma y sentirse liberada. ∎