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Ha llegado la hora de la confirmación para una generación entera. Allá por los albores de la década pasada el núcleo duro de lo que conocemos –amplísimamente– como indie folk era una sucesión interminable de barbas larguísimas, camisas de franela extemporáneas, una cierta angustia post-emo (saludos desde aquí a los fans de Bright Eyes) y nostalgia ruralista. Estaban ahí desde los Fleet Foxes al primer Bon Iver, pasando por Iron & Wine o The Tallest Man On Earth. Incontables barbas. Infinitas barbas. Una década después muchos de los significantes de aquella canción de autor se perciben como risibles ecos de una época en los que había unos valores muy distintos. Con Big Thief ejerciendo de banda puente entre dos generaciones y dos sensibilidades, podría decirse que la estela de aquel folk brilla en proyectos que comparten liderazgo femenino, un enfoque más urbano y el gusto por la ensaladilla referencial tan propio de la generación Z. Desde Phoebe Bridgers (avanzadilla y estrella del género) hasta Lucy Dacus, desde Snail Mail hasta Julien Baker: los referentes cambian, los valores cambian, pero hay un poso común.
Sophie Allison, aka Soccer Mommy, vive entre dos mundos. Se sabe heredera de una tradición independiente, pero guiña constantemente a un mainstream que acepta a medias a las cantautoras de la generación TikTok. Entre el pedigrí alternativo de Fat Possum y la canalización de los mitos de la infancia (cuenta entre sus referentes a Avril Lavigne y Natalie Imbruglia), tuvo desde el momento más primigenio de su carrera, cuando aún era parte de la interminable nada de lo que se quiso llamar bedroom pop, los dos dones más preciados que puede tener una escritora de canciones: concisión narrativa y talento melódico. Allison sustituía la urgencia y agresividad de otras contemporáneas con una apatía vocal sugerente, y explotó con acierto sus cualidades en el tierno “Clean” (2018), en el que brillaba como una especie de Liz Phair de sus tiempos.
Jovencísima aún (acaba de cumplir 25 años), dio un paso en falso con “Color Theory” (2020), donde los medios económicos no se tradujeron en un sonido más interesante, sino en una estandarización de la producción que aguaba unas canciones notables. Su tercer álbum, este “Sometimes, Forever”, producido por Daniel Lopatin (la mente pensante detrás de Oneohtrix Point Never), esconde una paradoja. Si bien Allison se ha liberado de la tendencia monolítica hacia un indie pop genérico que aguaba las buenas canciones de su anterior álbum, atreviéndose a transitar terrenos (moderadamente) experimentales, las nuevas composiciones son menos memorables, y han perdido buena parte de la frescura que hizo grande su debut. Hay ecos de bandas valientes (desde Slowdive a Yo La Tengo, pasando por Mazzy Star), pulcritud interpretativa y buenos mimbres, pero falta genio. Es en temas como “Darkness Forever”, cuando se deja llevar por los sonidos más melancólicos y meditativos, donde las canciones de Allison brillan realmente, y donde tiene una línea expresiva que puede dar impresionantes resultados. Un paso más cerca de la confirmación. ∎