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En unos tiempos en los que las redes sociales han robado a los artistas el estatus de seres inalcanzables rodeados de un aura de misticismo que retuvieron hasta el cambio de milenio, es de agradecer que estrellas como Taylor Swift aún quieran jugar con el enigma. Y sus lanzamientos siempre se han sentido como un juego de detectives en el que sus fans y la prensa se apremian a encontrar pistas entre las migajas que va soltando ella para tratar de descifrar el misterio del sonido y el contenido de su siguiente álbum. Con “Midnights” ha vuelto a suceder: antes de la medianoche californiana del 21 de octubre, no había single de adelanto y apenas se sabía nada de él más allá de los TikTok lynchianos protagonizados por TayTay que rompieron internet con mil y una teorías. Después de adentrarse en “los bosques folclóricos” del díptico de madurez formado por “folklore” (2020) y “evermore” (2020), cualquier cosa podría pasar.
Descrito por la propia Swift como “una colección de música escrita en el medio de la noche, un viaje a través de los terrores y los sueños dulces”, “Midnights” termina siendo de todo menos un álbum conceptual en torno a las ansiedades nocturnas, y más una nueva oportunidad para recuperar, de la mano de Jack Antonoff, el pop tecnicolor que se dejó por el camino en su anterior aventura folk. Y después de expandir su mitología en aquellos álbumes hablando de otras cosas que no conciernen a ella misma, este nuevo trabajo vuelve a las vicisitudes del yo: autocrítica, confianza en una misma, inseguridades, ansiedades y, por supuesto, insomnio.
“Midnights” muestra a una Swift que ya está por encima del bien y del mal: en la mesa de toma de decisiones nadie le tose, pues sabe que ya no tiene la necesidad de competir con sus contemporáneos (en el programa de Jimmy Fallon ya se autodescribió como estrella del pop geriátrica a sus 32 años). La de Pensilvania siempre ha tenido fama de hacer lo que le da la real gana, pero aquí lo hace más que nunca: no hay editor que se atreva a tocarle letras carne de meme como “Sometimes I feel like everybody is a sexy baby”, se siente cómoda en su fase post-hits, destroza la ilusión del esperado dueto con Lana Del Rey relegándola a unos coros en segundo plano y la selección de las canciones podría parecer cuando menos dudosa si solo tres horas después de su lanzamiento amplía el álbum con una “3am Edition” en la que recupera su colaboración con Aaron Dessner de The National y extiende su racha creativa triunfal. Sobre todo en cortes como “Would’ve, Could’ve, Should’ve”, donde lamenta con tonalidades mórbidas y religiosas el desequilibrio de poder en la relación que tuvo de posadolescente con un mucho mayor John Mayer.
A cambio también hay que decir que se agradece que no se deje contagiar por modas pasajeras (para la infamia siempre quedará su acometida rap junto con Future y ¿¡Ed Sheeran?! en la ya lejana “End Game”) y se limite a hacer lo que realmente se le da bien, empezando por una genial “Lavender Haze” que se nutre de las tonalidades y la estética de “Mad Men” para insistir en la dicotomía estereotípica de “chica buena / mala”, o como ella lo expone: “La [chica] del rollo de una noche o la esposa”. Por supuesto, también hay momentos en los que afila las uñas y dirige sus puyas a enemigos célebres como Kanye West o Scooter Braun, véase “Vigilante Shit”, donde se enfunda el traje de vengadora (y también el de la primera Billie Eilish). Pero nada mejor para demostrar que es la mejor compositora del gremio pop que “You’re On Your Own Kid”, una brutal lección de honestidad sobre lo que supone navegar las aguas bravas de la fama y el amor con una letra que encapsula todo el ethos de “Midnights”. Es solo el quinto track del álbum y el mejor, pero esa, en la mitología swiftiana, es la posición que reserva a sus canciones más desgarradoras. Quizá eso es lo que convierte este trabajo en un disco menor; de tan cohesivo y alérgico a los bangers, por momentos también suena redundante. Pero, sobre todo, porque se siente demasiado en deuda con su pasado, sin apuntar a nuevos horizontes. Y es que ya lo decíamos: Taylor ya no le debe nada a nadie. ∎