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Me gustaría empezar esta crítica mencionando la sorprendente aparición del “American Idiot” de Green Day (2004) en la no menos controvertida lista de los 50 mejores álbumes conceptuales de todos los tiempos en la revista ‘Rolling Stone’. La decisión contribuye a arrojar otra luz sobre una tendencia que ha estado muy en boga en lo que llevamos de siglo: la ópera rock alternativa. Los trabajos de Fucked Up, … And They Will Know Us By The Trail Of Dead, The Hold Steady o, sin ir más lejos, Arcade Fire han sido algunos de los mejores ejemplos, junto a la obra de los siempre ambiciosos Titus Andronicus, que ya compusieron un trabajo conceptual sobre la Guerra Civil de EE UU (“The Monitor”, en 2010) y otro sobre un personaje envuelto en una enfermedad mental (“The Most Lamentable Tragedy”, en 2015).
El séptimo álbum de la banda de Nueva Jersey puede deber su vitalista título a una reacción ante el fallecimiento, a los 34 años de edad, de Matthew Joseph Miller, primer teclista del grupo y amigo de toda la vida del líder, Patrick Stickles. Pero, en realidad, su contenido es más oscuro: una visión del presente apocalíptico pero abordado con las formas del rock del pasado. Stickles dice haberse inspirado en el Bruce Springsteen que saltó a los estadios en la era de “Born In The U.S.A.” (1984) y ha decidido poner toda la carne en el asador con la complicidad de Howard Bilerman, coproductor de la obra, grabada en los míticos estudios Hotel2Tango de Montreal. Las conexiones con Arcade Fire no terminan aquí: hay una colaboración de Tim Kingsbury y, por afianzar referencias, también aparecen por ahí Tad Kubler, de The Hold Steady, y Jake Clemons, de The E Street Band.
Lo mejor del álbum, dividido narrativamente en tres partes, son los textos, que no dejan títere con cabeza, aunque tampoco se aparten demasiado de los lugares comunes de la crítica al sistema. Musicalmente, es un pastiche de muchas cosas de rock clásico, desde las obras seminales de The Who y los Pink Floyd de “The Wall” (1980) a Meat Loaf, el punk-core más garrafonero del sello Epitaph o el propio Springsteen (pero más bien el del muro de sonido de “Born To Run”, de 1975). El problema es que ninguna de las canciones está a la altura de sus referentes, quedando en tierra de nadie, como una anomalía (juego aquí con el título del corte 7, “An Anomaly”) o un ejercicio de nostalgia que naufraga en su desmedida pretenciosidad. ∎