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Hace tiempo que Tomasito combina de manera natural aires de tradición con algún retazo de modernidad. Es posible que eso se deba a colaboraciones como las que ha ido realizando con Joe Crepúsculo: impresionante “No sé si es amor”, su versión de Roxette en español. El giro ascendente de su carrera musical lo dio a partir de “Y de lo mío, ¿qué?” (2009), pero sobre todo con “Azalvajao” (2013). Lo suyo tiene arte, es indudable. Tira de flamenquito, de un concepto para todos los públicos, con un punto sabrosón y letras desenfadadas pero con el saber hacer de la vieja escuela, del que ha trabajado con muchos de los grandes, como Lola Flores, Diego Carrasco, Ketama, Chano Domínguez, Albert Pla o Kiko Veneno. Y su filosofía de disfrutón y vividor sin parangón lo acompaña.
En “Agustisimísimo” encontramos canciones como “De Jerez a Plutón” –dedicada al difunto Migue Benítez (Los Delinqüentes)– o “Los bares”, que nos alegran a base de mucha guasa. “La makinita” es el tema en el que más se aproxima a la modernidad. Y en “El vino y el pescao” nos trae a la memoria a Pata Negra y a Kiko Veneno. Porque Tomasito fabrica una fusión de fantasía y desparpajo por doquier. Conjuga elementos sin prejuicios, rock por rumba o por bulerías.
Estas diez nuevas canciones nos devuelven la gracia y el verbo del que tuvo y retuvo. Por ejemplo, la candela de “Profesiones relevantes” y su vasto repertorio de nuevas ocupaciones: “Disfrutón de la vida, organizador del Primavera, reparador del clima, inspector del buenrollito / pastor de nubes, conductor de dragones, confidente de las flores”. “La zalamera” posee swing y un regusto reggae, ¿acaso aquí quiere adelantar por el carril de la derecha a los Maná de “Clavado en un bar”? Se pavonea y lo goza con su lerele en “Mentira es”. Aprieta a la vida en “Los muertos vivientes”, sobre el currante y sus desventuras, a ritmo de palmas y buen toque. Y todo acaba a gustito en grado sumo, con “Gente buena”, escrita junto a Víctor Iniesta y dedicada a su amigo El Fonta. Un disco muy jerezano donde colaboran Diego Pozo y Paco Castro al toque, Tomasa Peña al cante, Rafael Ramos en la percusión, Daniel Quiñones al bajo y Manuel Morilla en los coros. Todo queda muy pintón en esta casa colorida, porque lo que desprende es buena onda, goce y disfrute. Ese agarrarse a la vida como resistencia frente a la desgracia y a los pesares. Esto es el flamenquito con salero del siglo XXI. Del güeno. ∎