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Casos como el de Toundra no dejan de ser una peculiar anomalía en el ecosistema pop que conforma nuestro día a día. Autores de una fórmula sostenida entre el espacio post-rock y la visceralidad post-metal, sorprende la capacidad de atracción de una propuesta instrumental que va más allá de la comunidad metal y los nostálgicos de la era post-rock, vía Mogwai, para alcanzar una audiencia que cubre muy diferentes sectores.
Más allá de este misterio, lo que no es un secreto es su capacidad para orquestar directos de intensidad ígnea. Metáfora de lo expuesto en su quinto LP al uso, tras habernos regalado su relectura de un clásico cinematográfico del expresionismo alemán como “El gabinete del doctor Caligari” o formar parte junto a Niño de Elche de un proyecto de dimensión morentiana como Exquirla.
Quizá el mayor atractivo de su modus operandi sea la permeabilidad para aceptar caminos que abren el objetivo de sus ambiciones. Oxígeno para una carrera que en “Vortex” (2018) pareció perder la capacidad de sorpresa. Precisamente, el hecho de haber conseguido recuperar el pulso, sin renunciar a lo que mejor saben hacer, es lo que convierte a “Hex” en una obra de gran mérito. El primer bloque de la misma se divide en tres piezas que suman veinte minutos, que han bautizado como “El odio” y que supone el pico más alto de intensidad mercurial de toda su discografía. Una en la que se sumergen hasta el mismo epicentro de sus motivaciones creativas y las sobredimensionan por medio de una muestra sin filtros del estilo que ha definido sus, hasta el momento, quince años de banda.
Los tres cortes siguientes al primer acto del álbum mantienen el guion armado en torno a una exposición tan simple como certera: la búsqueda de la belleza en el contraste entre catárticas subidas de tensión y bálsamos de paz surgidos de sus cenizas, o como introducción de tales exabruptos escalonados, incluso con momentos cumbre de su carrera como “Ruinas” y “Watt”, en los que la furia desatada es un ciclón para el que las guitarras de Macón y Esteban entrecruzan arcos eléctricos de curvatura dentada.
Muy diferentes es “FIN”, cierre de hermosura cuasi sacra, donde la sombra de los Popol Vuh de “Hossiana Mantra” (1972) toma forma, consciente o no, en un arrecife sónico de evocación astral con el que nos ofrecen la cura para el final de un disco compuesto de cuarenta minutos de pura abrasión, seguidos por cinco de paz absoluta. En definitiva, uno de esos trabajos que, apelando al tópico, nacieron para ser vividos en directo, pero que también restituyen el interés hacia Toundra, dentro de sus parámetros habituales de acción. Una formación que, visto lo visto, aún tiene empuje para seguir moldeando un discurso de coherencia total con sus instintos más básicos. ∎