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Álbum

Whitney K.

Two YearsMaple Death, 2021

11. 03. 2021

En cierto modo, Konner Whitney aka Whitney K. representa la esencia del trotamundos de la orografía americana (y no solo en el sentido geográfico). Caminante de su relieve y cronista outsider mediante la impresión de sus vivencias sobre el mapeado de la americana y sus afluentes. Hasta su look cowboy denim –rivalizando con Cass McCombs– lo colocan inequívocamente alrededor de esas coordenadas. 

Tras patearse Vancouver, Burnaby, Los Ángeles y Montreal, presentarse en sociedad con referencias como el EP “Goodnight” (2016) y “When The Party’s Over” (2017), y empadronarse de nuevo en su población natal, Whitehorse, Yukon (Canadá), llega este “Two Years”. El disco descubre –a un público minoritario– una faceta distinta del músico. Simplificando, se diría que estamos ante una versión rural de Lou Reed; como si el neoyorquino se hubiera emborrachado en bares de carretera mugrientos, ido de pesca por lagos solitarios, hospedado en moteles destartalados y empapado de country, blues y hillbilly. La similitud es notoria en el tema de bienvenida, pero la sombra velvetiana no desaparece en la estructura rítmica de “Trans-Canada Oil Boom Blues”, la pieza más rockera del lote y la más política (versa sobre el pasado colonial de su nación). Su raspado oscuro y la entonación vocal similar a la del líder de la Velvet se mantienen en el resto del disco, pero incorporando mayores matices sonoros de su despoblada región y de esa mochila equipada con los estímulos de sus viajes como trovador solitario por la carretera norteamericana. Sensaciones que Whitney expulsa con una lírica aguda y clarividente, propia de aquel que se resuelve cómodamente, lúcidamente, y con su punto de humor, una vez se aleja de las luces de la gran ciudad. 

Y, en lo instrumental, la steel guitar, los violines invasivos, el chelo de saloon diferencian un corpus sonoro de apariencia minimalista pero perfeccionado acomodo, obra de Josh Boguski. El latir más compungido de Hank Williams, el country-rock de Jeff Tweedy, el folk lo-fi del mentado Cass McCombs o el country revitalizado de su compatriota Orville Peck (especialmente en la balada “Me Or The Party #165”) son otros de los nombres que mordisquean el hipocampo. La escucha de este breve pero beneficioso álbum se despide con un tema (“Maryland”) que no da lugar a la enmienda sobre la calidad del trayecto y los atributos de su guía. ∎

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