En la nota de prensa que acompaña la salida del presente disco, el proyecto de la TransMegaCobla –la a priori insospechada pero orgánica colaboración entre Za!, Tarta Relena y cuatro veteranos intérpretes de instrumentos de viento salidos de la Cobla Sant Jordi– se define como “una exploración de las riberas del mar Mediterráneo, pensado como unión y no como frontera”. Esta forma de conceptualizarlo coincide con el relativo auge, en ámbitos académicos, de las perspectivas transnacionales en los estudios de área: la observación de los flujos de ideas, cosas o personas sin considerar las líneas políticas en un mapa. Sin embargo, la región que canalizan los catalanes es tan ficticia como real. El punto de enlace entre los diversos rincones geográficos visitados es la presencia, en tiempos remotos, de los fenicios; pero las tradiciones musicales que conjuran nada tienen que ver con ese tejido conectivo original. La tensión entre lo culturalmente existente y lo generado intelectualmente por los miembros del colectivo florece gracias a dos elementos holística y funcionalmente entretejidos: creatividad y pericia técnica.
Es una obviedad señalar que este es un álbum creativo. En su construcción de un mundo imaginado, el grupo se suma a una tradición no muy claramente definida pero constatable de proyectos de parecida sensibilidad posmoderna –por citar algunos ejemplos de estilos dispares: la perversión del bluegrass y el folk norteamericano de Caroliner; el imposible oriente, postizo pero convincente, elucubrado por Sun City Girls o Secret Chiefs 3; o la inspiradora mezcla de mitología egipcio-africana y black power de Sun Ra–. Lo común a estas propuestas es el regreso a fuentes culturales o etnomusicológicas veraces y su sometimiento a nuevas interpretaciones desde un particular prisma desplazado espacial o cronológicamente. En el caso que nos ocupa, la banda arrastra una serie de estilos regionales mediterráneos (como la sardana o la música gnawa) a su laboratorio ruidoso; trapicheo sónico que, a pesar de la guasa palpable, demuestra ser mucho más que un pastiche o un ejercicio de “experimentar por experimentar”. Detalles como el texto antropológico-musicológico en idioma “ganduliano” que se halla en la contracubierta del disco o la escritura en alfabeto fenicio del nombre del grupo revelan hasta qué punto se toman en serio la broma.
La dimensión lingüística es ciertamente un componente importante de la construcción del imaginario. A primera vista, los nombres peregrinos de las canciones podrían evocar cuentos borgeanos. Pero el asunto no se queda en la superficie: Tarta Relena investigaron a conciencia la lengua muerta del fenicio, de pronunciación desconocida, para prácticamente “reinventar” el idioma. Ante esta utilización de fonemas ininteligibles en un contexto musicalmente enrevesado, es inevitable pensar en Christian Vander de Magma, con su creación kobaiano, o en la locura vocal de Tatsuya Yoshida en Ruins (clásicos del zeuhl y el brutal/avant-prog que sin duda circulan por las venas de Za!). Mezclados aquí con raíces musicales de sitios dispares, estos ecos producen un extraño exotismo que se apoltrona cómodamente en la discografía del dúo barcelonés. Similarmente, amparadas en semejante apoyo instrumental, folclórico a la vez que complejo, las voces de las Tarta Relena, célebres por su formato a capela, descubren nuevas articulaciones para nada desviadas de su conocido gusanillo por la etnolingüística. Sus interpretaciones aquí no desentonarían, por ejemplo, en los álbumes de Charming Hostess, repletos de lenguas semíticas.
Todo este imaginario no transcendería la mera ocurrencia si no fuera por el siempre trabajado flujo musical de los temas. Si bien resulta difícil captar en disco los momentos zappianos de improvisación conducida que animan los conciertos del conjunto, lo que queda registrado es una aproximación más que decente. A excepción de las pistas cortas (la convencional “Ela Tho”, potencial single; “El balearic de Qaa El Ril”, especie de parodia de Café Del Mar que a pesar de la coña es incluso inspiradora; o “El djent d’Aruj Yamim”, trallazo estilo Flying Luttenbachers), la mayoría de canciones arrancan con un tema melódico que es paulatinamente despedazado mediante distintas alteraciones rítmicas, la introducción, combinación e interrupción de capas o patrones instrumentales, y evoluciones texturales. Pero no hay una estructura fija: la propensión improvisatoria mencionada implica que cada canción presenta combinaciones distintas de todos estos elementos. Por ejemplo, el animado diálogo polifónico entre instrumentos de viento que cierra “La sardana de Baal Hammon” nada tiene que ver con el instante de solo casi-jazz cerca del final de “El gosse de Marpha”; mientras que el hipnótico compás bailable de llamada y respuesta que abre “La gnanoua de Yishma Qala” contrasta con el ambiente más informe y flotante de “Fandangos d’Aruj Yamim”.
Demasiados son los procedimientos, resortes e ideas musicales a los que recurre la formación como para resumirlos de forma breve y vulgar. Basta decir que las pistas están tan atiborradas de permutaciones que incluso en repetidas escuchas se reconocen nuevos elementos. Pero si bien precisamente este tráfico caótico-pero-organizado de sonidos es lo que hace del álbum un hecho insólito (especialmente en la escena autóctona), también puede ser lo que complique su digestión. La banda por momentos transciende el experimentalismo anecdótico (por ejemplo, un kraut de naturaleza reiterativa o cíclica, o dejes ligeros de math o noise rock) para zambullirse de lleno en la distorsión, la cacofonía y la atonalidad propias del vanguardismo sinfónico o jazzístico. Muestra de ello es la fantástica corrupción de instrumentos de apariencia benigna como el flabiol o el tible, que aparte de dibujar deliciosas melodías también actúan como generadores de ruido. Es un follón sónico que podría perturbar al consumidor típico de “músicas del mundo”, del mismo modo que los puristas del brutalismo quizá consideren enajenante la presencia de tanta concesión folclórica. No obstante, el oyente ideal –capaz de congeniar emocional y mentalmente estas dos dimensiones– reconocerá el álbum como un trabajo técnicamente superlativo de una vitalidad e inventiva desenfrenadas. ∎