Lo prometido es deuda. Hablemos del drill. Bueno, del UK drill. Como percha de actualidad utilizaremos a
Digga D, una de sus estrellas. Demonizado por las autoridades, los medios y hasta parte de los seguidores del género, acaba de sacar “Energy”, donde habla de la búsqueda incansable de lealtad por las calles de Londres, El Dorado para quienes viven en los márgenes. No el dinero ni las
birds: persiguen la energía positiva que los empuje a evolucionar como artistas, voceadores de la precariedad moral, y evitar a los
pagans (“enemigos”, en el idioma del género). El peligro tiene forma de oscuridad, de envidias y sucede cuando sientes el miedo.
“Solo quiero asesinar sin sentido / fuertemente armado / Disparo desde secundaria, profesionalmente”, canta. Sexismos al margen, el drill ofrece una visión de la vida en la metrópoli bastante más certera que las noticias que pueblan los periódicos. Igual que Platón expulsó a los poetas porque el conocimiento que transmitían los mitos se había quedado obsoleto, Digga D y sus secuaces dan bofetones morales a otros contadores de historias urbanas para ofrecer algo crudo y violento. De hecho, hace solamente unas semanas la opinión pública británica se preguntaba si una canción del género donde se cuenta un asesinato que luego ocurre puede utilizarse o no como prueba en un juicio. Porque el drill pone a cierta parte de la sociedad frente a sí misma. En el año 2018, cuando el género empezó a hacerse grande, los titulares en prensa eran elocuentes.
“Drill, la música demoníaca que empuja a los jóvenes a la violencia” (‘The Times’, 2018). Pero hablamos de jóvenes que tienen pocos espacios de expresión: el estado puede estar desviando la atención hacia un género musical cuando lo profundo es la falta de oportunidades y de espacios de comunidad.
“Probablemente, a aquellas personas que han vivido y prosperado en un sistema social dado les es imposible imaginar el punto de vista de quienes, al no haber esperado nunca nada de ese sistema, contemplan su destrucción sin especial temor”, escribe Michel Houellebecq en “Sumisión” (2015)
. Enmascarados, los raperos del UK drill llevan vestuarios uniformados y los títulos de las canciones apenas son números y jeroglíficos: la lección de anonimato e identidad colectiva es otra de las reflexiones. Y luego está la riqueza sonora, que te sumerge en la meditación a base de golpes abruptos y que se parece al jungle pero con baterías marciales. Además, y esto es otro soplo de aire fresco: en la mayor parte del UK drill no se usa el Auto-Tune.
“El UK drill se compone de un mundo sonoro prácticamente uniforme de pianos de marcha fúnebre amortiguado, bajos glutinosos, baterías por microgotas y densos reverbs”, describe de forma evocadora Kit Mackintosh
en ese libro de lectura obligada para quienes quieran ver que la música siempre simula el futuro que nos espera.
O lo que Mackintosh describe como “futuromanía”. Han pasado ya algunos años de la época dorada del UK drill, pero el nuevo tema de Digga D es una buena excusa para adentrarse en él.