Cómic

Elizabeth Casillas / Higinia Garay

La palabra que empieza por AAstiberri, 2022

Plantear un cómic-ensayo, de por sí, no debe de ser tarea fácil, dada la dificultad del género ensayístico y las potencialidades/limitaciones de la propia disciplina artística que son las historietas. Si a ello le sumamos la temática –el aborto–, el reto puede ser mayúsculo. Pero Elizabeth Casillas (Bilbao, 1986) e Higinia Garay (Bilbao, 1978) se han lanzado, con audacia y pericia, además. Repetimos: la tarea no era sencilla. El aborto forma parte de la agenda del feminismo como reverso emancipatorio de la maternidad obligatoria, tiene ligazón con los derechos sexuales y reproductivos e incluso podría tomarse como antídoto frente a las graves consecuencias de la violencia sexual. Eso, por un lado. Porque el aborto, por otra parte, es una enconada polémica que no cesa, ni cesará, mientras exista un patriarcado que se crea con derecho a legislar sobre un individuo –la mujer– como si de un cuerpo público se tratase.

En “La palabra que empieza por A” (2022), Casillas y Garay, posicionándose en favor del derecho a decidir, exhiben una intención didáctica evidente donde la ilustración y la propia organización de las páginas son grandes aliadas narrativas. Cuentan con la presencia de una Jane Doe (anónima pero viva, afortunadamente) que, detrás de unas gafas negras y a lo largo de todo el libro, es quien va conceptualizando las tipologías de aborto existentes (explicando lo que no es aborto, igualmente), narrando historias relacionadas con la evolución política del derecho a abortar (la de la filibustera Wendy Davis es buenísima), así como episodios clave en relación con la interrupción voluntaria del embarazo. Tampoco falta como temática en la cultura popular –desde “Dirty Dancing” (Emile Ardolino, 1987) a “Girls” (Lena Dunham, 2012-2017)–, sobre todo en respuesta a la anécdota protagonizada por Judd Apatow con la que empieza la obra, que cita en sus inicios a la escritora Annie Ernaux, quien, tras ganar el Premio Nobel de Literatura, ya tiene algo en común con Bob Dylan.

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Las dobles páginas de vivos colores donde intercalan las experiencias de activistas por el derecho a decidir se van mezclando con semblanzas de figuras relevantes como la de Margaret Sanger –biografiada, como se sabe, por Peter Bagge–, que nos invitan a pensar en las consecuencias de determinadas políticas de planificación familiar lastradas por las tendencias eugenésicas del momento. La injerencia religiosa aparece en buena parte de un relato sintético donde el equilibrio textual y visual es perfecto, y no faltan las citas de autoridad; hay, en cualquier caso, un epílogo bibliográfico para que conozcamos las fuentes utilizadas en la elaboración de un libro que, en definitiva, pretende hacer suya una máxima que podría resumirse así: “Yo también hubiese abortado, de haberme visto en esa situación... o no. En cualquier caso, me habría gustado poder decidirlo”. ∎

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