El James Bond de Daniel Craig: un mito magullado.
El James Bond de Daniel Craig: un mito magullado.

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James Bond: un icono popular en conflicto

Los seguidores de James Bond se han dividido ante el desenlace de la etapa con Daniel Craig. El cine no es ajeno a lo que ocurre socialmente, incluso el cine comercial pensado “solo” como un gran negocio. Pero ¿en qué quedamos, lo cambiamos o no? ¿No se criticaba a Bond por violento y misógino? ¿Ahora lo criticamos porque se humaniza? Llegar hasta donde llega “Sin tiempo para morir” ha sido un proceso largo y concienzudo. Aquí lo detallamos, aunque avisamos a quienes aún no se hayan acercado al cine de que no podemos prescindir de incluir unos cuantos spoilers.

A diferencia de las otras etapas de la serie 007, diseñadas a partir de quien fuera el actor escogido para encarnar a James Bond, el ciclo protagonizado por Daniel Craig tenía una meta concreta, y esta no era otra que el desenlace de la quinta y última entrega de Bond-Craig, “Sin tiempo para morir” (Cary Joji Fukunaga, 2021), una década y media después de su inicio. Al escoger a Craig, de atractivo y complexión distinta a los anteriores actores, de una virilidad incluso más vulgar por cercana, la idea era ir reduciendo poco a poco la hiperbólica masculinidad del personaje para hacer aflorar aspectos más frágiles y, digamos, realistas. No se trataba de mezclar a Ian Fleming con John le Carré, porque Bond es Bond y George Smiley no tiene nada que ver con él, ni de convertir a 007 en un personaje al estilo del protagonista de “El espía que surgió del frío” (novela de Le Carré de 1963 y filme homónimo de Martin Ritt de 1965) o de darle resuello feminista. Pero el ciclo iniciado con Craig suponía una puesta al día del personaje que no ha convencido a todo el mundo, de ahí la naturaleza tan atractiva de su desafío. 

Bond representa una mitología concreta, fruto de un tiempo bien distinto al actual, y hay quien piensa que esa mitología debe respetarse. Hay quien cree que lo ideal es crear nuevos mitos y dejar en paz a los anteriores, representen lo que representen, ya que no todos son adaptables a otros tiempos y éticas. Pero Bond es un icono cultural, para lo bueno y para lo malo, y los responsables de la serie –los productores Barbara Broccoli y Michael G. Wilson, hija e hijastro de Albert Broccoli, uno de los dos productores de la serie inicial– han creído pertinente adecuarlo, en la medida de lo posible, al cambiante panorama social, político, cultural, racial y sexual. Sobre todo, las dos últimas cosas, lo que, por supuesto, va en contra de la imagen más misógina y racialmente prepotente que Bond ostentó en buena parte de su andadura cinematográfica hasta que el “vulnerable” Craig se vistió su esmoquin y lució su pistola Beretta 418, condujo su Aston Martin DB5 y paladeó su Martini con vodka agitado, nunca mezclado. 

En “Sin tiempo para morir” sigue haciéndolo, pero nada es lo mismo pese a que una cierta nostalgia –que puedo llegar a entender en términos de lector o consumidor cinematográfico, porque no es lo mismo ver los filmes con Sean Connery de pequeño que verlos ahora con el filtro y la distancia necesarios– haga que nos descoloquemos con el desenlace de la etapa Craig. Inadmisible es que, más allá de aceptar o no el concepto de este último Bond, sea tachado de “moñas” por alguien como Arturo Pérez Reverte, aunque retirar todas sus novelas de una librería de Barcelona –con no leerlas es suficiente– tenga como efecto que el tipo aún se crezca más e invoque la libertad de expresión que él no le ha otorgado al actual 007. No estaría de más recordar el primer párrafo de “Goldfinger”, publicada por Fleming en 1959: “Matar a gente formaba parte de su trabajo. Nunca le había gustado hacerlo y, cuando era necesario, lo hacía de la mejor manera que sabía, y lo olvidaba de inmediato. Como agente secreto que posee el raro prefijo del doble cero, su deber era considerar la muerte tan fríamente como la cirugía. Cuando se producía, se producía”. Bond ha llegado al nuevo milenio como un héroe agotado, cansado de sí mismo. Tampoco estaría de más citar a Anthony Burgess, el autor de “La naranja mecánica” (1962), cuando escribió que “si una de las misiones del artista consiste en enaltecer la vida, nadie puede negar que Ian Fleming es un artista. James Bond nos acompañará indefinidamente: es un semidios, un héroe que nos resulta necesario”. Y al hilo de esta reflexión en principio sorprendente, más digna de Superman, también resulta pertinente bucear en el famoso ensayo de Umberto Eco, “Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas”, publicado en 1965, un año después de que Bond ya se hubiera convertido en uno de los mayores iconos populares de Occidente tras el estreno de “James Bond contra Goldfinger” (Guy Hamilton, 1964): “Se puede objetar que es más fácil reconocer como típicas de nuestra situación no las figuras que nos ofrece el gran arte (que exigen un proceso de comprensión y de sintonización con sus razones profundas), sino aquellas que nos son ofrecidas por la literatura y el cine comercial, por el artesanado menor, de inmediata eficacia y amplia difusión”. Eco dedica uno de los apartados de su libro a la figura de Superman, cuyo hijo será, en los próximos cómics, bisexual y activista contra el cambio climático. A Pérez Reverte le dará un infarto.

Sean Connery como James Bond: otros tiempos. Foto: Michael Ochs Archives/Getty Images
Sean Connery como James Bond: otros tiempos. Foto: Michael Ochs Archives/Getty Images

Y todo esto, en el fondo, por un peluche, un objeto de infancia que se ha convertido en el campo de batalla de los defensores y los detractores del destino trágico de Bond-Craig por su aparición en uno de los planos decisivos de la película. Es más que probable que Broccoli, Wilson, el mismo Craig, los últimos guionistas de la serie –Neal Purvis y Robert Wade, a quienes en el último filme se ha añadido, sin un propósito visible en el resultado final, la ingeniosa Phoebe Waller-Bridge, creadora y protagonista de la serie “Fleabag” (2016-2019)– y hasta los directores de estos cinco filmes –en especial Sam Mendes, responsable del tercero y cuarto, “Skyfall” (2012) y “Spectre” (2015)–, hayan tenido en cuenta los giros trágicos en la andadura de otros personajes tan mediáticos como Batman –sobre todo en versión de Christopher Nolan– o los de la otra saga de acción con fundamento dramático, “Misión: Imposible”. Porque recordemos que en la primera película de la serie cinematográfica comandada por Tom Cruise, “Misión imposible” (Brian De Palma, 1996), el traidor era ni más ni menos que Jim Phelps, el protagonista sin mácula encarnado por Peter Graves de la serie televisiva.

El proceso iniciado con “Casino Royale” (Martin Campbell, 2006), irreversible, ha cristalizado en la muerte de Bond, emponzoñado por su enemigo, quien también se envenena a sí mismo en otra vuelta de tuerca de la tesis eterna del héroe y el villano, de Belerofonte y la Quimera –el tema de “Misión imposible 2” (John Woo, 2000)–, lo que le impele a sacrificarse en trágica inmolación. El veneno no le mata, pero le convierte en un ser tóxico, alguien que no puede ni rozar a quienes quiere, y Bond tiene ahora una mujer a la que amar y una hija a la que cuidar, por lo que asume su destino final de la única forma posible para que este cambio sea tajante y rotundo en el imaginario colectivo: solo en una isla, mirando al cielo mientras caen a su alrededor media docena de misiles. Después, su último amor (Léa Seydoux) le dice a la hija de ambos que va a contarle muchas cosas de alguien llamado Bond, James Bond, así que la puerta no está cerrada del todo. Porque pensar que el próximo filme no de Bond, sino de 007 –es decir, otra franquicia, no la misma– va a tener como protagonista a una mujer racializada, me parece muy poco probable, ya que, al fin y al cabo, esto es un negocio y no hay ahora mismo una actriz de raza negra con el poderío comercial para sostener la serie.

Bond y Madeleine (Léa Seydoux): fragilidad romántica.
Bond y Madeleine (Léa Seydoux): fragilidad romántica.

El final es demoledor, sin duda alguna, ya que pone en la picota el sistema de valores en el que se ha sustentado la mitología Bond como representación violenta, capitalista, fascista y sexista, aunque con matices; como héroe indestructible sin ser un superhéroe. Emotivo y coherente para unos. Risible para otros. Muy atrevido en el contexto del cine comercial. Concebido y rodado, eso sí, antes de una pandemia que empieza a alterar determinados valores y conceptos. Lo interesante es que ese final es la consecuencia de un proceso lógico, no un burdo ardid de guion o un trueque improvisado. La serie volvió a comenzar desde cero cuando para el debut de Craig decidieron desempolvar la novela “Casino Royale” (1953), la única de Fleming que se les había escapado a Broccoli y su socio, Harry Saltzman. Tuvo antes una versión televisiva –un episodio muy teatral de la serie “Climax!”, interpretado por Barry Nelson en 1954– y serviría después, fuera del ciclo oficial, para ofrecer una parodia del personaje y del género que representaba: “Casino Royale” (1967), con cinco directores y tres actores distintos interpretando a un Bond de chiste pese al memorable momento a ritmo del “The Look Of Love” de Bacharach-David, cantada por Dusty Springfield.

Connery, Roger Moore, Timothy Dalton y Pierce Brosnan no pudieron vivir aquella sofisticada aventura. Craig sí. El inicio en Praga, en blanco y negro y con una pelea en unos lavabos que posee la contundencia física del cuerpo a cuerpo de una serie iniciada en la misma época, la de Jason Bourne, presagiaba el cambio pese a que en los cinco filmes con Craig se han respetado otras señas de identidad del cine-espectáculo. Pero Bond ya no solo practica sexo, sino que ama. Y su amor, Vesper Lynd, convertida también en heroína trágica, queda atrapada dentro de un ascensor que se hunde irremediablemente en las profundidades de los canales de Venecia tras el derrumbe de un viejo edificio provocado por el propio Bond. Amado y traicionado por Vesper, Bond encara la siguiente aventura,“Quantum Of Solace” (Marc Forster, 2008), casi como una abstracción nihilista. El inicio de “Skyfall” es espectacular, con la persecución en moto por los tejados de un gran bazar, pero la última secuencia corresponde a la muerte de la M encarnada por Judi Dench. M ya era mujer en las películas con Pierce Brosnan –otro cambio menospreciado desde el fundamentalismo–, y, sobre todo, fue ella quien se despachó a gusto soltándole a Bond en Goldeneye” (Martin Campbell, 1995), cuando 007 no era sospechoso de ser frágil, amoroso y paternal, que era un dinosaurio sexista y misógino, una reliquia de la guerra fría. “Spectre” también comienza a lo grande, con el elaborado plano-secuencia por las calles y edificios de Ciudad de México durante el Día de los Muertos, pero introduce después a Léa Seydox como Madeleine, y esa modificación frente al patrón erótico clásico de las mujeres de la serie tenía también un objetivo concreto: heroína torturada y esquiva, hija de un asesino, inspira un cambio en los afectos antes que en los deseos. En el arranque de “Sin tiempo para morir”, Bond visita la tumba de Vesper: la llora y la echa de menos, aunque ame a Madeleine. Q (Ben Whishaw) ya no es el flemático inventor de gadgets, sino un hipster introvertido que se pasa el día frente al ordenador. A partir de “Skyfall”, Moneypenny es de raza negra (Naomie Harris) y el nuevo M (Ralph Fiennes) es fondón y manipulador. También los villanos y los actores que los encarnan pertenecen a otro ideario megalómano: Mads Mikkelsen, Mathieu Amalric, Javier Bardem, Christoph Waltz y Rami Malek.

Craig y Eva Green en “Casino Royale”: el principio de una serie trágica.
Craig y Eva Green en “Casino Royale”: el principio de una serie trágica.

Así que igual no debería impactarnos tanto, a quienes nos ha impactado, el destino trágico de James Bond. Y tampoco debería sorprender a quienes les ha molestado. Hay en este sentido un bello detalle musical en “Sin tiempo para morir”, una premonición. Hacia el principio del filme se escucha un fragmento instrumental de “We Have All The Time In The World” de John Barry. Después, en los créditos finales, se repite entera en la versión cantada por Louis Armstrong. Las dos versiones pertenecen a la banda sonora de “007 al servicio secreto de su Majestad” (Peter Hunt, 1969), la única que interpretó George Lazenby. Bond se enamoraba de Teresa Di Vicenzo (Diana Rigg), hija de un jefe del sindicato del crimen, y contraía matrimonio con ella. El día después de la boda, Teresa era tiroteada y asesinada. Aquel también fue un Bond enamorado, trágico. La película no funcionó comercialmente y hoy es el título más olvidado de la serie. No se aceptó el cambio. “Sin tiempo para morir” ha sido, de momento, un éxito. Resulta elocuente que, al “matar” a Bond hoy, hayan utilizado la canción de la película en la que mataban a la esposa del personaje medio siglo antes. ∎

“Sin tiempo para morir”: fin de ciclo.
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