“La espera” (2021; Reservoir Books, 2023) se reseña sola. Después de aparecer en todas las listas de los mejores cómics del año pasado con “Hierba” (2017; Reservoir Books, 2022) –quedó en decimoprimer lugar en la de Rockdelux–, la coreana Keum Suk Gendry-Kim (Goheung-gun, 1971) vuelve a entregar una obra impactante y dolorosa, atravesada de arriba abajo por la historia de su país. De las “casas de consuelo” donde el ejército japonés prostituía a chicas coreanas durante la Segunda Guerra Mundial pasamos ahora a la separación de las dos Coreas, trauma nacional que “La espera” conjuga en su dimensión personal y política. Y si la irrupción de la nada –al menos en el panorama editorial español– de una obra tan contundente como “Hierba” suscitaba alguna duda sobre la autora, su nuevo trabajo las acalla: la facilidad para hilar la Historia con la vida de los personajes, la delicadeza al manejar los momentos más duros, la expresividad de un dibujo de tinta muy viva, los recursos poéticos de sus composiciones... Todas las cualidades de “Hierba” reaparecen en “La espera”, confirmando que no solo hay talento, también ambición y una voz definida. Dar en la diana una vez puede ser casualidad, conjunción astral, one hit wonder. ¿Dos veces? Ni hablar.
Sin embargo, y aquí ya me cuesta más expresar mis ideas, no consigo entusiasmarme con el trabajo Keum Suk Gendry-Kim. En su forma de entrelazar presente y pasado en un ejercicio de autoficción hay una perfección casi sospechosa. “Hierba” y “La espera” no solo encajan en la tradición del cómic de memoria histórica, sino que destilan todos los hallazgos de “Maus” (Art Spiegelman, 1980-1991), “Persépolis” (Marjane Satrapi, 2000-2003) o “Pies descalzos. Una historia de Hiroshima” (Keiji Nakazawa, 1973-1987), como si una inteligencia artificial descifrara la fórmula magistral del best seller de novela gráfica. Todo en los cómics de Gendry-Kim está en su sitio: la emoción surge en el momento adecuado, los finales dejan sabor amargo y la realidad se funde (o confunde) con la ficción en un abrazo lo bastante ambiguo para dejar espacio a la poesía. Mientras la nonagenaria protagonista del cómic espera reunirse con el hijo del que se separó hace siete décadas, yo espero ver algo en su obra que me desconcierte o me sorprenda y no lo consigo. Por supuesto, es solo culpa mía.