Libro

Robert Shea y Robert Anton Wilson

Trilogía ¡Illuminatus!Orciny Press, 2021

Quizá nunca se usó de mejor manera el departamento de documentación de ‘Playboy’ que cuando dos trabajadores de la revista, Robert Anton Wilson (1932-2007) y Robert Shea (1933-1994), lo emplearon para recabar material de cara a su colaboración literaria. Una trilogía inspirada en las cartas de lectores recibidas en la publicación –“¡Illuminatus!”, editada originalmente en 1975– les puso en el mapa de la contracultura estadounidense: era una locura cachonda y erudita sobre sociedades secretas, drogas, sexo más o menos libre y ocultismo (a menudo orgásmico). Cuarenta y siete años después de la edición original, Orciny Press la reúne en un solo volumen de más de 700 páginas en traducción castellana.

El empeño era original de puro excesivo, pero conectaba con otras creaciones del momento. Thomas Pynchon publicó “El arco iris de la gravedad” (1973) cuando la novela de Shea y Wilson ya estaba terminada (o eso dicen: ¿por qué creerlos si nada es verdad y todo está permitido?). Y Philip K. Dick, el genio delirante de la ciencia ficción estadounidense, llevaba años desarrollando sus sospechas paranoides alrededor de la naturaleza de la realidad que irían derivando hacia el misticismo. En realidad, “¡Illuminatus!” sintoniza con la narrativa dickiana por sus fundamentos pulp, del noir o la literatura policial, que se expanden hacia la extrañeza sci-fi sobre realidades-simulacro o hacia la conspiranoia y las liturgias alrededor de grupos ocultistas.

Shea y Wilson ejecutan esta expansión con humor y verbosidad. Todo comienza con la búsqueda policial del desvanecido editor de la revista política ‘Confrontación’ y el secuestro y liberación (a cargo de grupos clandestinos opuestos) de otro de sus redactores. Rápidamente se introduce al lector en un mundo de acciones agitadoras orientadas a “joder mentes” (o expandirlas) e iniciaciones místicas proclives al folleteo. Entre agentes quíntuples y una maraña de cultos, emerge la batalla entre el intento de control global de los Illuminati y la afirmación de la libertad que propone la Secta Discordiana, un culto real satírico (hasta cierto punto) que Shea y Wilson se propusieron mitificar mediante esta trilogía.

La visión irónica sobre los credos y cultos coexiste con la parodia pura (de Bond, por ejemplo), pero también con el dardo político real. Se incluyen alusiones a la literatura fantástica de Lovecraft y compañía, a la prosa intoxicada de William S. Burroughs y Timothy Leary o a las experimentaciones de “Ulises” (James Joyce, 1922). Entre toneladas de referencialidad y metaficción, el pirata Hagbard Celine, un héroe discordiano (¿o no?) con ecos del Nemo de Jules Verne, intenta salvar un mundo amenazado por un posible conflicto nuclear, la liberación de una arma bacteriológica y, sí, zombis nazis. El recorrido huele, a ratos, a habitación de juegos de adolescentes pajilleros. Aunque también incorpora guiños antimachistas (y antirracistas), la obra nos puede recordar los sesgos androcéntricos de la Revolución Sexual.

La sucesión de humoradas y filosofadas geniales puede llevarnos a un estado de vértigo jocoso, como quien juega a dar vueltas sobre sí mismo y ríe. En paralelo, podemos intuir verdades ocultas en el disparate… o entrever los disparates ocultos en el aparente orden de una realidad que, después de todo, estructuramos con nuestra mente. “Una conspiración de 120 vectores no parece una conspiración, parece un caos. La mente humana no lo puede abarcar, así que decide que no existe”, dice Celine. En un momento de auge de la creencia en conspiraciones, la fiesta de “¡Illuminatus!” puede recordarnos la ridiculez, pero también la emoción y el atractivo, de creer en teorías que expliquen muchos aspectos de la vida y doten de sentido a un desorden que no lo necesita y, quizá, no lo admite. ¡Salve, Discordia! ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados