Libro

Rodrigo Fresán

MelvillLiteratura Random House, 2022

Eres un chaval, un crío de poco más de doce años, y tu sombra se proyecta sobre una cama en la que tu padre, maniatado y tiritando, se despide de la vida. Agoniza, varado como una ballena recién arponeada, porque el río Hudson se congeló antes de lo previsto y el barco, el maldito Constellation, no pudo avanzar más. Así que agoniza por la fiebre, el hielo y la mala sombra del Constellation, y agoniza también porque, ya se sabe, “no hay nada más peligroso para un perdedor que convencerse de que es o de que se puede llegar a ser un héroe”.

Porque en algún momento, vete a saber por qué, cruzar a pie el río helado debió parecerle una buena idea. Apenas media milla, quinientos metros de viento en el rostro y nieve en el corazón helado. En la otra orilla, sin embargo, solo esperaba la muerte. La fiebre, la muerte y esa ballena blanca que, aún no lo sabes, perseguirás toda tu vida. O, mejor dicho, te perseguirá a ti. Tu madre te cambiará el apellido, añadirá una letra para elevar la distinción y, ya puestos, despistar a los acreedores. El frío, sin embargo, siempre te encontrará. El hielo jamás se derretirá.

Porque eres Herman Melville. Y tu padre, ese buscavidas llamado Allan Melvill, será tu Moby Dick.

“Mi padre es una ballena. Y yo soy su Jonah”, que escribe ahora Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) en las últimas páginas de “Melvill”, alucinante y alucinada ficción biográfica, otra vida de santo deliciosamente remezclada y expandida, con la que el autor argentino redobla la apuesta de “Jardines de Kensington” (2003) y utiliza lo poco que se sabe que fue para, nunca mejor dicho, imaginar lo que pudo ser.

En el nombre del padre, el autor de “Mantra” (2001) se cuela por las rendijas de las memorias y biografías melvilleanas y se aventura a patinar sobre el hielo siempre quebradizo acompañado de vampiros, delirios crepusculares y secundarios de quita y pon como Nathaniel Hawthorne o el enigmático y sin embargo familia Nico C., Franco Battiato y, oh sí, también, cómo no, los Beatles. Fresán en estado puro, sí, aunque en una versión, si cabe, mucho más disfrutable. Doscientas ochenta páginas de puro gozo lector entreveradas de reflexiones sobre la creación, la paternidad y el cambio de escala en las relaciones paternofiliales a medida que pasa (y pesa) el tiempo.

Con su anterior proyecto, ese titánico tríptico formado por “La parte inventada” (2014), “La parte soñada” (2017) y “La parte recordada” (2019), el argentino se vació y nos dejó desfondados. Desorientados y con cara de atropello. Sí, como si una hormigonera nos hubiese pasado por encima. “Melvill”, en cambio, consigue comprimir todo aquel universo y encerrarlo en un espacio engañosamente controlado. Un circuito cerrado en el que la energía se retroalimenta entre fabulaciones biográficas, escalofríos de fiebre desmadrada y un festín de epígrafes y notas a pie de página que no es más que es un diálogo entre el más allá y el más (o menos) acá, entre Melvill y Melville.

Hijo y padre, padre e hijo, invocándose mutuamente para intentar comprender qué hay realmente en el vientre de la ballena. ∎

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