El día que
Albert Pla no tenga nada que decir, seguramente dejará de cantar. No es un visionario ni un “enfant terrible” ni un iconoclasta. Tampoco existe una provocación premeditada en su actitud. Abre y cierra puertas con una naturalidad y una independencia admirables y por eso mismo irrita por igual a estirados funcionarios culturales, a reservistas del nacionalcatolicismo y a toda esa caterva de mediocres cantautores afrancesados que babean una subvención institucional que los libre de la miseria. Albert Pla escribe fluido de principio a fin y donde unos ven irreverencia, mal gusto, ordinariez y subversión, otros vemos ternura, alegría, sensibilidad y libertad. El secreto está en la interpretación que cada cual sepa o quiera darle. Y así ha sido desde su primer disco.
Ha roto con el catalán, intuyo que por la intolerancia de la estúpida élite cultural catalana, demasiado reacia a admitir la maleabilidad del idioma, y se ha revolcado por el castellano, alargando palabras, mezclando acentos, fragmentando sílabas y jugando con la riqueza léxica sin complejos.
Inquieto y rompedor, Pla se ha mojado los pies en la rumba, la ha removido y, con el debido respeto, la ha hecho trizas sin incurrir en la parodia. No se ha descolgado con un disco de rumbas, sino que ha metido las narices allí donde le apetecía para llevarse hacia su terreno matices, frases y conceptos musicales que muy pocos se han atrevido a asimilar con su naturalidad. Las guitarras de Chipén ponen color a
“Joaquín el necio”, una historia de amor que transmite una sensibilidad poco común. El cantaor Chiqui de la Línea es el contrapunto en la
“Carta al rey Melchor”, una composición a medias con Pi de la Serra en la que el palo del
cantaor va tapando la voz de Pla a medida que el texto pierde coherencia. Las palmas de la rumba catalana apoyan el estribillo de
“La dama de la guadaña”. El balanceo rítmico suaviza la crudeza del
“Enterrador de cementerios”. Y así, innumerables detalles que van salpicando todas las canciones; intimistas y pesimistas, unas; entrañables e ingenuamente perversas, otras; imprescindibles, todas. Como él. ∎