Obcecado en su despojamiento, en su crudo blanco y negro sin concesiones a los tintes decorativos, en su rigor ascético de caballero antiguo, Diego Vasallo deja vislumbrar cada vez con más poderío el edificio que va construyendo piedra a piedra y esfuerzo a esfuerzo desde “Canciones en ruinas” (2010). Una construcción que al principio podía parecer demasiado radical, oscura, árida. Una etapa de garganta áspera y casi angustiosa, un regodeo en la ronquera y el susurro desesperanzado, presidiendo una búsqueda de las raíces en distintos géneros musicales y en todos los sentidos.
Y ahora Diego Vasallo se eleva como también se eleva un ángel. Y se gana las alas con un álbum que vuelve a ser un paso adelante en la coherencia y solidez de su particular empeño, y en la apertura a texturas más cálidas, a melodías más acogedoras y a emociones que dejan poso de inmediato. Se veía venir: el progreso y la depuración de un estilo que fueron mostrando “Baladas para un autorretrato” (2016) y “Las rutas desiertas” (2020) se consolida totalmente en “Caemos como cae un ángel”, pero con un nuevo nivel de coherencia, con aire de obra magna.
Son siete canciones sin desperdicio en la lógica del relato, con impulso de letanía rock en el mejor sentido: largas letras elaboradas y expresadas con total convicción, sobre una base instrumental sólida como una roca, que evoluciona sin grandes cambios, sin apenas distinguir estrofas y estribillos, y sin embargo mantiene una tensión creciente y pegadiza, llena de matices impulsores.
El mejor ejemplo de todo esto aparece desde el comienzo, con la soberbia “Caemos como cae un ángel”. Un bajo que bombea el flujo sanguíneo de ocho minutos rotundos que podrían ser más, un coro góspel como el vapor de un ferrocarril imparable, unos tambores que invocan un ritual para exorcizar desencantos, las guitarras punzantes y un piano eléctrico como impulsos de swing vitalista y contagioso: todos a una para enaltecer las letras y la expresividad de un Vasallo cada vez más versátil en su modulación. Podría ser un hit. O lo es, porque las veinte estrofas de cuatro versos sin repetición, pero con una estructura muy depurada, se hacen adictivas. Como es inagotable la lucha por la estabilidad vital y emocional.
“Línea directa con tu corazón” es otro ejemplo del nervio que tienen estás canciones punteadas por las guitarras de Fernando Macaya y los pianos y órganos de Raúl Bernal, con esa monolítica base de Fernando Neira y Karlos Arancegui. Si hace una década parecía que Vasallo acudía a los fondos sonoros de Tom Waits o los Bad Seeds de Nick Cave con exceso de mimetismo, ahora ya es totalmente propio lo encontrado juntos a sus músicos afines por esos caminos del back to basics, de la autenticidad del rock, el blues primitivo o incluso el soul.
Son canciones de desahogo y elevación por encima de la mediocridad, de la derrota siempre acechante. Diego Vasallo aparece como un pesimista convencido, pero con la esperanza de estar equivocado, que no se resigna a que la realidad le acabe dando razones a su desazón. Un empeño inagotable de salir de la pena o tratar de entenderla. No hay indolencia o resignación. La abundancia de imágenes de desasosiego emocional, la necesidad de lamerse las heridas y enderezar los rumbos equivocados son parte del paisaje por el que transita la poesía de Vasallo. Pero hay en el fondo una catarsis suave y balsámica, un romanticismo salvador que en este LP funciona también magníficamente en los arreglos musicales de una banda que es unidad indisoluble. Y así surgen baladas de hondo efecto emocional como “Después de todo” y “Un metro de nieve”.
Y cuando al final comienza“Aquellas calles tuyas”, no hace falta haber leído la dedicatoria para intuir de inmediato el espíritu de Rafael Berrio, antes de que Diego disemine en la letra guiños más evidentes. Difícil hacer un homenaje tan profundamente enraizado en el mundo de Berrio, en melodía, talante y melancolía, y tan sentido y humilde, como el de esta preciosa canción. ∎