Nos habían advertido ya con su anterior trabajo (
“Soñando en tres colores”, 1988): iban en serio, su oferta era una de las más esperanzadoras de las que circulaban por estos pagos. Lo que uno no imaginaba era que este “
Azul eléctrica emoción”, su tercer y reciente trabajo, pudiese erigirse en un paso de gigante tan impecable.
Huyendo de argumentaciones del estilo de “países ciegos y reyes tuertos” o similares, que pueden servir en otros casos, en el de
La Granja no caben vacilaciones ni falsas metáforas. Sencillamente estamos ante uno de los mejores trabajos de este año en cuanto a producción nacional se refiere.
La Granja ponen en funcionamiento, con la simplicidad como virtud, unas guitarras, un bajo y una batería (más la ayuda de un Paul Collins que, además de producir, toca la acústica) sin que la voz tenga que abrirse paso a codazos o a gritos. No hay alardes ni grandilocuencias, sencillamente música de esa que tú y yo andamos buscando continuamente y que la mayoría de bandas nacionales se empeñan en negarnos: rock inteligente que respete y que podamos respetar sin recurrir a tópicos ni a estados de ánimo determinados.
“Azul eléctrica emoción” parece definir, en tres palabras, el contenido no solo del disco, sino de la propia búsqueda del grupo. Tras “soñar en tres colores” han optado por la sobriedad del azul –eléctrico por tonalidad e instrumentación– y la emoción –que tanto escasea– desbordándose con generosidad.
La Granja tienen, ante todo, los oídos bien abiertos y su música se dibuja a partir de esa apertura sensitiva, imaginativa e inquieta, hasta diferenciarlos de la mayoría de las bandas. Han dado con la clave, con la lucidez del rock natural, espontáneo, ese lenguaje tan universal que pocas veces se ha visto tan bien traducido en España como en “Azul eléctrica emoción”.
Tras una primera escucha, el disco te desarma, te lleva a olvidar cualquier prejuicio. Suena transparente, las ideas saltan a simple vista, los temas se alzan sin fisuras ni renqueos, sin debilidades. Baladas, medios tiempos o acelerados, todos construidos con la misma convicción y coherencia, sin prisa, pero con rotundidad. Los textos huyen del alegato o del mitin generacional, las historias se ajustan perfectamente a su escenografía musical, así como a su imagen, globalizando su gran virtud: la normalidad. Porque la austeridad de La Granja es la base de su riqueza. ∎