“Estaba entrando otra anciana acompañada de un hombre que tenía que ser su marido. Llevaban tanto tiempo juntos que ya eran como gemelos”, escribe Nana Kwame Adjei-Brenyah en uno de los relatos que conforman su libro de debut, “Friday Black”. Algo así ocurre con Los Lobos y Los Ángeles, ciudad destinaria y beneficiaria de este acertado disco. Porque doce de sus trece canciones son versiones de composiciones asociadas a la población californiana fundada en 1781 con el nombre de El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles de Porciúncula. Aquello se hizo con un grupo de 44 personas que en 1820, cuando aún se mantenía como un rancho, solo había aumentado hasta las 650. Que según las estadísticas de 2021 la población de la ciudad esté ahora en los cuatro millones de habitantes y la de su área metropolitana en los 18,8 nos indica, además de hacia dónde vamos, la fuerza alcanzada por ese crisol multiétnico, cuna geográfica en la que desde 1973 Los Lobos y su East L.A. sound han ido meciéndose, compartiendo tantos años juntos que los unos y la otra ya son como gemelos.
Muestran Los Lobos en “Native Sons” (título también de la única canción nueva incluida en el álbum) su Los Ángeles, claro, que no es el de Beverly Hills, sino el chicano del que proceden: el de una clase baja que va andando por la mediana de la autopista vendiendo fruta, el de unos obreros que tras concluir su jornada laboral el viernes abren latas de cerveza en su porche para olvidarse del atasco en la Interestatal 5, el de los desvelados por los helicópteros LAPD que sobrevuelan de madrugada barrios como el de Florence, el de los que no tienen padres que les regalen un Ford Thunderbird. Nos relatan así una especie de autobiografía escrita con canciones ajenas, las que les han hecho ser quienes son: leales con sus raíces pero abiertos y versátiles; humildes siempre y pedantes nunca, replicantes tampoco; una banda de bar con conocimiento de causa para explorar más allá de la boda y el bautizo, así como para conducirse por la fama y, sí, la infravaloración (aún no están en el Rock & Roll Hall Of Fame, a pesar de que desde 2004 pueden ser nominados).
Para tender este sabroso puente cultural que es “Native Sons”, y que parte del sentido de pertenencia a un lugar en el mundo (tres de sus componentes han nacido en L.A., los otros dos han sido adoptados), han escogido una sugerente y sorprendente docena de canciones, todas previas a la formación de la banda. Un tercio parte de la arqueología chicana, fechada entre 1949 y 1967 (“Love Special Delivery” de Thee Midniters, “Los chucos suaves” de Lalo Guerrero y Sus Cinco Lobos, “Dichoso” de Willie Bobo y “Where Lovers Go” de The Jaguars); luego está el doblete de mar, arena y cómo-será-mi-futuro que conforman “Jamaica Say You Will” de Jackson Browne y “Sail On, Sailor” de The Beach Boys; se sacan también de la manga el emparejamiento de “Bluebird” y “For What It’s Worth”, ambas de Buffalo Springfield, con la primera enganchada a la segunda; se acuerdan de sus vecinos negros del rhytm’n’blues, con “Misery” de Barrett Strong, “Never No More” de Percy Mayfield, “The World Is A Ghetto” de War y “Farmer John” de Don & Dewey, y no se olvidan de los blancos, aunque fueran menos, con “Flat Top Joint” de sus admirados The Blasters (la banda que aspiraban a ser cuando empezaron). ∎