“Una ópera egipcia” es a
“La leyenda del espacio” (2007) lo que “Amnesiac” a “Kid A” (Radiohead): no tanto una secuela que se aproveche de la inercia creativa de un álbum histórico como el partir de esos hallazgos para ir más allá.
Los Planetas se aferran a esa idea de psicodelia jonda descubierta en el mejor disco español de lo que llevamos de siglo, la depuran pero también la fuerzan para aumentar las dosis de mística, lisergia, riesgo, extrañeza y emoción. La síntesis entre las mitologías flamenca y planetaria –todo son señales, sí– se alcanza de forma casi diabólica: todo es ya parte de un discurso único hasta el punto de que los fragmentos líricos procedentes de la tradición ancestral se confunden con la propia tradición romántica construida por J en sus letras.
Del mismo modo, el sustrato en forma de romeras, colombianas, cantiñas, alegrías, malagueñas, sevillanas, saetas o seguirillas se integra con un noise psicodélico que alcanza su mayor perfección instrumental sin renunciar a la valentía. Lo fácil –y, en ese sentido, el EP
“Cuatro palos” (2009) nos despistó– habría sido acomodarse en una segunda parte de “La leyenda del espacio”. En su lugar, sorprenden y convulsionan con puntos de fuga como los siguientes:
“La llave de oro”, una introducción instrumental que es como flamenco-surf cargado de ácido;
“No sé cómo te atreves”, donde la voz de La Bien Querida actúa como contrapunto del J personaje para construir un himno a medio camino entre Pimpinela y el “Sometimes Always” de The Jesus & Mary Chain, y
“La veleta”, con Ana Férnandez-Villaverde de nuevo al micro, reinterpretando una sevillana de La Niña de Los Peines sobre un fondo de sintetizadores deudor de New Order.
Y, para rematar, una tríada final (
“Virgen de la Soledad”,
“La Pastora Divina” y
“Los poetas”) para la que no llegan las palabras: guitarras encendidas en azufre, el arrebato místico del majestuoso Enrique Morente en su reencuentro pos-
“Omega” con Antonio Arias y Eric Jiménez y un cierre demoledor en el que J se inspira en la lectura coránica del Antiguo Testamento para diluir su poesía alucinada entre un turbio mar de secuenciadores.
“Puedes pedirme lo que tú quieras / que te mereces una corona de estrellas”. Con creces. ∎