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Sobre el triste e inesperado fallecimiento en diferido de MF DOOM poco más se puede añadir. El ethos que regía la vida del artista estaba lleno de matices y particularidades. Daniel Dumile, la persona tras la máscara, entendía su trabajo como una performance global. Eso implicaba mucho más que enviar dobles a los conciertos. También suponía ciertas incongruencias –con matices–, como trabajar con marcas como Nike en forma de una zapatilla colaborativa: las Nike SB Dunk High MF DOOM.
Curiosamente, la comunicación de la muerte de MF DOOM (just remember: all caps when you spell the man’s name) en una fecha tan redonda como el 31 de diciembre ha dado pie a que suceda lo mismo dos veces con un año de diferencia: la subida de precio meteórica de sus zapatillas. En 2020 fue por unas fotos de Kylie Jenner luciéndolas y en 2020, como se puede adivinar, por su despedida de este plano.
MF DOOM no es el primer cantante que extiende su imagen hacia productos de consumo, especialmente zapatillas. Las colaboraciones entre músicos (principalmente rappers) y marcas de calzado y moda son habituales y frecuentes. Van mucho más allá de la idea instalada en el imaginario colectivo, que consiste en logos de bandas de rock en camisetas a la venta en grandes cadenas de moda rápida. Música y moda comparten mucho más que la M con la que empiezan ambas palabras.
El propio desarrollo de la industria del calzado y su evolución comercial va ligada al concepto del endorsement. Y disculpen el extranjerismo, pero el concepto en inglés tiene más matices que los que ofrece la palabra “patrocinio”. Parafraseando a Wikipedia, las marcas han empleado personalidades de todo tipo como maniquíes en vida con el objetivo de dar a conocer sus productos. Uno de los primeros casos lo encontramos en Converse y Chuck Taylor. Antes que unas zapatillas, Chuck Taylor fue un jugador de básket que luego engrosó las filas de la marca como vendedor. Y, como explica Nicholas Smith en “Kicks: The Great American Story Of Sneakers” (2018), fue una especie de primer influencer. O metainfluencer. Taylor viajaba por todos los Estados Unidos organizando clinics deportivos. En un momento determinado del evento pedía la participación de un voluntario, lo humillaba jugando (Chuck era especialmente habilidoso) y luego presumía de su éxito vinculándolo a sus zapatillas. Así comenzó a vender Converse Chuck Taylor a patadas (zapatilla que, por otra parte, resiste hasta nuestros días y se encuentra elevadamente significada junto a ciertos géneros musicales).
Curiosamente, las Nike Cortez (que gozaron de otra aparición audiovisual en “Forrest Gump”, 1994) son unas zapatillas con fuertes raíces en la ciudad de Los Ángeles, con una gran presencia en los barrios más populares y también con ciertas implicaciones, especialmente, con las bandas de la ciudad. Para el recuerdo quedan imágenes como las del malogrado Eazy-E con ellas puestas. Décadas después, Kendrick Lamar recogería el guante y firmaría varias colaboraciones con Nike sobre la base de estas Nike Cortez.
Además de este caso, existe toda una serie de relaciones simbióticas entre geografía (ciudades, países, barrios…), rap y zapatillas. Por ejemplo, las Nike Air Force 1 blancas son conocidas como las Uptown por su fuerte relación con Harlem. Curiosamente, quien las inmortalizó en una canción fue Nelly, que de neoyorquino no tenía nada (de hecho, Nueva York siempre se ha jactado de ignorar o despreciar el rap de otras ciudades, especialmente si hablamos del sur del país). Las Reebok Workout fueron un fenómeno en Nueva Orleans, donde se las conoce como las Soldier y su imagen está asociada a la de grupos como los Hot Boy$. Las Timberland Working Boots (conocidas como las Timbs) son el calzado del rap en Nueva York (The Notorious B.I.G., Nas, Mobb Deep, Jay-Z… La lista es interminable). Las Clarks Wallabee fueron, por su parte, el calzado de referencia de los rudeboys jamaicanos y de la escena reggae de la isla, pero quienes las hicieron atemporales fueron un grupo salido de Staten Island: Wu-Tang Clan. Las Nike Air Max 97 supusieron un hito en Milán y estuvieron muy presentes en la escena clubber de la ciudad (algo así como las Nike Air Max BW y el mundo gabber). Y la lista podría seguir…
En ocasiones, no es necesario que el artista nos deje para que sus zapatillas alcancen cifras astronómicas. Es el caso de las colaboraciones que Eminem ha firmado con Nike. El de Detroit cuenta con varios modelos de Nike Jordan IV que, debido a las limitadas cantidades que se lanzaron al mercado, alcanzan cifras irreales de reventa. Por ejemplo, la colaboración con Jordan y Carhartt se suele describir como la “zapatilla de los 20.000 dólares” por el precio que alcanza en el mercado secundario, aunque el histórico de últimas transacciones muestra una tendencia más a la baja (lo cual no es óbice para que otra de sus colaboraciones, Encore, la que lanzó como tributo a su disco de 2004, “Encore”, esté disponible por más de 40.000 euros).
A veces la unión de música y moda no llega a través de un artista y una zapatilla, sino de una relación mucho más estrecha con una marca. Puede ser el caso de Pharrell y BAPE. BAPE (A-Bathing-Ape) es una marca japonesa creada por Nigo (alias que en japonés significa “número dos”, en alusión a la admiración que Nigo sentía por Hiroshi Fujiwara, el padrino de la moda del país nipón) que hereda mucho de la filosofía del sample del rap al aplicar la técnica del collage conceptualmente. Cuando Pharrell y Nigo se conocen, pese a que uno no habla japonés ni el otro inglés, forjan una amistad que lleva al cantante a introducir BAPE en la escena rap de los Estados Unidos. Primero a través de Clipse (The Neptunes se pueden considerar su tercer miembro, ya que musicalmente moldearon al dúo), para luego saltar a otras figuras como Lil’ Wayne, Soulja Boy o Kanye West, que llegó a colaborar con la marca en su propia zapatilla: unas BAPE Bapesta College Dropout que presentaban al Dropout Bear (el oso que vemos en las portadas de los primeros LPs de ‘Ye) en uno de los laterales de la zapa.
El trabajo entre Pharrell y Nigo no terminaría aquí. En 2003 juntos desarrollarían dos marcas, ICECREAM y Billionaire Boys Club, que a día de hoy continúan gozando de un cierto respeto en el mundo de la moda urbana. Aunque independientes, estos proyectos darían sus primeros pasos mediante un acuerdo entre Pharrell y Reebok, según el cual estos últimos se encargarían de la manufactura de los productos de las dos marcas. La colaboración se encuadró dentro de la línea RBK, aunque en menos de dos años llegaría a su fin amistosamente (previa demanda de por medio).
RBK fue una nueva línea que intentó apartarse del posicionamiento más tradicional de la marca para apelar a un público más urbano y joven. ¿Por qué? A finales de los 80, Reebok triunfó en Estados Unidos en el segmento deportivo gracias a dominar una categoría prácticamente inventada por ellos mismos: el aeróbic (apoyándose para ello en un público mayoritariamente femenino). Pero para ganar el mercado en los 2000 debían ganarse a los adolescentes y eso implicaba alejarse de lo que ellos creían que era un posicionamiento como marca para padres.
El recurso para lograrlo fue fichar a perfiles no convencionales: atletas como Allen Iverson (que supuso un patrocinio exitoso para Reebok) y no atletas: principalmente, raperos. Así, nombres como Jay-Z en primera instancia (con S. Carter by Reebok) o 50 Cent (con una línea G-Unit) pasaron después a engrosar las filas de Reebok (o RBK, mejor dicho) acaparando cuantiosos y notables contratos y gozando de éxito comercial con los primeros lanzamientos. El roster de caras famosas se completaba con nombres como Daddy Yankee, Lupe Fiasco, Nelly o Mike Jones. Una apuesta realmente interesante y arriesgada: con estos fichajes apelaban a un público latino y al público del sur de Estados Unidos.
Además, otro aspecto llamativo es que se trataba, por primera vez, de zapatillas en las que los raperos eran los protagonistas de verdad, creando nuevo producto y creando nuevas marcas, no limitándose a ser caras visibles de productos ya existentes. Lo cual era, en parte, resultado (y a la vez un nuevo paso) de toda esa herencia de rappers que han creado sus propias marcas de moda. Icónicas como Wu-Wear (por, quién si no, Wu-Tang Clan), Sean John (Puff Daddy) o Rocawear (la discográfica Roc-A-Fella) y otras más discutibles en cuanto al acierto estético y estilístico como Outkast Clothing Co., Trukfit (Lil Wayne), Moneyatti (Master P)...
Podríamos seguir con el namedroppin’. La relación entre música y moda es mucho más amplia. Y, aunque el rap sea canónico en este sector, engloba otros géneros (no nos podemos olvidar de, por ejemplo, las Nike SB Dunk High Iron Maiden). Hoy en día los grandes artistas urbanos son, prácticamente, marcas: tanto por lo que generan por sí mismos como por sus relaciones con otras grandes marcas comerciales. Una cosa está clara; cada vez es más complejo saber qué es música, qué es industria y qué es marca. ∎